Los tubacos (blancos) volvemos de Guinea-Bissau con las maletas repletas de espíritus capturados a lo largo de nuestra estancia en ese país africano. Los traemos después de haber firmado con ellos un pacto secreto que nos permite obtener todo aquello que queramos. Los bosques del Boma y del Tirsilín, en Bafatá, están llenos de espíritus dispuestos a conceder fortuna, salud, belleza, eterna juventud… Como los humanos, hay espíritus malignos y benignos, avariciosos y generosos, irascibles y serenos, de aspecto feroz y de formas atractivas. Los pobladores de Bafatá rara vez se aventuran solos en los bosques del Boma y del Tirsilín, habitados por irrames (espíritus) con forma de boas.

Los pobladores de Bafatá acuden en secreto a los bosques a ofrecer a los irrames el sacrificio de gallinas, cabras, cerdos, perros... a cambio de obtener la cura de algún familiar enfermo o el éxito en una disputa judicial. Algunos apuestan fuerte ofreciendo una mano o un brazo a cambio de ver cumplidos sus deseos. Algunos creen que los ricos del lugar obtuvieron sus fortunas de esta forma, aunque a cambio tuvieron que pagar caro su enriquecimiento. Así, un general perdió a uno de sus hijos como pago del largo mandato al frente de las fuerzas armadas del país. No es infrecuente que alguien haya sufrido la amputación de una mano después de un acontecimiento dichoso en sus vidas.

En los alrededores de los bosques del Boma y Tirsilín abundan los ejemplos de personas que inexplicablemente han perdido alguna parte de sus cuerpos, sin duda después de haberse visto empujados por la codicia a las moradas de los irrames. Los troncos retorcidos de algunos árboles del Boma son el fiel reflejo de luchas encarnizadas entre los espíritus por atraer a los incautos, el dolor y el sufrimiento, las pasiones desatadas y las pesadillas que atormentarán las noches insomnes de quienes se atreven a penetrar sus frondas. Las aguas de los manantiales del Bomba y del Tirsilín no deberán juntarse jamás porque, de lo contrario, la humanidad asistirá a un cataclismo universal.

El gran Polón de Candemba-Uri.

Hay árboles que cobijan un irrám en su interior. Solo eso explica la enormidad de sus troncos y el porte de sus ramajes. Hay tantos árboles gigantescos en el trópico africano que resulta imposible no creer en la abundancia y en el poder de los espíritus. La visión de algunos baobabs estremece de los pies a la cabeza. Nadie que tenga una pizca de sensatez podrá poner en duda que está contemplando la obra de un gran espíritu del bosque. En las oquedades del rey de los árboles de África, en cuyos espacios ocultos nadie osa husmear, habitan serpientes mitológicas y brujos que ejecutan sus ceremonias de libación con licores de cajú.

El gran polón de Candemba-Uri es uno de esos árboles que explican la fe de los fulas en el poder de los espíritus. El mundo todo cabe en su tronco nervudo. Sus ventrículos son los de un pulmón que sale de la tierra para respirar y mugir en las noches de aguacero. Por eso los habitantes de la aldea acuden a él en los momentos cruciales en busca de protección. Bajo sus ramas se reunían antiguamente los ejércitos antes de emprender una batalla. Bajo sus ramas se reúnen ahora para tomar decisiones importantes.

Los fulas, la etnia más numerosa y extendida de África, son muy respetuosos con las tradiciones. Por eso nunca beberán de pie, sino en cuclillas, la leche de sus vacas, el animal casi sagrado que mejor los define. Por eso los fulas mantienen la costumbre de realizar ceremonias para congraciarse con los irrames y que les dé muchas vacas. Tantas que no puedan ni contarlas. Tantas que ningún ser humano sobre la tierra sea capaz de atravesar sus corrales sin sucumbir al instinto de espantar con las manos las moscas que les asedien. Tantas vacas y tantas moscas que un fula será capaz de beber la leche sin tragar ninguna de los insectos muertos que flotan en el interior la vasija. Los fulas colocan junto a los mangos que están a punto de madurar un recipiente con un diente de animal, un puñado de harina, algo de agua y un trozo de tejido rojo colgado de una rama. De esa forma nadie se atreverá nunca a robarles la fruta si no quiere vérselas con las iras del irram que los protege.

Un Polón del Boma.

Circula la creencia de que los blancos tienen la habilidad de atrapar irrames en el interior de botellas para llevarlos a Europa, donde los ponen a su servicio para ser capaces de levantar puentes suspendidos casi en el aire. Las fábricas de coches son fruto de esa capacidad de pactar con los irrames. El irram concede sus favores solo a cambio de algo, por lo general un dedo, una mano, una pierna o la vida de un hijo. Porque el irram es la sublimación del comercio. Yo te doy si tú me das. Un comercio macabro, cierto, pero muy productivo porque te ofrece todo cuanto desees a cambio de sangre, su alimento tenebroso. De ese pacto nacen los grandes avances de la humanidad, desde la invención de la rueda a la fabricación de aviones o el envío de naves tripuladas a la luna.

Circula por allí la creencia de que los blancos ponen a los irram a su servicio, mientras los negros los echan a pelear unos contra otros y así no hay forma de sacarles ningún provecho útil. Por eso la mayor parte de África está sumida en la pobreza. Lo cuentan, junto al Boma, de forma casi inaudible para no despertar a los irrames, capaces de provocar el cierre repentino de una puerta o que se oiga la voz de una persona que está a esa hora muy lejos, en otro continente. El día que los africanos aprendan de los blancos a domesticar los espíritus habrán acabado todos sus males. Cuando domestiquen a los espíritus y a los pésimos gobiernos.

Circula también la leyenda de que, cuando Dios creó ese país, eligió la mejor tierra posible, fértil hasta la exageración. Después le puso un clima pródigo en lluvias. A continuación lo dotó de una temperatura sin apenas altibajos. Más tarde encontró y dispuso para esa tierra un río ancho y profundo con abundante agua todo el año. Llegado a ese punto, eligió unos pobladores alegres, creyentes, pacíficos y bondadosos. Pero, ay, al dotar esa tierra de un buen gobierno tuvo que torcer su obra maestra para evitar que los habitantes del aquel lugar dejaran de soñar con alcanzar el paraíso. Y lo condenó a sufrir malos gobiernos, aunque esto, como el resto de lo escrito hasta aquí, no los más que creencias de la gente.