Hace un par de días recibí de un amigo un recibo de servicios de Guardería con fecha de julio del año 1921, hace ya más de 100 años. La cuota por el servicio para este particular se cifra en la cantidad de ochenta y seis pesetas con diez céntimos. El documento es una reliquia y testifica que la Guardería Rural es muy antigua en nuestro pueblo. Desde muy antiguo, las comunidades de labradoras sintieron la necesidad de procurarse paz civil, orden y respeto en el medio rural. La dificultad de “ponerle puertas al campo” en la vigilancia y custodia de heredades, cosechas y ganados, no fue nunca obstáculo para el establecimiento de los instrumentos de seguridad que garantizasen estos derechos tan elementales e inexcusables.

Las hermandades sindicales de labradores y ganaderos surgieron a partir de 1944, igual que las hermandades sindicales comarcales y eran organizaciones creadas bajo el auspicio del régimen de Franco para su control político, la protección y asistencia a los agricultores y los ganaderos mediante un conjunto de organismos de rango local, comarcal, provincial y nacional. Al servicio de las hermandades sindicales de labradores y ganaderos se encontraban, como personal especial, la Policía Rural, Guardas Rurales, que eran considerados como agentes de la autoridad en el desempeño de sus funciones.

Cada hermandad sindical, de acuerdo con lo establecido legalmente, debía elaborar una ordenanza, reglamentando el servicio y teniendo en cuenta que no se podían incluir como hechos sancionables los delitos o faltas regulados en el código penal y que las penas que se pudieran imponer por la comisión de hechos punibles debían de consistir, únicamente, en multas. De las infracciones advertidas por la Guardería Rural se debía dar cuenta al cabildo y al tribunal jurado de la hermandad, órgano encargado de imponer las multas correspondientes. En Fuentes la sede de esta hermandad estaba en la calle Carrera cerca de la ferretería de Benjamín y después pasó a estar en la calle Fernando de Llera y Díaz, cerca del Ayuntamiento.

A estos efectos, cada guarda rural llevaba un talonario de denuncias donde se hacía constar la fecha y localidad, el acto punible y los datos del infractor. También debía firmar en un libro al guarda al paso por las fincas que vigilaba en su recorrido por los cuartos que custodiaba. Las funciones de la Guardería Rural dependían de las particularidades y costumbres de cada pueblo pero, a título enunciativo, podemos enumerar las siguientes: vigilancia de las propiedades rústicas y los frutos del campo; velar por la limpieza y conservación de los caminos rurales; procurar la conservación y limpieza de los desagües de aguas corrientes y estancadas; actuaciones tendentes a mantener el orden y la vigilancia de las propiedades; el cumplimiento de las disposiciones sobre cultivos y repoblación forestal; la conservación y uso de las fuentes públicas y abrevaderos de ganado; vigilancia del ganado para evitar que se introdujeran en fincas o heredades ajenas; vigilancia, observación y aviso de la aparición de plagas y enfermedades de los cultivos, etc.

Para garantizar la eficacia del servicio, los aspirantes a formar parte de la Guardería Rural debían juramentarse ante el alcalde y pasar por un examen de aptitud que, generalmente, se componía de un dictado, de la lectura en voz alta de un párrafo señalado, de unas operaciones aritméticas elementales y de la formulación de una denuncia. El nombramiento, hecho por el alcalde, debía someterse a la aprobación del jefe político del régimen. Una vez jurado el cargo, el nuevo guarda depositaba una fianza para responder civilmente de su cometido. Los requisitos que debía reunir el guarda consistían en tener una edad de entre veinticinco y cincuenta años, talla como la que se exigía en el servicio militar y constitución física sin defectos y robusta; saber leer y escribir, a ser posible, gozar de buena opinión, fama y costumbres entre sus gentes y no haber sufrido penas aflictivas ni expulsión anterior del cargo.

Cada hermandad proponía a la delegación provincial de sindicatos el número de guardas necesarios en su servicio, estableciendo así una plantilla mínima permanente de guardas rurales, que podían ser reforzados en las épocas de recolección con agentes eventuales en el número necesario. En nuestro pueblo según cuentan, existieron 8 Guardas Rurales juramentados por estas hermandades, de los cuales puedo mencionar a Francisco Carmona "el Tatao", Rafael el "Paraeño", que era el cabo o guarda mayor del pueblo, José "el Sillero", Benito "el Soplaguisos", el" Caminero" de la calle Palma, Juan González García "el francés", "Cucho" y "Rano". Estos dos últimos eran guardas particulares de la finca del castillo de la Monclova. Estos guardas usaban, los de a pie y los de a caballo, una carabina ligera con bayoneta, canana con vaina para la bayoneta, y diez cartuchos con bala, y los de a caballo, además, igual al de la caballería.

El servicio lo realizaban normalmente a caballo y recorrían lo que se llamaban "los cuartos", siendo su jornada desde la amanecida hasta bien entrada la noche. Cada guarda vigilaba un cuarto. Por ejemplo, el cuarto de Cardejon, el cuarto de la Longuilla, el cuarto del Barranco, el cuarto de Palmilla... Además de las fincas enclavadas en el término de Fuentes, como La Aljabara, la Suerte, la Tinajita, el Donadio, la Monclova...

Estos hombres guardaban a caballo e iban armados con su carabina al hombro y su capa de negro alquitrán por encima que cubría en épocas de lluvias incluso su caballería, significativa era también su indumentaria, vestían un sombrero de ala ancha doblado en vertical por una de sus alas y se les permitía lucir una escarapela distintiva con los colores nacionales. Llevaban también una bandolera de cuero de izquierda a derecha con una chapa con las inscrpicion "Guarda Jurado" con el nombre de la hermandad de labradores o de la propiedad y la típica casaca verde caqui.

Como anécdota me cuentan que cada mes o dos meses los guardas cambiaban de cuarto, siendo el "Tate",el organizador en la hermandad y el que les pagaba...de esta manera una forma de que no tomarán confianza siempre en el mismo sitio, además de no ser por ejemplo, todos los cuartos iguales, unos eran de olivar, otros de tierra calma, otros de huertas, etc. No era lo mismo guardar un lugar que otro.

Cuentan también que la finca de la Monclova no quería que visitaran estos guardas de las hermandades las tierras del Castillo, ya que tenía sus propios guardas, pero, en época de recolección del garbanzo si que los solicitaban y después como gratificación, les dejaban plantar al año siguiente un melonar, en donde no había nacido la sementera a causa quizás, de haberse anegado o no haberse sembrado. A la casa del "Tatao" iban los cabreros y vaqueros por las tardes-noches a pedirle que les retirarse la denuncia, unas veces porque se había escapado el ganado y otras por despiste. Siempre se las quitaba.

También dicen que el "Cucho", el guarda del Castillo, tenía un pastor alemán que daba con los furtivos antes que el amo, que se escondían en el monte del cuarto de la Casa o el cortijo Jadraque. Mil historias de estos hombres que podrían formar una enciclopedia, un conocimiento a través de sus vidas y su sapiencia del campo, del día a día, del sol a sol, de estación a estación. Historias de guardas rurales, hombres siempre de buen criterio y fama entre sus gentes, que guardaban lo de otros como si fuese suyo, aunque hombres nobles de corazón y causas.

Las hermandades sindicales se extinguieron en 1978, cuando se convirtieron o pasaron a ser cámaras agrarias, primero dependiente del ministerio de Agricultura y después de la consejería correspondiente de la Junta de Andalucía, lo que trajo importantes cambios, alguno de ellos continuaron en ellas, otros prescindieron de sus servicios o terminaron con trabajos de otra índole. A partir de 1980, los guardas presentes que se mencionan dejaron de vigilar los campos, desde aquí mi más sincero homenaje a todos ellos.