Hace casi cuarenta años, la compañía de teatro Els Comediants, representaba una divertidísima obra llamada “Demonis”, una sátira entre el teatro callejero y el pasacalles, que hacía apología de la cultura mediterránea y el culto al fuego. Los diablos habían abandonado el Averno y le vacilaban al pueblo en las calles de Granada. El fuego rojo de las bengalas se mezclaba con un espeso humo blanco, olía a azufre. La Plaza del Triunfo se había convertido en un escenario tomado por irreverentes demonios que bailaban junto a la Puerta de Elvira.

A la parte más rancia de la ciudad no le gustó nada esto. Así que una dirigente de Alianza Popular y sus amigos de otros partidos, lo más granado del fascismo friki de la ciudad, determinaron que eso de adorar a los demonios a 280 metros de una imagen de la Inmaculada Concepción era pecado mortal. Un insulto proferido por rojos y ateos. Así que decidieron responder al agravio antes de que este se produjera. Sin cortedad ni pereza, un grupo de fascistas, tras rezar el rosario, se desplazó al lugar del espectáculo. Armados con palos y cruces metálicas para usarlas a modo de martillo, intentaron reventar una obra de teatro por Dios y por España. Existen unas impresionantes fotos del gran Juan Ferreras, fotoperiodista de Diario de Granada en aquella época.

La policía solo intervino para proteger a los “patriotas” miembros de la cruzada cristiano-fascista, que irrumpieron en la escena con cánticos sobre camisas nuevas que lucían al Sol. Lo sé muy bien porque un policía enorme me machacó la espalda por hacer mi trabajo. Al parecer yo estaba agrediendo a esos energúmenos con mi cámara fotográfica.

Yo suponía en los lejanos años ochenta que lo que había vivido pasaba porque acabamos de salir de una dictadura. Que el nacionalismo español y de cualquier otro tipo estaba trasnochado y en vías de desaparición. El fascismo mucho más. Que aquellos hechos eran excepcionales por caducos. Que en el futuro nadie querría quemar la sede de un partido político, que la palabra dictadura no se utilizaría en vano por respeto a las incontables víctimas que dejó en nuestro país. Que ningún político pondría en cuestión, tachándolo de ilegítimo, a un gobierno salido de las urnas.

Me equivoqué, hoy con tristeza veo cómo unos “intelectuales”, haciendo uso de la libertad de expresión que les proporciona la democracia, se manifiestan con un argumento de peso: “Pedro Sánchez hijo de puta”. Por supuesto, como siempre, estamos al borde del abismo, justo donde España se rompe (otra vez). Se repite la historia con gente muy joven. Los “fachaborrokas” gritan “Arriba España” sin saber qué significa. No les importa la amnistía, ni la unidad de España, ni siquiera les gusta España, la real, la que es mujer, o negra, o progresista, o pertenece al colectivo LGTBI, o es musulmana, o es andaluza, extremeña, canaria o catalana, o no le gusta chuparle las cabezas a los langostinos.

Afortunadamente, la policía de hoy no es como la de antes. Son profesionales y, por supuesto, hacen caso omiso a las majaderías de la ultraderecha y sus amigos de “la derechita cobarde” pidiéndoles que desobedezcan órdenes. Enarbolan banderas con un agujero en el centro. España no es nada si no se parece a ellos mismos, es un vacío en la oquedad de la cabeza de gente peligrosa por ser violentamente ignorante, alentados por políticos irresponsables.

Está claro que hemos fracasado como país, que al parecer no hemos aprendido nada de nuestra historia. No creo que el fascismo sea genético. Se difunde, se enseña y se alienta. Hay demasiados políticos conservadores que deberían defender la libertad (la de la birra no, la otra) que cobijan y justifican sus acciones creyendo que podrán contenerlos.

Los demonios, los de verdad, no son actores de una compañía de teatro catalana y su fuego rojo y amarillo. Los demonios salen de las cloacas de una parte de la sociedad que cree que el país es suyo. El umbral de la estupidez está subiendo. Nada cambia.