En el salvaje calor de la noche cuesta respirar. La tensión arterial baja hasta el sótano y aunque la modorra se adueña del cuerpo no hay manera de dormir. Huyo por la ventana para adorar a la diosa Selene. La Luna nunca falta a su cita, crece, mengua y vuelve a empezar, mostrando en su trasiego la metáfora perfecta de la vida, renaciendo y remuriendo continuamente. Las noches siempre son las mismas, pero nunca son iguales. Le hablo, pero me ignora por ser insignificante o tal vez por ser mortal. Durante años he buscado respuestas. Le pregunto ¿Quién soy, a dónde voy, de dónde vengo? Pero ¿qué puede  saber un trozo de roca estéril? Aunque yo sé que si pudiera, contaría muchas cosas.

Quizá sea el calor, pero creo que me está sonriendo. Seguro que es sabía por vieja, lo habrá visto todo desde que su luz era la única que iluminaba las noches en la sabana africana, cuando nuestros ancestros vivían en los árboles. Lo primero que hicimos los homínidos ya en el suelo fue coger una estaca con aviesas intenciones. A garrotazos nos abrimos paso y creamos patrias y fronteras. Así seguimos. Teniendo en cuenta lo que le hemos hecho a nuestros vecinos y al planeta, habría sido mejor haberse quedado en los árboles. A veces me parece que se ríe de nuestra especie. “…menuda plaga de roedores que lo agujerea todo…”.

Me la imagino muerta de risa observando la estupidez de los multimillonarios que creen que durarán siempre. Viéndolos amasar fortunas inmensas “ingastables”.  A cuántos poderosos habrá visto entronizados que fueron olvidados para siempre, de cuántos imperios no quedan ni los cimientos. Ni siquiera Keops, que dedicó toda su vida, todos los recursos de sus súbditos y el trabajo de miles de personas para construir una pirámide eterna, consiguió volver del inframundo. Qin Shi Huang ordenó levantar una gigantesca muralla. Tardó siglos en construirse y, llegado el momento, no sirvió para proteger a China de los mongoles. Ni siquiera se ve desde el espacio. Del mausoleo de Mausolo de Halicarnaso sólo queda alguna piedra en el Museo Británico.

Sólo pervive el horror. Seguro que la luna vio a los nazis matar a muchos judíos en una noche con muchos cristales rotos. Hoy las víctimas son verdugos. El odio sigue vivo y los cazadores de personas, que ahora se llaman de otra forma, siguen sembrando sangre. Al amparo de su cobardía, también de noche, salen como hienas a cazar “moros” entre risitas. Los traficantes de embustes se frotan las manos haciendo que los pobres acaben con los paupérrimos. La Luna de Valencia vio los estragos de la última Dana y la miseria ética de homúnculos que se sirven de lo público, incompetentes aferrados a sus mentiras y a su poder, manchado de barro y sangre.

Ya hay oficinas de especulación inmobiliaria parcelando el terreno lunar para que en un futuro no muy lejano cualquier gilipollas con visa oro plante una banderita diciendo solemnemente “este es un gran paso para mí, pero un retroceso para la humanidad”. El universo se expande, sobre todo la parte más imbécil. Habrá paquetes turísticos por tan sólo una pasta gansa, con todo incluido. ”Pisotee La Luna como Armstrong y Aldrin, hágase un selfi y llévese un exclusivo pisapapeles”.

La Luna omnipresente, “omni-impotente”, más allá de empujar mareas, también habrá visto millones de besos furtivos sentidos como propios, besos enamorados, besos nerviosos provocados por la magia de su luz de plata. Cyrano de Bergerac, embebido en sus versos, cayó rendido ante de la redondez femenina de su musa favorita. La Luna opalina de Lorca sigue viniendo a la fragua, “el niño la mira, mira, el niño la está mirando”. Georges Méliés vivió su aventura espacial alunizando en su cara de merengue, aunque casi la dejó tuerta, mucho antes de que los selenitas se volviesen marcianos. Mientras, Ricardo Darín le sigue pidiendo explicaciones a la argentina luz de Avellaneda. El lunático fundador de Pink Floyd, Syd Barrett, huyó a  “The Dark Side of the Moon”.

Miro una gran Luna anaranjada sobre el cielo de Sevilla y me siento un licántropo con ganas de aullar. Soy como el parisino Denis, creado por Boris Vian. En las noches de Luna llena me convierto en humano. A la luz que prefieren los gatos pardos, los enamorados bailan abrazados con una serenata de Glem Miller. Antonio Machín aseguraba que le confesó la Luna que nunca tuvo amores, que siempre estuvo sola llorando frente al mar. Mientras Frank Sinatra canta “Fly me to de Moon”. Yo me sigo volviendo loco por el lunar de Marilyn Monroe, aunque igual era postizo. En cualquier caso, sé que la tentación siempre vive arriba, cerca de la estrellas. Por eso levanto la cabeza esperando una respuesta, o al menos iluminación.

Miro La Luna hechizado por el magnetismo su luz eterna, aunque esta noche no sea de plata, sino de sangre.