Las administraciones de los gobiernos democráticos tienen la transparencia entre sus deberes con aquellos a los que gobiernan. Dar repuestas a las preguntas a través de los canales que las propias administraciones crean para ello. Pero suele ocurrir que el poder, una vez instalado, se vuelve opaco e incluso se otorga el privilegio de considerar quién o quiénes son merecedores de obtener una respuesta a las preguntas, reclamaciones o peticiones que, siguiendo los cauces impuestas por esa misma administración, reciben. El derecho a la información está regulado por ley, es un derecho que todo ciudadano puede y debe exigir.

Desde hace tiempo nuestro ayuntamiento viene practicado la no buena costumbre de no contestar a las preguntas y peticiones que plataformas y/o grupo le hacen.A veces incluso al exigirle una respuesta, el ayuntamiento contesta que o bien lo hará por escrito, no se sabe cuándo, o bien que ya lo ha hecho en comparecencias públicas anteriores. Considero que no es de recibo esta actitud, que no dice nada bueno de la transparencia y actitud democrática de nuestros gobernantes. Es más, se permiten el lujo de saber los pensamientos, actitudes e intenciones de ciudadanas. Tomo como ejemplo la que escribe estas letras, para desacreditar peticiones y/o exigencias que la ley concede a toda ciudadana y ciudadano de este país.

Cierto es que todos los gobiernos, sean del signo que sean, no se destacan por la transparencia, pero eso no es óbice para dejar de reclamar nuestros derechos a cada una de las administraciones, no ya una respuesta satisfactoria, sino solo una respuesta a las preguntas, peticiones y exigencias que se hacen en tiempo y forma. Entiendo que una respuesta, aunque sea a destiempo, habla siempre positivamente de aquel organismo que se ve en la obligación de responder a la ciudadanía. Los políticos que alcanzan el poder se  olvidan, a veces pronto, que están ahí porque han sido votados para servir a aquellos que lo hicieron posible y tienen la obligación democrática, ética y moral, de no solo trabajar para estos, sino para el conjunto del pueblo.

Pecamos los gobernados de prudencia, de esperar lo que no llega. Nos acostumbramos a las malas prácticas del poder que nos llevan al desencanto, al cansancio y a la desafección. Todo esto es muy peligroso para la democracia, aunque los políticos en su cortoplacismo lo busquen para así mantenerse, así lo creen, en el poder, sin darse cuenta, o sí, de que también va en su contra.