Malditas Matemáticas pudo ser la expresión más repetida en los colegios fontaniegos de los años setenta. Malditas matemáticas coreábamos en el recreo, camino de casa con un nuevo cate en la cartera y por las noches tratando de descifrar deberes o hincando los codos para el siguiente examen. El aula era el único lugar donde estaba prohibido exclamar ¡malditas matemáticas! ¡Menudos huesos eran los profesores de Matemáticas de la época!
Todo porque nadie nos había contado aún el cuento ¡Malditas Matemáticas! de Carlo Frabetti. Los cuentos eran materia de los profes de Lengua y Literatura y los de Matemáticas no se paraban en andar contando cuentos. Por eso muchos escolares roían y roían los números primos cual duros huesos en busca de un tuétano inescrutable. Igual que Alicia en el cuento de Frabetti, muchos pensaban ¡Malditas matemáticas! ¿Por qué tengo que perder el tiempo con estas ridículas cuentas en vez de jugar o leer un buen libro de aventuras? ¡Las matemáticas no sirven para nada!
Nadie le contó el cuento de Frabetti a Pepe Ricardo ni a Paco Pérez Aliaga, dos resignados sufridores de las Matemáticas de aquellos años en el remedo de instituto que hubo en la calle Mayor. Era aquel lugar una prolongación del instituto de Osuna y se estudiaba el bachiller elemental con una especie de ruleta rusa en la que el alumno se lo jugaba todo a una carta. Sin opción a evaluaciones parciales, en junio había que enfrentarse a un examen total. En aquella ruleta, los dos sufridores lograron ganar el acceso al bachiller superior, previo peaje de tres asignaturas pendientes para setiembre. Pepe pasó Marchena y Paco a Écija.

Una vez en Marchena, Pepe tuvo que vérselas con la que pudo haber pasado por la profesora de Física y Química más exigente de toda Andalucía, doña María Luisa Vallés. El muro de la Física y la Química alcanzaba alturas casi comparables al de las Matemáticas. En Écija, Paco. También tropezó con algún que otro “hueso” del bachillerato superior. ¡Cuántas noches de estudio pasaron los dos en la casa de Paco! Noches de insomnio temiendo la aparición del fantasma de la reválida basada. Noches de memorización y la repetición obsesiva, rígida, nada en la comprensión y en la pedagogía moderna.
Los profesores de ahora están mejor formados en la ciencia didáctica y cuentan con mejores materiales. El currículum es más flexible y los alumnos llegan a la secundaria mejor formados de base, especialmente frente a la amenaza matemática, y con herramientas de estudio más adecuadas. Dicho en pocas palabras, el alumnado de antes tenía que adaptarse al profesor y al sistema, ambos marcados por la rigidez sin compasión, mientras que ahora son el profesor y el sistema los que intentan, con mayor o menor éxito, adaptarse al alumnado.
Lo más duro de la secundaria llega en segundo de bachillerato para enfrentarse con la selectividad, aunque es una prueba que la mayoría supera sin contratiempo. Sin embargo, el estrés llega con la nota de corte para acceder a los estudios elegidos. La nota de corte viene a ser lo que en tiempos fueron las Matemáticas, un filtro desalentador de cientos de miles de estudiantes cuya vocación es una y la realidad es otra. Un muro contra el que se estrellan vocaciones sin que en el horizonte aparezca un Carlo Frabetti para contarles un cuento que podría tener el título de “Maldita Selectividad”.

