Hace unos 200 millones de años aparecieron los animales que la ciencia reconoce como mamíferos. Los seres humanos que poblamos la Tierra somos descendientes de aquellos que, sin ser conscientes de ser, de existir, emprendieron la marcha a merced de una evolución sin objetivo final, en un universo azaroso, neutro desde el punto de vista ético y violento. Un camino incierto que nos ha traído hasta aquí. Sólo nuestra especie es consciente de ser y, por lo tanto, consciente de la propia muerte, la misma que nos hace dar sentido a la vida.

Pienso todo esto mirando a mi gato y mis gatas. Ahora soy cuidadora de tres gatos, mientras leo “La pasión según G. H.”, de Clarice Lispector, texto que me sumerge en un mundo extraño. Un mundo que me hace mirar y sentir a la cucaracha encontrada en el baño más cercana a pesar de las repugnancias que les tengo a estos insectos. Ellas existen desde hace más de 300 millones de años. Se adaptan fácilmente a diferentes ambientes, son unas auténticas supervivientes. Su gran ventaja sobre nuestra especie es su total ausencia de sentido de la vida. Viven porque son, sin preguntas, sin motivos. Son, como el universo, inconscientes y neutrales. La violencia la ejercemos nosotros sobre ellas y sobre los demás seres.

Sigo mirando a mis gatos y pienso si él, ellas, me ven igual que yo los veo a ellos ¿Saben de mi existencia? ¿Les soy indiferente o sólo ven en mí al dios, la diosa, que los alimentan y protege? Somos parientes, les digo, y me miran a los ojos produciendo una extraña sensación en mí como de desdoblamiento hacia épocas muy, muy lejanas. Entiendo que todo lo anterior me descube un planeta vivo, indiferente a nuestra especie y que nos permitimos hacernos los dueños de la vida. Una vida que no nos pertenece, que se abre paso por encima de catástrofes y cambios estructurales, a través de tiempos imposibles para nuestro tiempo humano.

Nuestra especie, consciente de ser, ha tomado un camino que la lleva a un final catastrófico fruto de los desmanes que cometemos, por llegar a ser dueña de algo que no nos pertenece. No sé si ese final es esperado por alguna inteligencia superior. De existir ese ser consciente, debería ayudarnos a comprender que la vida es un don gratuito dado a todas las criaturas vivientes y que solo nosotros tenemos la inteligencia suficiente para salvarlos, salvarnos.

Hemos creído ser los dueños del Universo entero, que el progreso es una línea continua sin fin, sin saber que el final de esa línea está el abismo. No caminemos hacía él.