Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero (Machado), sino de dos patios de Fuentes donde me asomo a un pozo. Dos patios y un aula atravesada por la monotonía y el orden. Mi infancia es una escuela donde las monjas tratan de desasnar a un buen puñado de niños ásperos y niñas lindas como rosas. Mi infancia es el rostro mofletudo de madre Corazón, de mentón prominente, y ojos ásperos raspándome el alma. Mi infancia es una pizarra con el jeroglífico 2+3=5 y un eco de voces que cantan a coro "la m con la a, ma. La m con la e, me. La m con la i, mi...". Mi infancia es el misterio de lo prohibido, el abismo de las puertas cerradas y un torno que gira y gira ofreciéndome pastelitos con aroma de ajonjolí, limón y canela. Mi infancia es tan lejana como intensa, tan clara como ruidosa, tan tímida como dulce.

Mi infancia -mi patria- es ese convento de monjas que eleva su fachada impotente al final de la calle Mayor, junto a la Alameda de nuestras correrías. Es un pozo con brocal de mármol blanco y arco de hierro verde con florituras y carrucha mirándome en medio de un patio porticado en cuyas barandas las niñas internas, algunas ya mocitas, asoman sus flequillos a contemplar nuestra inocencia. Mi patria se llama Mercedarias y en ella reina una monja conocida como madre Corazón, el corazón duro de mi patria, cuya verdadera razón responde por Dolores. El mundo todo está formado por un patio enlosado que es recreo, un corral que es huerto, un pozo que es eco, una Alameda que es horizonte y un crucifijo que es centro del universo. Laberinto lleno de estancias prohibidas y resonancias misteriosas. Confusión de las lenguas y los números, feudo de la disciplina, dominio de la limpieza, territorio del recato, país del silencio.

Madre Corazón

Las monjas nos desasnaron, ya lo creo que nos desasnaron. A unos más que a otros, todo hay que decirlo, pero menos asnos salimos de allí, por más que las malas lenguas de la escuela de la estación dijeran lo contrario. Era cuestión de método y disciplina, de lo que estaban sobradas las mercedarias. Especialmente en el gobierno del internado de niñas, lo que se dio en llamar la escuela-hogar. A las siete, primer toque de campana y todo el mundo fuera de la cama. Aseo general, limpieza del calzado, formación en el patio, pase de revista, misa y a la escuela. Marcialidad casi militar y, después, por las aulas desfile de pronombres, verbos y adverbios, ecuaciones de primer grado, regla de tres, rosa rosae, salto del plinto, los brazos en cruz, uno dos, un dos, papa y arroz. Por la noche, cena a las ocho y temprano a la cama, con sueño o sin sueño.

La escuela hogar de las mercedarias fue creada por Agustín Serrano de Haro, escritor y padre de la madre Amparo, monja que fue superiora después de la madre San José y antes de la madre Josefina, la última que tuvo el convento antes de su cierre definitivo. Esta escuela estaba destinada a acoger, como internas, a las niñas cuyos padres vivían en el campo y no tenían otra forma de estudiar. Cuentan las niñas que el espíritu infantil que aún debía de habitar en el alma de madre Amparo fue el único cómplice de travesuras que tuvieron en la escuela-hogar. Tierna Amparo, ruda Corazón. Amparo les hizo un croquis para que pudieran adentrarse en la zona prohibida de la clausura. Penetraron en la fruta prohibida, fueron descubiertas, se armó la de Dios es Cristo, las amenazaron con un expediente, pero no hubo más, tal vez porque las protegía el ángel de la guardia que creó la escuela.

Baile en las mercedarias

Madre Pilar era la maestra de los pequeñines y su clase, de paredes blancas y mobiliario sencillo, sobrio, estaba justo enfrente del pozo. La clase de madre Corazón tenía ventanas de cristales con hierros verdes que daban a la calle de las Monjas. Corazón era tal vez la monja con "más carácter" y puede que fuese precisamente eso lo que le impidiese ser superiora: había allí demasiada convivencia y buen ambiente para abrir las ventanas a los vientos impetuosos. Yo era demasiado pequeño para enterarme de las interioridades de entonces. Sé porque me lo han contado las internas que cuando llegaba el 30 de octubre, día del santo de madre Amparo, todas las niñas se reunían en el patio para cantarle a coro las Mañanitas. Lo mismo ocurría el 12 de octubre con la llegaba del santo de madre Pilar, el 15 de octubre con el santo de madre Teresa o el 19 de marzo con el santo de madre San José.

Formaban aquel coro de las Mañanitas Paqui García, Encarnita y María José Durán, Enriqueta Martín, Amor Fernández, Robledo, Mari Nieves, Rosario Fernández, Natividad Fernández, Soki Fernández, Mari Carmen Blanco, Pilar Parejo, Inmaculada Prats, Rosario Cornejo (que ahora es monja mercedaria, igual que Lola, esta última natural de Fuentes), Moyano, Asensio, las hermanas Dolores y Mari Carmen Alba, María del Valle... y así hasta completar una lista de 83 internas. Lola es hermana de María Ángeles y ambas son hijas de Santi, el albañil de la calle Cerrojero. Las hermanas Dolores y Mari Carmen Alba Santos son de Antequera, aunque su padre estaba de encargado en el cortijo la Tinajita de los Cerros San Pedro. María del Carmen Alba Santos era tan lista, puro nervio, que dejó huella cuando pasó a la escuela de la estación. Era la alumna preferida de Don Antonio "el barba" y del resto de profesores.

Juegos en el patio

Las paredes de la escuela-hogar no destacaban precisamente por la proliferación de imágenes sagradas. Había, claro está, algunos crucifijos y vírgenes, pero no de forma obsesiva como cabría esperar de una institución religiosa. Nos impresionaba la fuerza de los muros del patio grande, especialmente los de la Alameda que daban a la azotea. Los muros antiguos se encontraban en el patio del huerto, donde había una pequeña alberca a la que tenían acceso las niñas para bañarse en verano. Alberca pequeña, pero con sitio para todas. También tenían permitido las mayores asomarse a los balcones que daban a la Alameda y allí estaban ellas coqueteando con los muchachos nuevos que al atardecer acudían a festejar. Las niñas hablaban en voz baja de un cementerio en el huerto donde enterraban a las monjas, aunque la verdad es que los sepulcros estaban debajo del coro.

Los parvulitos teníamos otro régimen, claro está. Entrábamos a las nueve, salíamos a la una para almorzar, volvíamos a las tres y a las cinco de la tarde estábamos de vuelta en casa. Los niños, en el aula de madre Corazón, las niñas, en la de madre Pilar. Madre Corazón tenía la costumbre de decirle a los padres cuáles eran los niños más avispados y cuales los más distraídos. La patria infantil del que esto escribe estaba a cargo de madre San José, superiora del convento por aquellos años. Además de San José, Pilar y Corazón, el convento tenía madres llamadas Josefina, Isabel y Fali. Dolores era cocinera, mujer de Federico el de las gaseosas y sifones, que tuvo una cochera en la calle los molinos. Algunas niñas ayudaban a servir la comida con Dolores, que fue el paño de lágrimas de muchas internas en sus horas de soledad y miedos.

Las internadas tenían tareas adjudicadas, que cambiaban cada cierto tiempo para que aprendiesen de todo. A las cinco, después salir de clase merendaban y tenían la obligación de hacer los deberes en un salón habilitado como estudio. Luego, un rato de recreo, cena y cama. Las internas se levantaban a las 7 de la mañana, oían misa, desayunaban y entraban a clase. Hasta la llegada de las vacaciones y la salida para convivir con sus familias durante el verano, cada día era igual que el anterior, sin más distracción que la propia imaginación y sin más horizonte que las tapias del convento. Tenían apoyo de las profesoras Ana Márquez, Pepa López, Cele y Aurora.

Muchos fontaniegos recordarán que madre Corazón tenía la costumbre de viajar a Écija en el "camión viajero" que salía de la puerta del Bar Benito. Cuando veía alguno que habíamos sido de sus parvulitos nos hacía sentar a su lado para interesarse por cómo nos había ido la EGB y por cómo iban los estudios de BUP o Formación profesional. Si te veía tristón trataba de levantarte el ánimo. Su mirada imponía. Conocía y era conocida por todo Fuentes en la década de los 70.

El mundo todo está formado por un patio enlosado que es patio y es recreo

Si el colegio de las monjas era la patria terrenal, la iglesia adjunta era el camino para el paraíso de los cielos. Y eso que en Fuentes siempre se la ha considerado un templo menor. Casi todos los novios han preferido casarse en Santa María la Blanca o en el convento de San José. El día grande de las monjas es el Jueves Santo y la salida del Cristo de la Veracruz, en la década de los 70 conocida como la hermandad de los señoritos por ser la más lujosa. Cuentan que una monja se quedó ciega haciendo el manto de la Virgen. Montaban la procesión el Reyes Gitano y Carito, pero cuando el primero emigró Benidorm quedó Carito como principal artífice de los pasos, con el tallista y pintor Manuel Mazuelos como hermano mayor. Su adjunto, el tendero Luis la Roeta, tuvo una mala muerte ahogado en la piscina del polideportivo. Ocurrió en septiembre de 1982.

El gafe siempre ha rondado a la procesión de las monjas, especialmente las lluvias que tantas veces se han interpuesto entre sus imágenes y los fieles. Una de esas muchas veces en las que el agua del cielo amenazaba la salida, Manuel Mazuelos decidió dejarla a resguardo de las nubes, pero entonces los costaleros se plantaron delante de su puerta, en la calle Mayor, reclamándole la mitad del jornal. O eso o la sacaban en Viernes Santo. En el arte de la pintura, Manuel Mazuelos fue maestro de Juan Corzo y de Víctor López Leonés.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Fuentes y un huerto claro donde madura el limonero. Mi infancia es el eco de un coro tierno que repite cansino "la m con la a, ma. La m con la e, me. La m con la i, mi. La m con la o, mo. La m con la u, mu. Mamemimomu. Mi mamá me ama, yo amo mucho a mi mamá. La patria de las letras, la segunda patria infantil.

Pintura de Manuel Mazuelos