Lo primero que se siente al bajar del avión en el aeropuerto Osvaldo Vieira de Guinea Bissau es la bofetada de calor. Húmedo e intenso, el calor tropical llena las pocas caras blancas de un sudor que no cesa ni en la sombra. No llego sola. El respaldo de la ONG sevillana “Periodistas Solidarios” se hace notar. Sus colaboradores operan cerca de Bafatá, la segunda ciudad más grande de Guinea Bissau, desde hace más de una década. En 2018 abrieron Radio Mulher, un proyecto periodístico en el que pocos creyeron en sus inicios, por ser las mujeres las encargadas de hacerla funcionar en un país en el que persiste la ablación en determinadas comunidades. En sus cuatro años han demostrado que el periodismo, igual que la lucha por la igualdad de género, son objetivos no solo realizables sino bien acogidos y esperanzadores para los habitantes de Bafatá.

Será el mes y medio más extraordinario de mi vida. Y necesito contarlo. Esquivando incontables baches, dejamos Bissau, la capital, para adentrarnos en la carretera de tierra rojiza que lleva a nuestro destino, Bafatá. En principio éramos cinco, contando con el conductor, de no ser porque a lo largo de las tres horas de trayecto se van subiendo y bajando amigos y conocidos de mis acompañantes, como si de un autobús público se tratara. Mujeres guineanas desafían la gravedad portando sobre sus cabezas cántaros atestados de frutas y otros productos de temporada. Los cinturones de seguridad parecen no existir en los coches, igual que los cascos de los motoristas. Las mujeres caminan con grandes barreños de comida sobre sus cabezas, los hombres reposan a la sombra de los árboles y los niños deambulan.

La llegada a Bafatá

Tras dejar atrás una calle llena de puestos de ropa, comida y diversos utensilios, a la izquierda de una rotonda, bajando una enorme cuesta que tiene como desenlace el río Geba, llegamos a Radio Mulher. Poco antes de caer en el río, en lo que parece ser el antiguo centro de Bafatá, se encuentra a la izquierda una casa de un llamativo turquesa, rodeada de palmeras y altas farolas que hace años dejaron de funcionar. “Es una de nuestras principales reclamaciones, que devuelvan la luz a las calles de Bafatá”, protesta Egas.

Casa de Radio Mujer de Bafatá

La casa de Radio Mulher se encuentra a la izquierda de la larga cuesta que desemboca en el río. Nos recibe un simpático a la par que corpulento hombre llamado Ignacio. En el mundo al revés de Radio Mulher, las mujeres hacen información y programas e Ignacio limpia y mantiene en orden la casa. Atento y servicial, Ignacio, hablando un español de lo más básico, trata de comunicarse con la recién llegada, que no habla ni una palabra de portugués. Pero nos entendemos. Mi habitación se encuentra en la entrada, a la derecha, con una pequeña pero confortable cama y un frigorífico que, sorpresa, tampoco funciona, ya que la electricidad que necesita acabaría en poco tiempo con la batería de luz solar que mantiene la casa encendida y conectada. Todo tan austero como esperaba.

El oficio de periodista en África

Minutos después de mi primer amanecer en Radio Mulher, me encuentro con Bange, una periodista de tan solo 18 años, guapa y estilosa, que comienza a contarme lo duro de tener como oficio contar historias en Bafatá. Bange sube unas escaleras situadas junto a la radio, construidas por Periodistas Solidarios, que llegan al hospital, el cual me muestra. “Es muy difícil ser periodista aquí. Hay mucha gente que ni quiere hablar ni te respeta”. Según cuenta, hace unas semanas un hombre fue hallado muerto en el río tras haberse escapado de la cárcel: “La versión oficial es que se ahogó, pero muchos testigos dicen que fue asesinado". Afirma que el hombre estaba encarcelado por tráfico de drogas y tenía el juicio unos días después.

La radio está ya más animada. Acabo de conocer a Aua, una robusta y animada chica de 21 años, algo distante en un principio, y Lolita, la directora de la radio, con un velo burdeos que cubre su pelo y un prominente relieve en el vientre que delata su embarazo. Absorta en mi escritura, tardo unos minutos en reaccionar al escándalo que se escucha tras la ventana. Al asomarme, veo una marea de vestidos y túnicas de colores alegres siguiendo el paso de una camioneta con varios hombres sobre ella, ondeando banderas con unas siglas que no consigo identificar. Bange, Aua y Lolita corren a la puerta. “Es la marcha de un nuevo partido político, lo crea el ministro del interior de Guinea, Boche Candé. Se acercan las elecciones…”, afirma Lolita con cierto tono de apatía. Tras pensarlo un poco, Aua, Lolita y yo partimos en busca de la camioneta, mientras Bange se queda a cargo de la radio. La marcha se detiene en un callejón, donde se encuentra la sede del nuevo partido, la están inaugurando. El ambiente es indescriptible. Un señor, desde su puesto ambulante, hace y vende café a los asistentes, de todas las generaciones.

Las mujeres lo hacen todo, mientras los hombres descansan

Un chico, siguiendo a la embravecida multitud, clama por los derechos de los trabajadores. Entre la muchedumbre se observan niños que juegan, adolescentes con sus motocicletas aparcadas frente a la sede, donde los adultos aplauden y animan fervorosamente las palabras del nuevo líder político. A su vez, se oyen los rítmicos sones de un tambor africano mientras las mujeres cantan. Al sacar la cámara de fotos todos comienzan a pedir ser retratados. El PTG, Partido dos Trabalhadores Guineenses, causa furor entre los allí presentes, pero la cámara de fotos les roba el protagonismo. Los niños comienzan a pedir que los inmortalice, también las señoras, incluso los miembros del partido político.

Con esfuerzo, Lolita, Aua y yo marchamos del lugar de vuelta a la radio. Pero no andamos más de tres pasos cuando un señor vestido con una túnica musulmana pide a Aua que vuelva a la sede del partido. A los cinco minutos vuelve, con gesto empoderado, tras haber rechazado el soborno del hijo del líder del nuevo partido. “El hijo del ministro me ha ofrecido dinero, no sé para qué, pero lo he rechazado”, asegura la valiente periodista. El señor de la túnica musulmana es periodista en la radio musulmana, una de las principales de Bafatá, junto a la cristiana. Me pregunto si él aceptó el soborno. Al fin y al cabo, ha sido él quien ha pedido a Aua que regrese. Parece que así funciona el periodismo en Bafatá, pero por suerte, ya existe Radio Mulher.

Bange, periodista de Radio Mujer, sube la escalera del hospital

El hospital

Tacho otro día en el calendario. Son las 7:30 de la mañana y en Guinea Bissau es necesario aprovechar las horas de luz. Ayer Aua prometió que hoy me llevaría a conocer a los médicos cubanos, y así lo va a hacer. El hospital se encuentra en lo alto de una colina, cuya escalera fue construida por Periodistas Solidarios, hasta entonces los bafatenses subían casi trepando. El novio de Aua, Amado, estudiante del último año de Medicina, nos acompaña a conocer a la doctora Doris Herrera y al doctor Manuel Hernández, que viven en Bafatá desde hace dos años: “Nosotros hemos ido a muchos países, y éste nos atrapó. La gente es maravillosa”.

A punto de irnos, comienzo a escuchar unos horribles gritos, un llanto desconsolado, busco a mi alrededor y veo a una mujer ya madura que, de rabia, casi se arranca el pañuelo que le adorna el pelo. Tratando de averiguar el motivo de su tristeza, advierto que la mujer sigue los pasos de un hombre más joven que porta en sus brazos una sábana que cubre algo pequeño y alargado. Acaba de morir su bebé. Nunca se está preparada para ser testigo de estas escenas, que, por la reacción casi indiferente de Aua, parecen acontecer a menudo.

Tres periodistas de Radio Mujer, Aua, Lolita (en el centro) y Bange


Vuelvo al alboroto de la radio y Rugui, otra periodista de Radio Mulher, que ha estado en España durante el mes de septiembre formándose en la Universidad de Sevilla, me pide que la acompañe a su casa. Caminando hasta su casa, vuelvo a observar las mismas escenas de los dos días anteriores: hombres jóvenes agrupados a la sombra de los árboles, dejando pasar el día; hombres adultos agrupados en los pocos bares de Bafatá, dejando pasar el día; y mujeres trabajando. Por último, por supuesto, los niños: unos pocos, los menos, con mochilas en la espalda y camisetas uniformadas con nombres de centros educativos, y el resto, deambulando.

“Aquí las que trabajan son las mujeres, vendiendo por las calles y en el mercado, además de ser las que cuidan de la casa y los niños”, aclara Rugui. Ante la pregunta evidente acerca de las actividades con las que los hombres pasan el día, la respuesta es contundente: “descansan”. Para colmo, aunque las encargadas de llevar dinero a casa son las esposas, los maridos “son los que mandan”. Hombres, mujeres, niños… Todos parecen estar siempre en el mismo lugar. Aquí todo parece estático, la vida es pausada. Es solo el segundo día y ya parece que llevo aquí dos semanas. Los días pasan lentos, pero mi ritmo es vertiginoso.

En la foto que abre este reportaje, las periodistas Gabriela Sardá y Rugui Baldé