Moderación, moderación, todo el mundo pide moderación, contención, temple, mesura y comedimiento. Estaría bien que todos se serenasen en estos tiempos dinamiteros en los que nos ha tocado vivir. Pero los halcones desayunan palomas todos los días y no hay claveles para tapar tanto cañón de fusil. La cara de perro se suaviza con sonrisas, aunque escondan colmillos afilados. Los eufemismos son sonrisas del lenguaje que sirven para dulcificar el vinagre, pero el ácido acético sigue escociendo por mucha miel de caña que se le eche. La verdad se esconde tras palabras que nunca son inocentes, muchas veces son cómplices, otras, armas ofensivas que acaban costando vidas de esas que completan estadísticas, de esas a las que a nadie les importa.

¿Eran tres mil o treinta mil los muertos?

Se habla de operaciones militares especiales rehuyendo la palabra invasión y de los cuerpos sin vida, de víctimas colaterales. Se habla con mucha frecuencia de terrorismo, manoseando, desvirtuando y amoldando la palabra según convenga. Al parecer el terrorismo es la violencia asesina provocada por desalmados sin ejército, pero si un ejército provoca violencia asesina, entonces es una defensa estratégica, aunque el resultado sea el mismo. Cada bando mata lo que puede, Dios está del lado de los combatientes. Del lado de los muertos no lo está ni siquiera el diablo.

Se maquilla, se disimula y se disfraza la realidad, porque no es apta para cardiacos y moderados, porque genera impotencia y rabia contra los poderes públicos y privados, porque quizá querríamos sentar en el banquillo a más de uno, pero sobre todo, porque con la verdad no se hace negocio, no se venden misiles de medio alcance. En lugar de impedir la barbarie les vendemos armas, siempre para su defensa, claro. La paz tiene caminos que ni la razón ni el corazón entienden, pero sí la cartera. Actuamos de buena fe, henchidos de moderación, somos razonables, majos y muy democráticos. De hecho, invocamos la paz sin descanso.

No se puede ser moderado, buscando la equidistancia ante el asesinato, por mucho que lo vistamos de seda. Tampoco vale la actitud de los bañistas que esconden la ropa entre arbustos manchados de sangre igual de roja que la nuestra. Estamos viviendo “virtualmente” un drama televisado en directo y otros muchos en diferido, que parecen tan irreales como los personajes de una serie de terror de Neflix, pero que son tan verdaderos como terroríficos.

Estos son momentos históricos. Todos los tiempos, por estúpidos que sean, forman parte de la historia. Estos no iban a ser menos. En un futuro, si aún quedan árboles en pie, las generaciones venideras nos acusarán con razón de no haber hecho nada ante el asesinato, de no ser radicales contra la infamia y el exterminio de inocentes. Acusamos hoy día a los políticos y los soberanos estados del “yo no me meto, yo no me meto”, que no hicieron nada contra el Nacional Socialismo. Admiramos a Churchil, porque él sí se metió y despreciamos a su predecesor, Neville Chamberlain, por lavarse las manos con agua micelar.  

¿En qué momento nos volvemos moderados? O mejor dicho, moderadamente cínicos, especialistas en parapetarnos tras las palabras, caminando por la justicia de puntillas, como las bailarinas que pintaba Edgar Degas ¿Se nace moderado o se aprende? ¿Se nace egoísta o te lo enseñan desde pequeño? Quizá lo que pasa es que también nos engañamos con eso y no somos moderados, sino cobardes, acomodados que seguimos la máxima de “ande yo caliente…”. Total, todo esto, como en los cuentos infantiles, ocurre en países muy, muy lejanos.

El horror produce monstruos y esos niños que vemos caminando solos, a los que se les ha robado la infancia, la familia, el futuro y la esperanza, son fácilmente convencibles de que la vida no es posible, que da igual vivir que morir, que hay un cielo para los mártires, que la vida va de matar y morir ¿Vamos a seguir fabricando terroristas por omisión? Probablemente, sigamos permitiendo que la venganza se apropie de la justicia y el ojo por ojo nos deje a todos ciegos. A fin de cuentas ya lo estamos, no vemos, no queremos ver campos de concentración, ni queremos oír hablar de limpieza étnica, ni exterminio, ni asesinatos, por eso los denominamos de manera creativa, nos inventamos palabras que rápidamente se ponen de moda.

En estos tiempos sin fiel en la balanza reaparecen fantasmas que creíamos superados, como holocaustos, exterminios y limpiezas étnicas. Eso sí, travestidos de modernidad contable. Sé muy bien que no existen ni el blanco ni el negro, que hay matices, pero el gris puro no está en el centro, hay muchos grises. Aspiro a ser moderadamente vehemente, dentro de un orden, y radical ponderado con argumentos, depende de lo que considere que está bien o mal. No es fácil, pero lo intento.