Varado como una vieja ballena en la playa, duerme arrinconado en una vía apartada, “El Catalán”.  Algún alano y más de un vándalo, ha pintarrajeado su piel de lata, sin conocer las historias vividas en sus incómodos asientos. Hace mucho, quizá no tanto, los sueños andaluces, viajaban durante una eternidad, por caminos de hierro que solo conducían hacia el norte. Si pudieran, las ventanillas reflejarían el brillo en los ojos de los viajeros, al ver alejarse los olivares de Jaén. Los “adiós mamá, te escribiré”, los “dentro de poco, vendréis tú y los niños” y los “hasta nunca tierra sin pan”, fueron la banda sonora, en  viejas estaciones atestadas de gente.  

Con maletas de madera atadas con cuerdas, pantalones de pana, alpargatas, chaquetas raídas y caras curtidas por el sol, exhibían lo único que les no les habían robado todavía, la dignidad. Albergaban la esperanza de llegar a la estación de Francia, trepar a un andamio y convertirse en charnegos. Muchos se quedaron y Cataluña les acabó queriendo.

Viejo expreso, nadie quiere que nos recuerdes quienes fuimos, que tuvimos hambre, que el miedo dominaba nuestras vidas por la gracia de Dios, en una tierra propiedad de señoritos, en una España gobernada por asesinos. Anciano vehículo, te venderán al peso para convertirte en latas de bebida isotónica, que expenderán máquinas en los gimnasios. Este país pijo y amnésico, desprecia a personas valientes de otras “tierras sin pan”, que huyen de la falta de futuro, de caciques de pueblo, dictadores y hasta de las bombas.  Por eso, tren desvencijado, no te pierdas en la niebla del olvido, sigue siendo “El Catalán”. En Barcelona le llamaban “El Sevillano”, “El Malagueño” o “El Granaíno”, según el horario de salida.

Recuérdanos quienes somos.