Las catástrofes naturales nos acechan por doquier. Es como si un dios, cualquier dios, en su santa bondad, hubiese decidido jugar con sus criaturas, como si fuésemos clic de Playmobil. Eso sí, los muñecos que ganan en el juego siempre son los mismos. Los que pierden, también. Algunos cachondos como yo pensamos que no parece que haya un sumo ser que premie o castigue, según su comportamiento a santos y diablos. Así que igual tenemos la culpa nosotros de una gran cantidad de los desastres que nos acechan. Las catástrofes se pueden dividir en dos grupos, las naturales y las humanas. Las naturales son impredecibles, taxativas; nada podemos hacer contra los terremotos, los volcanes o la alopecia androgenética.

Las catástrofes humanas, sin embargo, tienen que ver con la materia gris o, mejor dicho, con su escasez. También son naturales porque la estupidez se produce de una manera natural, tanto como los charcos que deja la marea, la bioluminiscencia o el mal gusto musical. Ignoro si Charles Darwin tenía una explicación sobre por qué las personas que tienen más éxito en la vida son las más lerdas, infantiles, egoístas, prepotentes y sobre todo hijas de puta. Parece como si la consecuencia de la selección natural, en el caso del ser humano, en lugar de provocar la evolución de la especie, provocase la involución autodestructiva.

España está ardiendo por los cuatro costados. Es toda una tradición, la canción de cada verano. A este paso no van a quedar muchos bosques que quemar, ni muchos veranos para contarlo. Sigue habiendo cenutrios haciendo paellas en los bosques, operarios con maquinaria pesada que hacen saltar chispas, mamarrachos que tiran colillas encendidas por la ventanilla y zampabollos especuladores. También hay enfermos, enfermos de verdad, que disfrutan desatando el infierno.

El cambio climático ya está aquí. Aprovechando esta circunstancia hemos vuelto a quemar carbón, gas y mucho, mucho petróleo, por aquello de la crisis. Se legalizan los pozos ilegales en el entorno de Doñana, los acuíferos están más secos que el ojo chungo de Blas de Lezo. “Esto es una catástrofe natural”, dijo cariacontecido López Miras, presidente de Murcia para justificar los vertidos incontrolados de fertilizantes, que están convirtiendo el Mar Menor en una pradera menor. Los polos se deshacen, ya no hace frio como antes, pero de pronto un temporal de nieve paraliza media Europa o llueve tanto que nos ahogamos en el llanto de inundaciones bíblicas, todo son “catástrofes naturales”.

Hemos estado más de un mes por encima de los cuarenta grados. Por una ola de calor (natural por supuesto). Escasean las coquinas, las lubinas, los mejillones y las doradas, que son sustituidas por botellas de plástico y bastoncillos para los oídos. Hemos convertido los mares en cloacas, pero nadie es responsable. Así podría estar todo el rato enumerando los grandes éxitos del caballo de Atila que es la especie humana, pero se me van a romper los tirantes. La desfachatez de ganar unos céntimos más por aquí y otros por allá, destrozando todo aquello que palpite, rapiñando todo lo que tenga un mínimo valor, también es natural. Forrarse a costa de los derechos civiles, laborales, culturales, incluido el derecho a beber agua o respirar, hasta formar una montaña del tamaño del Everest, a algunos les parece el resultado de brillantes gestiones empresariales. Grandes mentes, líderes de sus países o de sus multinacionales solo aspiran a tener más, más poder, más dinero, tanto que no tendrán tiempo de gastarlo ni viviendo cien vidas.

Traigamos naranjas desde Sudáfrica al país de las naranjas, fabríquese todo en China, que allí trabajan por casi nada. Veamos por la tele el mejor fútbol del mundo mundial, retransmitido desde una dictadura feudal, que será tan amable de dejar de lapidar mujeres mientras dure el campeonato. Si hay un duro a ganar… Igual creen que las “catástrofes naturales” se van a quedar en “el tercer mundo” o en los barrios bajos. Imaginan que no se acercarán a sus mansiones, que para eso tienen seguridad privada.

A estas alturas de mi vida ya no sé qué es natural y qué no. Parece natural que este mundo produzca cabrones sin escrúpulos, que son admirados como prohombres, en lugar de ser tratados como delincuentes. Parece natural que nos desangremos en guerras. Parecen naturales los dictadores, tan naturales como el virus del tifus. Parece que nada es inevitable, que nada se puede enfrentar a la naturaleza humana, que sufrimos un eterno castigo divino. A este paso, al mundo le quedan dos telediarios. Cada día me alegro más de no durar lo suficiente para vivir en un futuro asolado, de no dejar descendencia que sufra las consecuencias de la ambición agónica y parásita de unos pocos y la aquiescencia, la indolencia y la desidia de casi todos los demás. Es natural, somos estúpidos.