Por mucho que viaje, mi brújula sigue apuntando hacia el sur, un valor absoluto que se vuelve norte si se llega al confín. Ningún zoólogo se atrevería a defender que el pingüino emperador piense en nada. Si lo hiciese, estoy seguro de que sentiría que la Antártida es su tierra, aunque esté bajo una capa de 2.500 metros de hielo. El sur les pertenece, tienen que conquistarlo cada invierno.

Miro el globo terráqueo con detenimiento, pero no veo ni un arriba, ni un abajo. El mundo es una esfera que gira en el espacio. Sin embargo, en los mapas que cuelgan de las paredes, el norte siempre está arriba y el sur abajo. El mundo es como si fuera una mansión victoriana, en la que el sur es la pobreza, la incultura, la violencia, la desgana, la corrupción, la frivolidad, la indolencia. Por el contrario, el norte es la inteligencia, el esfuerzo, la riqueza y la responsabilidad.

Dicen que los andaluces somos del sur ¿De qué sur?, me pregunto. Supongo que se referirán al sur de España. Pero los del sur son los habitantes de las islas Canarias. De un plumazo somos reducidos a un punto cardinal, un lugar imaginario donde habitan los fantasmas, las pesadillas y el sentido de superioridad de aquellos que no se consideran sureños. Somos  una sopa llena de tropezones que flotan a la deriva, sin pundonor, sin afán de superación, sin dignidad. Hablan de comunidades históricas, como si la historia fuese un lujo reservado a los ricos. Parecería que nuestra tierra ha surgido hace poco de las profundidades. El desprecio cultural no sólo está dirigido a Andalucía, ojalá. Nos lo dedican al sur, todos los sures, con la idea xenófoba de que se es mejor por haber nacido en un lugar determinado.

España es el sur para los holandeses, austriacos y alemanes. Marruecos, lo es para los españoles y Senegal para los marroquíes. México para los estadounidenses y Honduras para los mexicanos. Filipinas para los japoneses, y Timor para los filipinos. No hay nada como creer en la inferioridad del vecino para creerse mucho mejor de lo que se es en realidad. Sería un buen negocio comprar a más de uno por lo que vale, para venderlo después por lo que dice que vale.

No hay música africana, sino “músicas del mundo”. No hay copla andaluza, sino canción española. No hay mayor desprecio que simplificar hasta la nada lo que se ignora. Nos han vendido ese mensaje, nos lo han repetido tantas veces, que muchos andaluces lo han comprado y han acabado cantando “yo soy del sur”, orgullosos, al parecer, de ser de una tierra sin nombre.

Yo no soy del sur, soy del este, de Granada, pero vivo en el oeste, Sevilla.

Qué pensarían de nosotros si dijésemos, el centro en lugar de Madrid, el  Noreste en lugar de Catalunya, el noroeste en lugar de Galicia.

¡Ah, Andalucía, con lo fácil que es pronunciar tu nombre!