He consultado con mi médico y me ha hablado sobre estudios muy serios realizados por la cátedra de “ruidos desagradables” de la universidad de Wichita Fall. En ellos se afirma que la cantidad de estupideces que puede escuchar el oído humano es limitada. Quizá por eso, estos últimos días he estado un poco confuso, he tenido ataques de risa, seguidos de ataques de indignación, ante las afirmaciones de algunos políticos, periodistas, tertulianos y tertulieros.

Al parecer, según ellos, le debemos la libertad a Juan Carlos de Borbón. Hay quien cree que este señor, generosamente, renunció a todos sus poderes heredados, para traer la democracia a España. Nadie habla de que el poder absoluto e ilegitimo se lo otorgó el general Franco. Poder que había adquirido tras su traición a la patria, a través de un golpe de estado fallido que ocasionó la guerra civil y que hundió a España en la miseria moral, cultural y económica. Podían haber sido menos los muertos, pero prolongó la guerra con la intención de exterminar a todos lo que no pensaban como él.

Cuarenta años más tarde, Juan Carlos allanó el camino para el advenimiento de la democracia, es cierto ¿Podría haber hecho otra cosa? ¿España habría aguantado a otro dictador? La respuesta es sencilla, NO. La sociedad de los setenta quería vivir en el siglo XX. No aguantaban esta situación de ahogo ni los estudiantes que corrían delante los grises, ni los trabajadores organizados en sindicatos, ni los emigrantes que no habían entendido eso del ”milagro económico español”, ni las mujeres sometidas a sus maridos, ni la izquierda condenada a la clandestinidad (especialmente el Partido Comunista de España). Sí, sí, los comunistas.

Políticos demócratas de todo pelaje, empresarios con visión de futuro y hasta la iglesia católica decidieron que “el imperio” del caudillo se había acabado. Eso sí, una vez muerto. Las mismas lenguas “lametraseros”, dicen que el rey salvó a España el 23F. La única causa que le hubiera llevado a ponerse del lado de los golpistas habría sido que fuese republicano y quisiera abolir la monarquía.

¡Callaos que está hablando el rey! Decía mi padre cada nochebuena. Mi padre y millones de padres y madres veían en Juan Carlos I la proyección de un país moderno y democrático en el que, por fin, el trabajo honrado tendría su premio y habría justicia y libertad para todos. Juan Carlos de Borbón podría haber pasado a la historia como un buen jefe de estado, que fue rey durante una época de esplendor y crecimiento sin precedentes. En lugar de eso, acabará en el estercolero de la historia, junto con Felipe III, ”El perezoso”, monigote del duque de Lerma; Fernando VII, “El rey Felón”, miserable títere de Godoy, o su abuelo Alfonso XIII, marioneta del general Primo de Rivera e impulsor por incompetente de la Segunda República. El emérito pasará a la historia como Juan Carlos I “El Zampabollos”, muñeco de Corinna Larsen. El rey campechano que consiguió tener engañado a todo un país durante cuatro décadas.

¡Viva España, viva el rey! Le gritaban el otro día al bajarse de un avión pagado por una monarquía absolutista y medieval. Me hubiera gustado mucho que, al verlo montado en su velero, el pueblo le hubiese gritado ¡Bribón!, ¡Bribón! pero no ha sido así. A estas alturas no nos vale un “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. No nos interesa que pida perdón, pero estaría bien que devolviera el dinero que se ha llevado. Pobres incautos, creíamos que el rey viajaba con empresarios para fomentar la economía. Pensábamos que se trataba de nuestra economía, no de la suya. Es curioso que los mismos que atacan a ”Perro Sánchez” por el uso del Falcon, defienden que la primera autoridad del Estado, que está ahí para hacer bonito, se gaste nuestros cuartos en amantes, apartamentos para amantes, cacerías con amantes y espiando a sus examantes.

En julio del 91 le hice la foto que ilustra este artículo y que fue portada de la revista Cambio 16. El rey fue portada de la revista para la quue yo trabajaban entonces porque en su discurso, en lugar de hablar de las típicas soserías y ñoñeces, criticó a la clase política de entonces por corrupta. Me sentí muy bien, pese a ser republicano, porque al menos el jefe del Estado, por encima del bien y del mal, criticó en un acto de responsabilidad a una clase política que lo merecía. Muchos republicanos, monárquicos y no definidos, creímos aquello de “mientras funcione…"

Felipe VI tiene que torear un inmenso marrón, un gran obstáculo que le puede costar el puesto; el apoyo de los monárquicos. Ellos son la mejor garantía que tenemos de que se instaure la tercera República.