Hubo un tiempo, quién sabe cuántos años ha, en el que muchos fontaniegos entresacaban girasoles con la cabeza cubierta con ramas de romero, camuflados como comandos de una guerra cuyo enemigo atacaba provisto de aguijones como lanzas. La banda sonora de aquella guerra librada a campo traviesa por los alrededores de Fuentes pudo haber sido el tema de The Doors “No me moleste, mosquito”. Publicada en 1972, la letra de aquella pegadiza canción del verano decía, mitad en español y mitad en inglés, “No me moleste, mosquito, no me moleste mosquito, por qué no te vas a casa, déjame comer mi burrito”.

En aquel tiempo, el comando “Mirasoles” estaba formado por un tal Pepe Ricardo, su hermano Manolo Arropía, Eulogio Mamurcia y Antonio el Pollón. En los cultivos de girasoles por los que pasaba el comando no volvía a crecer la hierba. Fumaban Celtas largos para confundir al enemigo mortal con el humo. A las doce del mediodía parecían chimeneas infiltradas entre los panetes de las tierras de Verdeja, los cuatro sombreros de palma asomando aquí o allá, emboscados después de haberse comido el bocata de mortadela regado con vino blanco. Pepe Ricardo, jefe del comando, habría considerado un acto de indisciplina comer sin vino blanco o no llevar la cabeza llena de romero contra el enemigo.

No lejos de allí andaba Juan Turutu y su hijo Antoñito, los dos tíos con más riñones que había en Fuentes, segando a mano habas y garbanzos, igualmente provistos de sombreros cubiertos de romero. Imposible bajar la guardia. Comían al sol. No se han visto un padre y un hijo con más aguante. Por la noche, en las eras guardando las parvas de garbanzos y habas, se atrincheraban detrás de toda clase de plantas repelentes.

En las tierras de Malaver, donde Cristóbal el Posadero quitaba yerbas a sus maíces para las vacas metido en una nube de enemigos. Un valiente. Cristóbal, que también segaba habas a mano, las acarreaba con un remolque y peleaba como un jabato cogido entre dos fuegos. Por un lado, le atacaba el picor de las habas y por otro los mosquitos. Menos mal que Rosario tenía sembrado romero por todas partes.

José María Chicaíngo, Manolete Cachiporro, Ramón de la calle Zajarilla, Manolo Arropía, los hermanos del Kiki y muchos más andaban cargando pollos a oscuras en la nave Rafael Turutu (hijo de Juan Turutu). La caja del camión parecía no tener fin engullendo pollos cuando, de repente, con las fuerzas propias agotadas por la carga de pollos que pesaban un quintal, se produjo un ataque sorpresa del enemigo brutal. Dicen que los peores enemigos son los más pequeños. Los invisibles suelen ser mortales.

Aquella batalla sin cuartel, librada en la oscuridad de la noche profunda, se saldó con abundantes bajas entre pollos y cargadores de pollos, muchos de los cuales acabaron con las carnes acribilladas. Los atacantes aprovecharon la oscuridad y la cercanía del arroyo. Cuando el camuflaje del romero era insuficiente, como les ocurría a los hijos de Pedro el Granaíno, que tenían casilla en las tierras de Verdeja con vacas y cochinos, era dado recurrir a meterse debajo del pasto para escapar del agudísimo del aguijón enemigo.

Hecha a la guerra de veranos interminables, las gentes de Fuentes habían ingeniado mil y una formas de repeler el ataque enemigo. Romero en macetas colgadas de las paredes del patio era una de ellas. Había siempre en todas las casas un rinconcito de olor aparentemente campestre y agradable, pero cargado de fuerte intención defensiva. Ternura armada para salvar la siesta a la sombra del limonero. El romero o la menta gatuna, albahaca de gatos o hierba gatera. Lavanda fresca, tomateras, menta, caléndula, limonero. Un arsenal nuclear.

Menudos veranos, los de Fuentes entonces. Especialmente en la Puerta del Monte. Cristobilla Ichi (Cristóbal Iznar) tenía la costumbre de sembrar algodón y maíz para las vacas. Regaba haciendo una presa en el arroyo la Madre y, mediante un motorcillo, subía agua hasta su tierra. Lo mismo hacía el Niño la Justita en el arroyo lo Transparente. En aquellas presas se daban cita en verano todos los mosquitos del mundo. La Costa del Sol de los dípteros nematóceros cuando los ingleses estaban descubriendo Marbella.

(El arroyo lo Transparente nace en el pozo de la iglesia, pasa por debajo de la herrería de Manuel León "Negro Jerrero", sale al pilarillo del matadero y sigue su curso por lo Transparente, que eran unos arbustos que había frente al actual pilarillo donde beben las cabras).

Aquellos veranos con el aire (sin acondicionar) plagados de mosquitos en los colegios de la Puerta del Monte, cuyas clases se protegían con romero y yerbabuena. Antonio Pruna, tristemente desaparecido, sudaba intentando sembrar alguna mata de álgebra en la estéril tierra de algunos cerebros. Antonio y María Aurora escribían los artículos de la revista de la feria. Antonio escribiría ahora en este periódico, como hace María Aurora. Tal vez porque él no puede, lo hacemos otros en su nombre.

Nos lavábamos una vez por semana, aunque no nos hiciera falta, y teníamos una ropa de diario y otra de domingo. Las aulas olían a humanidad. Agria, agraria y agraz. Áspera y prometedora como la tierra. Los mosquitos formaban parte de la vida, lo mismo que el calor, la calor y las calores. Tres grados de progresión hacia el infierno que solían acabar, chispa más o menos, cuando había que regresar a las aulas para empezar a sudar las matemáticas. Interpretación geométrica de un par de vectores no nulos en el espacio vectorial R2. Antonio Pruna era un cerebrito.

Porque los niños de Fuentes siempre han sudado, cuando no bajo los rayos del sol, con los mosquitos zumbando en el oído, con las progresiones aritméticas, geométricas, trigonometría o números complejos. Menos mal que por aquellas fechas alguien con sentido común inventó el aprobado general político, una especie de huelga a la japonesa contra la precariedad laboral de los profesores. Contra el gobierno, aprobado general y contra los mosquitos, un ramito de romero en el ojal de la camisa cogido en el jardincillo del conserje.