Días pasado leía en un periódico digital lo siguiente: “El 50% de los estudiantes de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) no es capaz de distinguir un bulo o titular falso (fake news) frente a otro verdadero sobre un mismo tema, según revela una investigación de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M)”. Seguía diciendo dicho periódico que más del 70% de los jóvenes y adolescentes de entre 10 y 15 años dispone de teléfono móvil, su principal medio de acceso aInternet. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La universalización de este medio no ha ido pareja al desarrollo de las habilidades que permiten enfrentarse con destreza y sentido crítico a la información masiva que reciben diariamente.

Es preocupante el fenómeno que estos datos nos muestran: indican cómo los jóvenes y adolescentes, inclusos niñas y niñas, están indefensos ante bulos y falsas descripciones de los hechos. Indefensión que más de una vez pude comprobar en mi etapa de docente, donde trataba con frecuencia problemas derivados  de las redes sociales y del uso que de ellas hacían el alumnado. Problemas que se veían agravados por la natural rebeldía de la adolescencia y, a veces, desconocimiento, debo confesarlo, del terreno en que ellos y ellas se movían, cuanto más que me veían, estoy convencida, como alguien ajena a su mundo.  

Es un hecho que los más jóvenes se informan a través de las redes sociales, algo imparable, al parecer, tal vez porque ellas y ellos viven en el futuro, mientras algunas de nosotras ya vivimos en el pasado. No está el peligro en ello, en internet, en las redes, sino en la forma en que estas  se sirven para manipular, engañar y crear bulos que son vistos  como noticias o hechos reales. Decimos, pensamos, que son los más jóvenes lo más expuestos, pero ¿es realmente  así? Creo que es un fenómeno que afecta a una mayoría de la población; con el auge de las redes sociales y una televisión cada vez más basura, más manipuladora y tendenciosa, que  nos hacen confundir el periodismo con los bulos, los comentarios personales que aparecen en la redes, o las fake news. Quizás a todo esto haya contribuido el mal periodismo que desde hace tiempo practican algunos medios, por no decir casi todos, pero aún existen casos honrosos de buen hacer periodístico.

Nos hace falta una educación capaz de crear criterios, capacidad de discernir los hechos de lo opinable, crear hábitos de lecturas sosegadas de distintas opiniones y descripción, siempre hay subjetividad, de noticias reales, para luego tener una opinión basada en la reflexión, en el conocimiento lo más cercano posible a la verdad. Saber distinguir un periódico de una red social y saber qué papel juega cada uno en la creación de opinión pública.