¿Y cuáles son, exactamente, esos pasos firmes en la dirección correcta de los que hablábamos ayer? Con el gobierno de coalición, el salario mínimo interprofesional ha aumentado un 54% desde 2018, pasando de 735 a 1.134 euros en 14 pagas, mejorando las condiciones de vida de más de 2,5 millones de personas trabajadoras. La reforma laboral de 2021, solo en su primer año, provocó un aumento del 238% en la contratación indefinida, revirtiendo una década de precariedad asumida como norma. La revalorización de las pensiones conforme al IPC, se ajustan al coste de la vida y beneficia a más de 10 millones de personas, y ha supuesto en 2024 un incremento medio del 3,8%.
El Ingreso Mínimo Vital llega ya a más de 2 millones de personas, entre ellas muchas que, sin esa red, habrían caído en la intemperie social. Y en derechos civiles, España se ha colocado en la vanguardia: la Ley de Eutanasia, aprobada en 2021, nos convirtió en el séptimo país del mundo en regular este derecho. El permiso de paternidad se igualó al de maternidad en 16 semanas, situando a España entre los países más avanzados en corresponsabilidad. La inversión en becas ha alcanzado su récord histórico, con más de 2.500 millones de euros destinados en 2023. En 2023, la inversión en becas fue un 68% superior a la media anual del PP entre 2015 y 2018. En vivienda, la nueva ley ha permitido limitar alquileres en zonas tensionadas y ha impulsado la promoción de 183.000 viviendas públicas de alquiler asequible, una cifra que multiplica por nueve las de los años anteriores.
Para ponerlo en contexto: en el periodo 2017–2018, bajo gobiernos del PP, no se superaron las 5.000 viviendas anuales. Incluso se llegó a vender vivienda pública a fondos privados, como ocurrió con las 3.000 viviendas sociales transferidas en Madrid. Frente a la lógica del recorte y la externalización, esta nueva política supone una decidida apuesta por garantizar el derecho a la vivienda desde lo público. Y en la revolución verde, España lidera: más del 50% de la electricidad generada en 2023 fue renovable, y somos líderes europeos en instalación de energía fotovoltaica. El sol no solo brilla: ahora también alimenta. Durante la pandemia, los ERTE protegieron a más de 3,5 millones de empleos. Fue una red tejida en tiempo récord para evitar una caída libre del empleo.

No es exagerado decir que se salvó el tejido productivo. ¿Y en lo macro? España cerró 2023 con un crecimiento del PIB del 2,5%, muy por encima del 0,4% de la eurozona. Mientras Alemania entraba en recesión y Francia apenas avanzaba, España lideraba el crecimiento en Europa. Pero no fue solo una cifra: fue un crecimiento con empleo, con afiliación récord a la Seguridad Social y un récord histórico de contratos indefinidos, gracias a una reforma laboral que funcionó. La inflación, que lastró a medio continente, se moderó en España por debajo de la media europea, y la deuda pública, aunque aún elevada, empezó a descender en porcentaje del PIB por primera vez en años. Todo esto en un entorno de crisis energética, guerra en Ucrania y tipos de interés altos. Todo un hito histórico: España crece más que sus vecinos, crea más empleo, contiene la inflación y reduce el peso de la deuda -todo al mismo tiempo, no es lo normal; es lo excepcional-.
Todos estos logros se han alcanzado -y se siguen alcanzando- sin mayoría absoluta, sin el colchón confortable del bipartidismo, sin la vieja inercia de gobernar en solitario y por decreto. Se gobierna en coalición, con el respaldo de una mayoría plural del Parlamento; una mayoría construida a base de diálogo, cesiones y acuerdos. Lejos de ser un obstáculo, esa pluralidad sigue siendo una muestra de madurez democrática: la expresión institucional de una sociedad compleja, diversa, con más voces y más partidos. Donde algunos siguen viendo bloqueo, hay negociación. Donde se anunciaba parálisis, hay reformas. No se gobierna a pesar de esa pluralidad: se gobierna gracias a ella. Sin embargo, el hiperbólico Feijóo -tan dado a inflar titulares vacíos de argumentos- no tiene empacho en salirse del fundamento democrático y calificar este tipo de gobierno como ilegítimo.

La estrategia debe ser clara: evitar el naufragio, rearmar el barco y volver a navegar. Una transición ordenada permitiría preservar lo esencial mientras se oxigena el proyecto socialista. Obliga también a dejar atrás las lógicas personalistas, las fidelidades de despacho y los pactos de pasillo, para abrir el partido a nuevas voces, a liderazgos más conectados con la calle, con el tejido social, con los retos que nos interpelan: el auge del neofascismo, el cambio climático, la crisis del modelo económico global, la desinformación como arma política.
Pedro Sánchez debe asumir su responsabilidad, pero no para saltar por la borda y dejar el timón a la deriva, sino para activar los mecanismos democráticos internos que den paso a una nueva etapa. Esa salida, si es honesta, puede incluso dignificar su legado. Porque hay algo peor que caer: y es caer arrastrando con uno todo lo construido. La derecha y la ultraderecha sueñan con una izquierda fragmentada, acomplejada, bloqueada y huérfana de discurso. Solo una izquierda que sepa reconocer errores, sin dejar de mirar al futuro, poniendo en valor sus logros, podrá evitar que el desencanto se transforme en reacción.
No se trata de defender lo indefendible, ni de sostener a toda costa lo insostenible. Se trata de comprender que el contexto es más hostil y complejo de lo que parece. Y que, en medio de esta tormenta, el PSOE no puede suicidarse políticamente justo cuando más falta hace una izquierda democrática sólida, capaz de frenar una ola reaccionaria que no opera solo en las urnas, sino en todos los frentes. El problema no es solo interno -corrupción, errores, disputas- ni siquiera exclusivamente político. El adversario es también cultural, social y generacional. La izquierda debe enfrentarse a un clima mediático que desprestigia lo público, normaliza la desigualdad y ridiculiza los valores progresistas; a una ciudadanía donde crecen la desafección, el individualismo y los discursos de odio; y a una juventud que, muchas veces, ha crecido en entornos marcados por la precariedad, la desinformación y la despolitización. Frente a ese adversario, el PSOE no puede permitirse el lujo de autodestruirse y caer en una melancolía estéril. Debe renovarse con método, con ética, con política.