He vuelto a despertar en la torre, las voces de los pastores me han despertado. Una vez más discutían con los criados del Señor que pretendían cobrarles por el paso de sus ganados hacía la sierra del norte, allende Constantina. Siempre ocurre lo mismo, me duermo en el sillón viendo la serie de Netflix y me despierto en la torre. También los campesinos discutían, sobre sus viñedos y campos de trigo que nunca están seguros. Cuando no es la sequía, son las lluvias o el paso del ganado trashumante que lo dejan todo perdido. La culpa, dicen algunos osados, es del Señor del castillo que les hace sembrar en las veredas para así obtener él más beneficios. A él no le importa que las familias campesinas trabajen de sol a sol para poder tener comida y pagar al señor los impuestos.
Hoy era todo diferente, el señor rezaba mirando a la Meca, para después salir sobre su caballo seguido de su pequeña hueste hacía Carmona. Va a luchar junto al rey en la conquista de la ciudad. Siempre ha sido pragmático, me cuenta la dueña que teje junto a mí en la torre. Una vez conquistada Carmona, el rey nuestro señor, le otorgará un donadío, podrá cobrar derecho de peaje a los trashumantes, podrá obtener derechos sobre los campesinos que se verán obligados a moler sus aceitunas en los molinos que posee frente al castillo y los campesinos tendrán que acatar la ley. Poco a poco voy enterándome de lo que ocurre.
De nuevo he despertado en la torre, es noche cerrada y, junto al fuego, he oído historias de vikingos, de cuando hace siglos saquearon Sevilla para después ser vencidos por los Omeyas. Un mal recuerdo dejaron por estas tierras, dicen algunos. Sin embargo, me cuentan los labriegos en las noches de inviernos alrededor del fuegohistorias de antepasados comerciantes de quesos y granjeros que lucían trenzas y miradas fieras y valientes.
Hoy no estaba la torre, no estaba el castillo, al menos como yo lo había habitado. Todo es diferente, yo duermo en una especie de habitación con tres personas más, no sé quiénes son ni qué hacen aquí. Las calles desde muy temprano bullen de gentes que van de un lugar a otro comentando el acontecimiento. Hoy es un gran día, el progreso ha llegado al pueblo. Poco a poco se va llenando la estación, se respira en el aire una alegría contagiosa. De pronto alguien grita: ¡El tren! ¡Viene el tren! El pitido característico se oye calle Real arriba hasta el Cerro. Este día es histórico. ¿O ha sido ayer? Ya no sé dónde estoy en qué lugar vivo.
Hoy no está el señor, hace tiempo que no existe. La torre solo es parte de la casa donde los habitantes del pueblo acuden para ser curados de enfermedades comunes, a veces solo producto de la miseria, del olvido. Estos días los que acuden a ver al doctor sufren de ansiedad, de insomnio al pensar en su futuro incierto. Se quedan en la calle después de haber sido expulsados por otro Señor distinto del que señoreaba en la torre, de las tierras que durante años, generaciones incluso, habían trabajado. No, mi sueño debe estar errado… acuden gente cantando y bailando a las tierras de este nuevo Señor. Acuden a oír música y celebran fiestas de casorios, debe ser una equivocación. Todo es confuso, pero ahora que observo con atención que es otra la vestimenta, es otra la forma de actuar de las gentes. Una vez más el tiempo gira en el espacio sin un orden lineal.
Una vez más me he vuelto a despertar en el mismo lugar, la torre, pero todo era diferente. Me he asomado a la ventana y he visto un jardín hermoso que no existía en mis sueños anteriores, ¿O lo he soñado en un futuro? Junto al pozo, que permanece en el mismo lugar desde hace ¿cuánto tiempo? he visto a una doncella vestida de gala, hablaba con un muchacho que debe ser un criado por sus ropas. Ella lo apremiaba, a la vez que le dirigía una mirada extraña, ansiosa, para que se diera prisa en tener listo no sé qué. Él la miraba con ojos tristes, no sé muy bien qué ocurría entre ellos, pero sí sé que algo oculto había en esas miradas, en esas palabras. No tardé en comprenderlo, el padre de la doncella y Señor del castillo, apareció en el jardín ordenando a su hija que acudiera pronto a la capilla para oír misa junto a su futuro marido.
Sigo en este extraño mundo. El marqués de Nervión nos ha visitado hoy, iba de Madrid a Sevilla y se ha acordado del pueblo que lo vio nacer, solo ha estado unas horas, suficiente para que se le pidieran mercedes y favores que él ha prometido sin mucho entusiasmo.
Hoy al despertar, cerca de la torre, en lo que parece una celda, he sentido miedo, mucho miedo, no sé muy bien de dónde me viene esta angustia, este desasosiego. Oigo en la calle susurros ahogados también por el miedo, todo mi pueblo respira miedo, desaparecida la alegría que tan solo hace unos sueños viví bajo la bandera tricolor. La vida, ciertas vidas, han perdido su valor. Buscando restos de mi pasado he deambulado a través de los túneles ocultos durante tanto tiempo. Intento comprender al tiempo y su eterno devenir, su eterno volver una y otra vez. Vivimos de espalda a un pasado que nos justifica, que nos narra. Las leyendas trasmitidas en las noches de lluvias alrededor del fuego llegaron a nuestras madres, a nuestras abuelas, apenas llegaron a nosotros, ya no llegarán a nuestros hijos, el pasado se va transformando en una narración anodina, espuria, transformada en tradiciones inventadas al son de los vientos que corren.
Por fin vuelvo a despertar viendo la serie en Nexflit. Tendré que seguir viendo la serie que me lleva a mi pasado ¡¡Acabo de oír el pitido del tren! Ya no sé en qué momento quedé atrapada en el tiempo.