Jean-François Millet, el pintor del cuadro "Las Espigadoras" que abre este artículo, había nacido en una familia humilde campesina. Conocía muy bien el trabajo del campo, lo que le motivó a pintar escenas que reflejaban la realidad del campesino humilde y sin tierras. La escena de las espigadoras representa la difícil realidad de la población campesina rural, donde conseguir un poco de trigo sobrante en el campo recién segado, tras una agotadora jornada, obligaba a las mujeres a recoger las espigas. En Fuentes conocemos muy bien la rebusca, un fenómeno que se ha mantenido vivo desde la noche de los tiempos y que ha servido a muchas familias para sobrevivir en medio de la escasez.

Históricamente, los jornaleros sin tierra han acudido a la rebusca para paliar la escasez de alimentos, aunque en estos tiempos se practica como un complemento de los ingresos y hasta casi como una afición. Está próxima la recolección de la aceituna, que casi siempre se iniciaba a primeros de diciembre y se prolongaba hasta finales de febrero o principios del mes de marzo, dependiendo de las condiciones meteorológicas y de la mayor o menor amplitud de la cosecha. Antes, en la cosecha trabajaba toda la familia, hombres, mujeres y algunos niños, con remuneraciones muy desiguales.

La rebusca posterior a la recogida de la aceituna que había quedado en el campo empleaba a la familia uno o dos meses más. Era una labor que los propietarios aceptaban de mala gana, pero que los jornaleros y familia consideraban como un derecho adquirido, impuesto por la fuerza de las costumbres, aunque en muchas ocasiones los hombres se dedicaban a otras faenas y la rebusca quedaba en manos de las mujeres y los niños mayores. Con alguna frecuencia los rebuscadores eran motivo de conflictos porque penetraban en las fincas antes que terminase las faenas de recolección o porque alguno tenía la idea de dejar aceituna sin coger en su totalidad o escondida para recogerla cuando se diera la autorización de la rebusca.

Actualmente, como hay mucha variedad de aceitunas, bien de mesa, bien de producción de aceite y según sea la variedad se recoge en unas fechas u en otras, la rebusca está muy perseguida en este campo. Ello es debido a que la aceituna de mesa se comienza a recoger en septiembre, mientras que la de aceite se suele recoger a partir de diciembre.

Por eso hay territorios donde no se permite la rebusca, mientras que en otros está regulada. Por ejemplo, en las provincias de de Sevilla y Córdoba las organizaciones empresariales agrarias han pedido a los poderes públicos que no permitan la rebusca para evitar daños a los olivos o a las cosechas aún sin recoger porque tienen olivos de aceituna de mesa y de aceite. La provincia de Jaén, donde la variedad existente es exclusivamente la dedicada a la extracción de aceite, permite la rebusca, pero está regulada. Este año comenzará a partir del 20 de febrero, pues se cree que en esas fechas estará terminada la recolección y, además, los rebuscadores al llevar la aceituna a las almazaras deberán llevar un documento expedido por el agricultor que permite la rebusca o por el mismo rebuscador, que quedará en depósito de la almazara durante 5 años para evitar posibles hurtos en las fincas.

El trabajo de la mayoría de los obreros agrícolas ha dependido siempre de las faenas del campo. Los mayores propietarios de tierras han necesitado en todas las etapas de la historia obreros para sembrar y recolectar, cuyos salarios dependían de la oferta de mano de obra y de los trabajos a realizar. No se puede olvidar que, en nuestro pueblo, como en toda Andalucía, siempre ha existido un fuerte paro estructural, endémico, por razones económicas y demográficas.

La población campesina alternaba las dos formas de trabajo que se daban en nuestra campiña. Por un lado, los braceros trabajaban en las faenas de siega durante los meses de julio y agosto. Por otro, la rebusca o trabajo de espigar las mieses y los garbanzos que, tras la siega, quedaban en los rastrojos, tarea realizada principalmente por las mujeres y los niños de mayor edad. Una vez que los campos de trigo segados quedaban libres de los haces acarreados en carros y galeras por los gañanes y yunteros, las mujeres y hijos de los segadores se adentraban en los rastrojos y, agachados, iban recogiendo las espigas que encontraban.

Duro trabajo bajo un cruel sol que en los días de agosto hace caer sus rayos inhumanos sobre nuestras llanuras. Duro trabajo el de ir recogiendo las espigas entre las cañas recién segadas que arañan  las manos, llegando a hacerlas sangrar, especialmente en los niños. Agotador trabajo, pues el esfuerzo no compensaba el valor de los granos recogidos, pero que servían para paliar un poco el hambre del invierno. Las espigas recogidas eran desgranadas por las noches en las míseras casas y el grano recogido llevado a los panaderos para cambiarlos por el pan necesario para el tiempo de la lluvia y del frío invernal.

Del mismo modo se rebuscaban las vainas de los garbanzos que, al arrancar las matas, iban cayendo al suelo. Una vez que los haces habían sido trasladados a las eras para su trilla, se permitía que las rebuscadoras entrasen en el campo y recogiesen las vainas encontradas, antes de la entrada del ganado lanar, vacuno o cerda. Las mujeres, ataviadas de ropas que les protegiesen del sol, recogían una a una las vainas que se encontraban y echarlas en un cesto que llevaban atado a la cintura. Una vez acabada la jornada permitida volvían al pueblo en donde iban acumulando las vainas encontradas. Una vez terminada la rebusca se amontonaban las vainas acumuladas  bien en el patio o corral de la casa si lo había o bien en la calle en donde con una vara se golpeaban las vainas secas para que al abrirse dejasen libres los garbanzos. Después aprovechando la brisa de la tarde o de la madrugada se aventaba para separar el grano de la paja. Los hambres y las mujeres que hacían esta faena se cubrían muy bien para que el polvo que desprendía la paja del garbanzo no impregnase su cuerpo por el intenso picazón que producía.

En el fondo de la escena del cuadro “Las Espigadoras” aparecen grandes almiares fruto de la abundante cosecha recolectada, iluminados por los últimos rayos solares del día. Parece que el sol se recrea en esa abundancia y le da luz para que sea más visible. En contraste una pertinaz sombra avanza hacia las mujeres, poniendo de manifiesto su esfuerzo, la dureza de su trabajo expresada en sus manos que intentan no dejar escapar los ramilletes de trigo que han recogido a lo largo del día, la fatiga y la pesadez en sus cuerpos que nos transmitan su penuria.

El efecto que produce el contemplar la escena es la denuncia de un colectivo marginal y oprimido, frente a las diferencias de clases que reinan en todas las sociedades. Es una obra que está vigente en nuestros días. Nos sirve para analizar muchas sinrazones de nuestra sociedad. En definitiva es una oda al campesino y su trabajo.