Leyes, normas, reglamentos, órdenes... Vivimos en el país de Europa con más leyes y posiblemente en el que menos se cumplen. Los españoles somos propensos a arreglarlo todo con una ley. Ley que, por supuesto, nadie cumple ni hace cumplir. Vivimos en un pueblo legalmente confinado desde el 12 de este mes. Confinamiento que nadie, o casi nadie, respeta. Y que nadie hace respetar.

Vivimos en una sociedad que aplaude al que vulnera la ley y desprecia al que la cumple. Estos días he estado varias veces en uno de los colegios de Fuentes, donde niños y niñas, además de profesores, cumplen a rajatabla la norma de usar mascarillas, gel hidroalcohólico y separación de grupos para evitar contagios. Es admirable el grado de civismo que se observa en el ámbito escolar.

Pues bien, esos mismos niños y niñas salen del colegio y muchos de ellos dejan de hacer uso de esas medidas en sus casas, en la calle, en el parque infantil... ¿Qué nos dice esa actitud? Primero, que los niños hacen lo que ven hacer a sus mayores. Segundo, que no hemos aprendido nada después de un año de sufrir la pandemia. Y que una cosa es lo que sabemos y otra lo que hacemos, que el conocimiento tiene poco que ver con el comportamiento. Que esto ocurriera al principio de la pandemia era hasta cierto punto lógico, pero que pase después de un año de experiencia es muy grave y dibuja una sociedad bastante enferma, pero no sólo de coronavirus.

He visto a muchas personas andar por la calle con mascarilla y quitársela nada más entrar en un bar o sentarse en un velador para tapear. O sea, donde menos riesgo hay, usan mascarilla y donde más riesgo hay, no la usan. En plena vigencia del cierre perimetral he visto llegar a Fuentes a personas que no tienen ninguna justificación razonable para venir.

Todo eso está mal en cualquier momento de esta pandemia, pero está mucho peor en estos momentos críticos. Está mal que lo hagamos los ciudadanos de a pie, pero está peor que no haya ninguna autoridad para impedirlo. Da la impresión de que todo es un teatro, que quien dicta las normas las dicta sabiendo que no se van a cumplir y el que las incumple sabe que su comportamiento no va a tener ninguna consecuencia.

Y, claro, así nos va.