He visto volar sobre árboles tropicales pájaros, ignorándome, ríos caudalosos que alivian solo un tiempo limitado proporcionando alimentos a unos mujeres que sostienen todo un continente, esas mismas mujeres que sufren por sus hijas e hijos, pero que también saben reír y bailar, que son generosas y saben darte su amistad para siempre. Te dan todo lo que poseen sin esperar nada más que una mirada de amor, una sonrisa, ellas saben cuándo las ven tal y como son, sin esa superioridad blanca enmascarada de lástima y caridad.

Nosotras las blancas europeas pretendemos salvar a las negras, a las mujeres racializadas en general, con buena voluntad, sí, pero olvidando que son ellas las que tienen, desde su libertad, que trabajar y luchar por sus derechos en el contexto de sus comunidades. Nuestro papel es ayudar a que conquisten esa libertad, esos derechos que les pertenecen como mujeres y como seres humanos. Cometemos muchas veces el error de ver con nuestros ojos occidentales su cultura y costumbres como algo de otro tiempo, comparamos su tiempo histórico con el nuestro de hace cincuenta, cien años, sin pensar que los pueblos de otras culturas tienen sus tiempos históricos propio, sus propios valores y que son esos pueblos los que tienen que fluir hacía otros tiempos, no sé si mejor o peor que el nuestro, pero suyos. Es hora de que dejemos de sentirnos colonizadores, los poseedores de la verdad y del progreso, un progreso que no es infinito que lleva al planeta al límite.

Somos los blancos occidentales, especialmente hombres -la historia de la dominación la han hecho ellos- los que durante muchos años, siglos, los que hemos ido por el mundo pretendiendo enseñar a los demás qué es la civilización, los buenos valores, la ética y las buenas costumbres, mientras desposeíamos a esos mismos que pretendíamos enseñar y civilizar de sus materias primas, sus minerales, utilizando su fuerza de trabajo, obligándolos a entrar en el mercado capitalista, en un círculo de consumo igual al que vivimos nosotros, sin reflexionar qué es lo mejor para ellos. Luego, cuando pretenden tener lo mismo que les hemos enseñado, les negamos el pan y la sal, les cerramos las fronteras a cal y canto. No nos gustan como compañeras y compañeros de vida, solo para un paseo, vaya a ser que se acostumbren y quieran quedarse con lo nuestro y nos pidan explicaciones.