Un emisario le dio noticia a Augusto: el caudillo Arminio había engañado al general Varo, los ejércitos imperiales fueron aniquilados en el bosque de Teutoburgo. El emperador no dejaba de preguntar con amargura “¿dónde están mis águilas?” Octavio se refería a los estandartes que encabezaban sus legiones. Perder las aquilae en el campo de batalla era la mayor afrenta que podía sufrir el ejército romano. Había que recuperarlas a toda costa. El símbolo del imperio no se podía arrastrar por el barro. Roma era la luz y sus ciudadanos se sentían muy superiores a los habitantes de otras tierras.

En el siglo XIX, las patrias grandes y pequeñas, ricas y pobres, se convirtieron en un territorio mental, una zona acotada en la que no había que hacer nada para ser mejor que los nacidos en otra parte. Hoy muchas mentes también decimonónicas creen que haber nacido en un sitio no es casualidad, sino “un destino en lo universal”. El patrioterismo hay que exhibirlo y así alardear de ser miembro de la mejor tribu del mundo, aunque la tribu deje mucho que desear ¡Que todo el mundo se entere, somos los mejores! Las banderas lo gritan al viento.

Yo no sellé con un beso a la bandera mi amor por la patria, no hice la mili. Sin embargo, a veces me siento orgulloso de mis paisanos. En la historia reciente de nuestro país hay  buenos momentos más allá de los goles a Malta, el de “Hiniesta de mi vida”, o el de Olga Carmona, la futbolista gitana que aseguró la copa del mundo de fútbol femenino. Es normal sentir felicidad ante los éxitos de nuestros compatriotas en baloncesto, atletismo, tenis, bádminton, fórmula 1 o petanca… Pero yo me siento más orgulloso de vivir en el país líder en trasplantes. Miro la bandera, cada día más abundante en todas partes (se fabrican en China, cuestan baratas). El escudo está flanqueado por las columnas de Hércules y una leyenda, PLVS ULTRA, que significa más allá.

Más allá pensó Colón cuando quería llegar a la India por el Atlántico. Más Allá pensaron Magallanes y El Cano, Cervantes al escribir la segunda parte del Quijote. Más allá pensaron Ramón y Cajal y las o los autores de las pinturas de Altamira, Miguel Servet y Averroes. También los escritores del siglo de oro, de la generación del 98 y la del 27, María Moliner, Nebrija o Emilia Pardo Bazán, Bartolomé de las Casas, Celestino Mutis o Clara Campoamor… Más allá fue Pablo Iglesias (no el coletas, el otro).

Más allá pensaron todos los que hicieron el petate y dejaron su pueblo para descubrir el mundo o para ponerse a salvo de él. Más allá, un pueblo español sin ejército expulsó a los franceses, redactando la primera constitución liberal, aunque luego gritó “vivan las cadenas” ante la felonía de Fernando VII. El pueblo también destituyó a Alfonso XIII, proclamando la Segunda República, conquistando el voto femenino antes que países más avanzados y apostándolo todo a la educación pública.

Años más tarde también expulsamos del poder a un gobierno que nos mintió para ganar unas elecciones tras el atentado terrorista más grande en la historia de Europa. Fuimos más allá siendo de los primeros del mundo en establecer el matrimonio para personas del mismo sexo y proclamando leyes en defensa de las personas transexuales. Estos momentos hacen que me sienta orgulloso de ser español, aunque yo no he aportado nada, claro que puedo decir lo mismo cuando me avergüenza ser español, que también son muchos.

Si por algunos fuese, seguiríamos colgados de los árboles, por aquello de no romper la tradición. Hoy vivimos situaciones parecidas a otras en los años ochenta, cada día desayunamos con un asesinato. Ya no es ETA, no existe. Lo que existe es una banda asesina no organizada llamada machismo. Claro que no sólo mata, también viola y acosa, insulta y humilla, ridiculiza y discrimina. La fuerza de la costumbre hace que ver actitudes que denigran a la mujer nos parezca normal. “¡Es la tradición!”

Hagamos como las y los mejores hijos de nuestra tierra, vayamos más allá en derechos y libertades, en justicia social y cultural. Inventemos lo que a nadie se le ha ocurrido. Hagamos como los romanos, inventemos un mundo nuevo, deshagamos los hechos consumados, la fuerza de la costumbre, la inercia del “es lo que hay”. Tal vez así nos sintamos orgullosos de ser de nuestro pueblo, de ser andaluces, de ser españoles, de ser humanos. Debemos ir más allá con la palabra, la razón y la justicia y acabar con la estupidez, con la intolerancia. Acabemos con el machismo que ignora, denigra y mata a la mitad de la población. Acabemos con la tradición machista, no está escrita en piedra.