Dicen en Madrid que hace calor, mucha calor. Una calor insoportable. Han tenido que llegar a los cuarenta grados por allá arriba para que en Madrid descubran de pronto lo que son las calores. Ahora resulta que los andaluces teníamos razón cuando decíamos que en las horas de más calor no hay quien trabaje. Antes éramos vagos y ahora somos sabios porque ellos han descubierto el Mediterráneo de las olas de calor. Los telediarios le han puesto ola de calor a lo que aquí siempre han sido las calores. Se reían cuando la cultura popular andaluza establecía tres rangos de temperaturas: el caló, la caló y las calores. Han tenido que rebasar Despeñaperros las calores para que se enteren de lo que es bueno.

Siglos llevan las olas de caló derramando fuego por los Cerros de San Pedro. Que se lo pregunten, si no, al Reloj y al Monichi, los dos cargadores de remolacha más conocidos que ha dado Fuentes. Que les pregunten si hacía calor a las tres de la tarde, en pleno julio, cuando venían aquellos tráileres de la fábrica de Villarrubia (Córdoba) a cargar en las tierras de Cascón, de Miguel Atienza. Que se lo digan a Pepe Ricardo, que desde que nació mamó el amor al campo de su padre, el "Garrote". Que digan si hacía calor cuando arrancaba remolacha en las tierras de Luis Isnar, allá por la Fuente la Reina. Y cómo no, Luis Isnar soltaba siempre:
— ¡Ojú, qué caló, quillo!

O a Manolito Perea, que al mediodía se metía con su camión a cargar en las tierras de Zacarías, por el arroyo del Algarvejo, junto a los cerros de San Pedro. Preguntad también a Jarapo, cuando llegaban los remolques cargados de trigo al silo, en lo más duro del día, y había que descargarlos sin rechistar. A Cristóbal Perea, que al mediodía se tomaba su copa de vino en el bar El Cuervo, sin ventilador, con la calor cayendo a plomo. Porque antes se aguantaba lo que hiciera falta. Que hubieran preguntado a Diego Trapito, que enganchaba a los albañiles a las tres de la tarde y, antes, pasaba por el bar de los Catalinos a tomarse su café. ¡Con todo el calor!

Y a la cuadrilla de Manolo el Ratón, los más duros de Fuentes. Trabajaban de 9 a 13:30, y luego, a las tres, vuelta al tajo hasta las siete. Da igual los grados que cayeran. Aquel equipo era invencible: Los tres hermanos Gaspar, los dos Tolitos, los Silvestres, Cristóbal Ratón, Sebastián el Penco, Juan Medrano, El Félix… y unos cuantos más. Todos desafiando el sol de justicia del mes de julio.

Que lo digan también Rafael "El Mirlo", uno de los mejores albañiles que ha dado Fuentes, subido a la torre arreglando la veleta a las tres de la tarde. Su grupo era otro equipazo: Antonio y José "El Mirlo", Sebastián y José "El Cuervo", los Amarguillas, Diego Trapito, Pepe El Estanquero, El Gómez, Juan Antonio "Niño Las Tortas", y más. ¡Qué calores pasaban! Y qué decir de los hermanos Silleros o los Jardineros, o de Caco, que repartía material todo el día con su camión y su máquina de derribos. Que lo cuente el Nene, el mejor tornero de Fuentes, con su máquina de segar funcionando sin aire acondicionado. O los hermanos Pernales, a las tres de la tarde segando trigo en el campo. Que lo digan Pepe el Pollón, llevando trigo a las eras en junio con el tractor echando fuego, o El Palmoso, descargando trigo en plena canícula. Y Perrojato, que recorría todo Fuentes con su borrico y su carro, barriendo sin descanso.

¿Y en la Feria? Que lo pregunten a todos los fontaniegos, viendo el concurso de sevillanas bajo el toldo de la caseta... a las tres de la tarde. O a Navajilla, vendiendo cal por el pueblo, mientras su borrico —que conocía todos los bares— paraba a beber junto a él. Los peloteros también sudaban lo suyo: partidos a las siete de la tarde, con un sol que rajaba las piedras, contra equipos como la Carretera de Su Eminencia. Que pregunten a Palmarate, quitando la yerba del maizal en las tierras de Maravé, bajo el fuego del sol.

En fin… en los años 70, el fontaniego era de otra pasta. No era blandito, como ahora, que se hace jornada intensiva. Ahí estaba El Sosa, con 20 años, un portento en la construcción: a las tres de la tarde se cargaba un remolque de escombros como si nada. Y que le hubieran preguntado a Antonio Pruna, en el verano del 81, cuando daba clases de Matemáticas, Física y Química en la escuela de la Puerta El Monte… a las tres de la tarde, sin ventilador, ni aire acondicionado. Aún era jornalero y se sacaba unas perrillas enseñando.
— Si la función f tiene límite L cuando x tiende a c, entonces f(x) puede estar tan cerca como queramos de L, haciendo que x esté lo suficientemente cerca de c, pero sin ser c...

Mientras lo explicaba, el sudor le corría por la cara, lo mismo que a sus alumnos. Los pantalones y la camisa se pegaban a la piel. El calor subía de abajo a arriba en oleadas procedentes del mismo infierno.

— ¡Ojú, quillo, qué calorazo!

Que lo diga Juanito Laredo, repartiendo bebida por los bares con el sol cayendo a plomo. O Juan León y Rafael Moreno, "Cachete y Mollete", a las tres de la tarde, al lado de la fragua. Y en el año 81… ¡nadie se ponía pantalón corto en Fuentes! Aunque el calor te derritiera, todos íbamos con pantalón largo. Era la época: ir en corto no quedaba bien. Y hoy, ahí sigue mi amigo Paco Mateo, trabajando desde noviembre con los melocotones y en septiembre con la aceituna. En junio, con 40 grados y el aire quemando, ahí está en el tajo. Y luego dicen por ahí que los andaluces son vagos… Este, aunque critique la corrupción, no traiciona su ideología.