"Que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia". (Simone de Beauvoir).

En noviembre de 2020 se publicó un artículo en el que se hablaba de un descubrimiento acaecido en el yacimiento de Wilamaya Patjaxa en los Andes peruanos de 9000 años de antigüedad. Se trataba de un enterramiento donde los restos humanos estaban rodeados de utensilios de caza mayor y varios objetos de valor. Los arqueólogos pensaron que estaban descubriendo la tumba de un jefe o persona importante, un hombre al fin y al cabo. La sorpresa vino cuando después de analizar la amelogenina, una proteína de los dientes, comprobaron que se trataba de una mujer. Este hallazgo no fue el único. A partir del mismo se investigaron otros de la misma época, comprobando que las tumbas de mujeres con objetos de caza no eran algo excepcional.

Nada más lejos de mi intención desarrollar una tesis del papel de la mujer en la prehistoria. Para eso están las arqueólogas, antropólogas y catedráticas, casi todas mujeres, nada extraño. Pero sí quiero hacer ver los prejuicios con los que el patriarcado ha ido impregnando nuestra visión del mundo, nuestra propia historia como especie. El patriarcado no ocurrió de forma espontánea, siempre surge cuando alguien observa que tiene algo que el otro, la otra en este caso, no tiene o no puede. La hembra en nuestra especie, debido al considerable tamaño de nuestro cerebro, gracias al cual somos inteligentes, y al estrechamiento del canal del parto a causa de nuestro andar erguidos, tuvo que parir antes del desarrollo completo del embrión, que nace necesitado de cuidados durante meses. Durante la época del máximo cuidado de los bebés humanos, las madres estarían más dedicadas a ellos, ya que además tenían que amamantarlos.

Los hombres, los padres, tendrían la oportunidad de alejarse más para la caza, tendrían más horizontes abiertos. Lo que no justifica que el papel del hombre se considerada más importante que el de la mujer, como así fue ocurriendo. Luego vinieron la mitología, los relatos donde el hombre fue asentando el patriarcado, su poder que nos ha ido configurando la concepción del mundo, nuestras creencias de que “así son las cosas y así han sido siempre”. La quema de brujas, las prohibiciones, la violencia estructural, los prejuicios y las limitaciones no son sino consecuencias de lo mismo, del patriarcado que terminó siendo parte de nuestro ADN.

Nada nos va a impedir luchar, como decía Simone de Beauvoir, para que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia.