Un zumbido, un ruidito, en el silencio. ¿Será  real? Quizá, como tantas cosas, sólo sea producto de mi imaginación. Un acertijo, el ruido de fondo que se produce cuando estoy a solas conmigo. Uno piensa (no todo el mundo lo hace) aunque estoy seguro de que lo que se me ocurre ya se le ha ocurrido a alguien antes que a mí. Así que mis ideas forman parte de un bucle en el que han participado muchas personas a lo largo del tiempo, aunque procuro aportar algo, un granito. El dichoso ruidito imaginario me lleva a inventarme mundos que quedan en meras especulaciones.

El problema no está en construir castillos hechos de aire fresco, sino en especular, como hacen muchos, con posibles futuros que parten de una realidad, pero acaban siendo memeces. Las ideas cobran vida propia y van degenerando solas. Siguiendo la lógica de la pregunta creativa ¿Y si…? y llegados a este punto, ¿podría ser que…? bloque a bloque, se construyen quimeras que muchos convierten en verdades escritas en piedra a fuerza de repetirlas.

No sé si la culpa la tienen los micro plásticos, las redes sociales, el consumo de bebidas energéticas o el cambio climático; el caso es que, al parecer, el ser humano es cada día más tonto. Esto se nota de forma alarmante en la “clase política” (es un decir, algunos ni tienen clase ni saben a qué clase pertenecen). Nunca, desde la oscuridad de la Edad Media, se le ha dado tanta importancia a los argumentos especulativos. Quizá por eso España se rompe una y otra vez sin que pase nada. Tal vez por ello, muchos políticos resoplan desde sus púlpitos anunciando el fin de los tiempos. Amigos, el apocalipsis ha llegado, no ahora, no esta semana, pero dentro de poco, seguro.

Son los de siempre (seguro que conoce a más de uno). A éstos se les han agregado unos nuevos especímenes que hasta no hace muchos años no existían. En la antigua Roma, ningún ciudadano tomaba una decisión importante sin haber consultado antes a los augures. Hoy día, qué suerte la nuestra, disfrutamos de una versión actualizada y gratuita. Son los analistas de mesa de camilla, que están tan en contra los unos de los otros, que no saben aún si son tertulianos o contertulios. De plató de televisión en estudio de radio, se van informando en los taxis, preparando su homilía que siempre acaba en el mismo lado, atacando al contrario. Por supuesto, como en todo, hay honrosas excepciones.

Son expertos en runrunes, chascarrillos y teorías de lo ignoto. No tenemos nada que temer, pues lo saben todo de todos. Conocen al dedillo (de oído) lo que pasa en Palestina, Israel, Ucrania, Cataluña, Andalucía y la reproducción de conejos en cautividad. Son como el ChatGpt pero más rápidos. En cuanto pasa algo en el mundo ya saben, no sólo lo que ocurre con pelos y señales, sino lo que va a pasar en el futuro. Tienen solución para todo. Todo un ejército de “periodistas” políticos desahuciados, cantantes mediocres, publicistas y hasta algún rancio noble de rancio abolengo. Son especialistas en simplificar lo complejo y etiquetarlo todo.

Tienen bola de cristal los agoreros tertulianos, pero sobre todo la tiene el poder (perdón el dinero). El dinero es cobarde y vengativo, especula para ganar siempre. Actúa preventivamente contra cualquier hecho que represente un “peligro” en el futuro. Por miedo, por una mezcla de desinformación consciente y por mala leche, se producen los ataques preventivos. Por si las moscas, por un porcentaje, mueren inocentes. Hacen minuciosos cálculos estadísticos en dinero, en prestigio, en tiempo, en vidas. Si la guerra es el mayor negocio del mundo ¿a quién le interesa que no triunfe la paz? Las víctimas lo saben muy bien, caen como moscas convertidas en cifras, olvidables en el próximo ejercicio contable, en el próximo conflicto. Son costes de producción, daños colaterales, todo se arregla retorciendo las palabras.

Por eso, cuando estoy con la mosca trompetera detrás de la oreja, que me propone soluciones milagreras a problemas enquistados a posta, procuro informarme y pensar a quién beneficia todo esto. A los zumbidos tras los oídos hay que responder saltándose la propaganda y, por qué no, usando la cabeza para algo que no sea reproducir el discurso urdido por el dinero (perdón por el poder). He conocido mucha gente que se murió sin haber dicho una frase, sin tener una idea propia en toda su vida. Me duelen las víctimas de la ley de la selva, la avaricia, la intransigencia y la impotencia ante tanto agorero gilipollas.

Patrias, religiones, orgullos nacionales, etnias superiores, pueblos elegidos, políticos populistas, todo  se vuelve respetable si alguien saca rédito económico. Para saber esto no necesito una bola de cristal. No me importa la opinión de la mosca que me susurra al oído.