Siempre me fascinó Jose Luís López Vázquez. Bajito, calvo y con bigotillo franquista, encarnaba a la perfección al español medio de una época. A lo largo de su carrera, los personajes que interpretaba fueron evolucionando al tiempo que lo hacía la sociedad, llegando a convertirse en el más fiel representante en el cine, de la emergente clase media española. En la genial “Placido”, de Luís García Berlanga, daba vida a Quintanilla, un tipo que organiza una campaña publicitaria navideña. Montado en un motocarro decorado con una Estrella de Belén, grita a través de un altavoz el eslogan publicitario “Siente a un pobre a su mesa”. “Que por una noche seamos todos hermanos, que por una noche los duros de corazón sean generosos, que por una noche cenen los pobres”, vociferaba su letanía, con una voz aguda y gangosa por toda la ciudad.

Ha cambiado mucho todo desde entonces. Ya no hay tanta pobreza o al menos no es tan patente. Pero llegando estas fechas, que cada vez empiezan antes, todo es gasto, todo frivolidad, todo consumo obsesivo. Igual que en 1961, rezamos a un dios tirano, excluyente, impío, clasista, insaciable, cruel, vanidoso y mezquino, el dinero. Da lo mismo que antes fuésemos un país pobre, una dictadura, y ahora seamos una democracia desarrollada y rica. Tener dinero o carecer de él marca nuestras vidas y justifica cualquier infamia aquí y en todo el mundo. Hay cosas que no cambian. Ni aquí ni en ningún lugar del mundo.

Ahora todo es más sutil, pero seguimos pensando en la excepcionalidad de las fiestas navideñas. Mientras le chupamos la cabeza a un langostino, no queremos que la mente nos traicione con sentimientos de culpa. La fiesta de las mesas interminables, los regalos innecesarios y el gasto compulsivo ha de continuar sin que nos ataque el mal rollo y se proyecten en nuestra mente imágenes de gentes más desgraciadas que nosotros.

A partir del canto de los niños de San Ildefonso, nos colocamos una sonrisa falsa, como de figura etrusca. Es el llamado “Espíritu de la Navidad” que se repite año tras año. La navidad es un paréntesis, el tiempo que transcurre entre que suena el gong y el árbitro dice “segundos fuera” y se reanuda el combate de boxeo. Se prohíben las agresiones más allá de aguantar a la cuñada impresentable o el villancico de Mariah Carey. Nada tiene que ver con la solidaridad y mucho con el más primitivo egoísmo. ¡Que nadie me fastidie el exceso, porque se acaba el año!, piensa más de uno. Como si se acabase el mundo, como si el día 7 de enero, cuando la resaca se disipe y suene de nuevo el gong, los empobrecidos se hubiesen diluido también, en un mundo nuevo lleno de amor, paz y esperanza.

Lo peor de estas entrañables fiestas es el cinismo de la huida, de querer acotar unos días sin dolor en la vida propia, a través de la felicidad ficticia de otros. Cuando den las doce volveremos a ser ratones montados en calabazas y la realidad seguirá siendo cenicienta. El que era un cabrón lo seguirá siendo, el que era un ángel quizá no cambie de idea. Todo es una farsa montada para consumir mercancías perecederas. Los buenos sentimientos son lo primero y más valioso con lo que se trafica, pero caduca, como la comida que colmata los frigoríficos estos días.

Sigo echando de menos un tiempo feliz en el que no me hacía estas preguntas, disfrutaba de mi infancia sin importarme nada, porque nada conocía salvo que había que buscar la felicidad. La época en los que no existía el importado e individualista Papá Noel, que viste de rojo porque así lo quiso Coca-Cola. Yo esperaba con mucha ilusión que llegasen los Reyes Magos de Oriente, que no eran anglosajones y entre los que había un negro. Ahora, tristemente adulto, sé que la felicidad es algo efímero y que solo la reconocemos cuando ya ha pasado. Aun así, sigo buscándola, me va la vida en ello.

El genial Rafael Azcona, guionista principal de “Plácido”, adaptó el villancico, “Romance del niño perdido”, acabando así esta obra maestra del cine. "Madre, en la puerta hay un niño y gritando está de frío. Anda y dile que entre, se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá".

¡Feliz Navidad!