Si no fuera por lo que es, diríamos que el día de San José va camino de volver a ser festivo. Si no fuera por lo que es, diríamos que hay algunos que quieren devolver al 1 de mayo el carácter de día de San José Artesano. Si no fuera por lo que es, diríamos que los grandes santos de la tradición cristiana presionan a su favor y que a punto está de regresar al calendario de las fiestas Santiago Apóstol. Aquel Santiago y cierra España. Este año que el día del gran santo de la cristiandad, San José, no haya sido festivo ha pasado desapercibido porque el 19 de marzo ha caído en domingo. Vuelven los santos como volverán las oscuras golondrinas y las mociones de censura al Congreso de los Diputados. Santiago y cierra España cabalga de nuevo.

Nubarrones y pájaros de mal agüero aparte, para los que echamos la siesta acunados por el arrullo de la nostalgia el San José de nuestra infancia era ante todo un día para el juego y la diversión. Lo mejor del gran santo era que no teníamos escuela. Desde que acababa la Navidad y el día de los Reyes echaba el cierre a las vacaciones de invierno sólo pensábamos en los días que faltaban para San José, antesala de los días grandes de la Semana Santa. Fiesta total. En la niñez los días lectivos han sido siempre el calvario que había que transitar para llegar a las vacaciones. San Pepe, el santo de todos los santos, era el oasis salvador en medio del desierto que poblaba la infancia escolar en blanco y negro entre la Navidad y el verano.

Por eso San José era tan nuestro. Como un primo más de los muchos que adornaban las familias. Por eso y porque crecimos rodeados de Pepes y algún que otro José. Entonces San José era como de la familia. Mirabas alrededor y no había más que Pepes, Pacos, Manolos y algún que otro Antonio. No había otra cosa. Más tarde llegó la moda de ponerle a los niños y niñas nombres forasteros, algunos de imposible pronunciación, como Jessica, Christian, Ainara o Alexander. Una invasión en toda regla. Ahora no encuentras en todo Fuentes un Pepe con menos de cincuenta años.

El carpintero San José fue nombrado en 1847 patrono de la iglesia universal. Lo nombró el Papa Pío IX (que se pronuncia Pío Nono, como el dulce de Fuentes) para ensalzar la figura de padre y esposo modélico, creador de la sagrada familia junto al niño de Jesús y María Madre de Dios. Como no fue padre biológico, sino padre putativo, a los José se les llama Pepe. En Fuentes, por San José los beatos hacían doblete de misa, la primera por la mañana y segunda por la tarde. Para los niños era otro cantar. Llegaba San José y dejábamos atrás la escuela para jugar al plim en el rueo y mirar boquiabiertos por la televisión las piras de fuego que consumían las fallas de Valencia. La inexplicable pasión por quemar lo que tanto esfuerzo y dinero cuesta. San José olía a Blasco Ibáñez y a sus Cañas y barro y a La Barraca en Televisión Española. Olía a azahar, a brotes de parra, a trama de olivo, a tierra lista para recibir la siembra de los garbanzos y las pipas. Por San José, los garbanzos nacidos o por nacer.

Fuentes olía a todo eso y a humo dulzón de los puros de las bodas. Por San José se casaba todo Fuentes. O eso nos parecía a los niños. San José llenaba la taberna de Paco España de hombres más o menos encorbatados con un puro en la boca y de mujeres con vestidos nuevos y flores en el pelo. Encorbatados como se encorbata un hombre acostumbrado a llevar el cuello al aire toda su vida. Las bodas eran sencillas, no como las de ahora. Sencillas como correspondía a una sociedad austera por necesidad, no la sociedad que vino después, derrochadora para cubrir las apariencias. Los puros eran el único gran lujo permitido en las bodas. No había boda sin caja de puros, como no había misa sin sermón del señor cura párroco amenazando con el Apocalipsis. Ni boda sin pastel de tres pisos coronado por la figura de plástico representando a los contrayentes, como no podía haberla sin que Talavera inmortalizara el momento en el que los novios cortaban el pastel a cuatro manos.

El 19 de marzo parecía inventado para que los hombres parecieran figurines con el pelo untado de brillantina y no hombres de pelo en pecho como el resto del año. El hombre, como el oso, cuanto más peludo más hermoso. Y para que las mujeres por un día soñaban con salir en aquellas revistas que Veneno vendía en la calle Mayor frente a la barbería de Conirra. Los niños alborotando por todas partes y haciendo sus primeros pinitos con el alcohol, una copita de mistela y una calaíta de algún cigarrillo aquí y allá. Bodas iniciáticas de tantas cosas. Un puro, una corbata, un pastel, unas cervezas unas botellas de vino, un poco de salchichón, mortadela, aceitunas y pare usted de contar. El primo San José, un invitado más de las bodas.

Tiempo atrás, Galerías Preciados había adoptado a San José para, con su bendición, aumentar la cuenta de resultados convirtiéndolo en padre de todos los niños y niñas de España. San José aportaba el nombre y Galerías Preciados ropa "prêt-á-porter". Juntar San José y día del padre casaba a la perfección con el beaterio desarrollista de los setenta. Pero como en Fuentes no había grandes almacenes, sino la tiendas de Luquita Osuna en la calle Lora y de la Paco de la calle Mayor, San José quedaba reducido al jolgorio de las bodas de tres al cuarto y a la algarabía infantil por falta de escuela. Para colmo, la autovía era todavía carretera nacional y no había más coche que el de los señoritos. No como ahora, que cuando tiene una boda la gente de Fuentes se planta en el Corte Inglés, compra un esmoquin o un traje largo y un sombrero de flores de esos que las inglesas se encasquetan para las carreras de caballos de Ascot.

Así que las bodas o se hacían en la taberna de Paco España o en el patio de la casa de los padres del novio. Si era en el patio no se formaba el humerío de la taberna de Paco España y tampoco el peligro de que alguna mujer se pusiera a fumar. Eso en familia no se hacía. En cambio, en un salón de celebraciones... Entonces alguien decía "¡mira fulanita, qué moderna fumando!". O, lo que era peor, "¡mira menganita, qué guarra fumando". Alguien respondía "qué quieres que te diga, a esa no le pega nada que fume". Una de aquellas bodas fue la de José María Cachiporro. Era una mañana soleada del día de San José y me había invitado Pepe Cachiporro. En la puerta esperaba su hermano Rosendito. Nos dimos un atracón de Mirindas de naranja. Menos mal que comimos queso y salchichón, que si habríamos agarrado una borrachera del quince. Rematamos faena con un trozo de tarta.

En la década de los setenta éramos nacionales todos, al menos de boca para fuera. Las autonomías eran una cosa del pasado republicano, aunque algunos soñaban en la intimidad de sus casas con que lo fueran también del futuro. No había más bandera que la de España, como no había lunes de resaca después de la feria ni de la romería. Las resacas había que pasarlas a pie de tajo. España marcial, España a pecho. Una, grande y libre, decían. Aunque por aquellos años empezaron a emerger tímidamente las primeras huelgas, que los escolares saludábamos alegres cuando la hacían los profesores. El colegio Santo Tomás de Aquino tenía su semana de huelga cada curso, tan puntual en el almanaque como San José. Pero desaparecieron las huelgas y desaparecieron del calendario festivo San José, San Pedro (29 de junio) y Santiago Apóstol (25 de julio).

Si no fuera por lo que es, diríamos que la nostalgia nos lleva del recreo de la escuela al paseíto de la Arena a jugar al plim. Si no fuera por lo que es, diríamos que San José nos devuelve a las bodas de patio oloroso, al salchichón, a la mortadela, a los primeros sorbos de cerveza y a la tarta de tres pisos. Que sea festivo o no, pero que San José nos devuelva a la añorada niñez y a la inocencia que entibian y reconfortan. Si no fuera por lo que es...