Decíamos ayer que ya tenemos a nuestro Sebastián con el hábito de pantalla tan natural en él como el respirar. Y en las redes sociales, un desfile de propuestas para todos los gustos y colores. Para Sebastián predominarán aquéllas que el algoritmo decida servirle. Y el algoritmo busca lo que más retiene a la audiencia; rara vez es lo más sensato, ni lo más veraz; suele ser la desinformación. Porque una teoría loca engancha más que un vídeo bien fundamentado. Esto lo aprenden rápido los influencers, que se frotan las manos mientras esperan que Sebastián entre en su feria de espejismos. Saben que pueden ganar miles de euros difundiendo teorías falsas. Allí, muchos de nuestros jóvenes -igual que nuestro protagonista- se toparán, por ejemplo, con propaganda rusa y se dejarán llevar por ella Por supuesto, estos mensajes no llegan con la etiqueta “Hecho en el Kremlin”, sino de influencers que ya están integrados y bregados en la cultura digital de los jóvenes. Sus contenidos se presentan como vídeos de denuncia, memes satíricos, análisis “independientes” o testimonios supuestamente reales. Usan un tono informal, emocional y desafiante, diseñado para conectar con la desconfianza juvenil hacia “lo oficial” o “lo establecido”. Algunos tienen millones de seguidores y combinan entretenimiento, crítica social y teorías conspirativas en un solo cóctel. Un cóctel que, lejos de informar, embriaga.

Así, a Sebastián, aquel niño que recibió su primer teléfono móvil en la primera comunión -envuelto en papel de regalo y entre aplausos familiares- lo vemos años después justificando la invasión de Ucrania con la convicción de un experto en geopolítica. Repite sin pestañear las mismas teorías que difunde el Kremlin: que si un supuesto “genocidio” en el Donbás, que si un “régimen nazi” en Kiev. Putin -el mismo que ha sido vinculado a envenenamientos como los de Aleksandr Litvinenko, Serguéi Skripal o Alexéi Navalni- ha perfeccionado, según investigaciones de universidades como Stanford o el MIT, un sistema de manipulación digital que mezcla con maestría mentira, emoción e ideología. Un sistema que ya ha dejado su huella en episodios clave como la manipulación de las elecciones en EE.UU. en 2016 o el referéndum del Brexit. Y lo más preocupante no es que Rusia haya diseñado este sistema: es que lo ha convertido en entretenimiento viral para nuestros hijos. Canales de YouTube, perfiles de TikTok y cuentas en Telegram son hoy trincheras digitales en esta guerra por el relato. Una guerra que vive de generar miedo. Y no es una metáfora: cada clic se traduce en ingresos.

Pero no hace falta mirar tan lejos. En España también florece un ecosistema de desinformación donde confluyen, con sorprendente armonía, intereses religiosos, políticos y mediáticos, como explica Ángel Munárriz. La Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), a través de satélites como NEOS o el CEU, despliega campañas contra leyes progresistas con envoltorio moderno, pero mensaje profundamente reaccionario. Su objetivo: combatir la Agenda 2030, las “leyes LGTBI” o aquellas que regulan el aborto, la eutanasia o la memoria histórica. Su influencia se extiende por medios de comunicación, universidades y colegios, donde se cultiva -con esmero y recursos- una ideología afín a los sectores más ultraconservadores del país. Y, por supuesto, también asoman en TikTok, de forma directa o indirecta, envueltos en discursos emocionales, estética juvenil y consignas fáciles de memorizar.

A esta red se suman los influencers prorrusos que, amparados en la estética de la denuncia y el populismo, obtienen ingresos millonarios difundiendo bulos. Figuras como Pedro Baños o Rubén Gisbert replican sin ambages el argumentario del Kremlin, alcanzando millones de visualizaciones. El coronel Baños vende con eficacia -y rentabilidad- la idea de que todos los males del mundo responden a un plan maestro urdido por poderes ocultos. Y Gisbert es el mismo que fue grabado manchándose de barro justo antes de una conexión en directo desde una zona inundada, para que su intervención pareciera más épica. Más barro, más impacto. Más impacto, más clics. Más clics… más dinero.

Iker Jiménez, presentador de Horizonte, el programa de televisión sensacionalista en el que colabora Gisbert, es un ejemplo paradigmático de lo que ocurre cuando el pensamiento crítico brilla por su ausencia. Su abanico conspiranoico es extenso y mutante: de los fantasmas a los reptilianos, pasando por el “gran reemplazo”. Siempre hay un gobierno que oculta -sugiere el locutor- y él, siempre él, que está ahí para “iluminar” como un sacerdote prehistórico… y, sobre todo, multiplicar sus ingresos. Durante la cobertura de las inundaciones en Valencia, Jiménez difundió en su programa y en redes sociales la falsa información de que había “muchos cuerpos” en el aparcamiento del centro comercial Bonaire.

La afirmación fue desmentida rápidamente por las autoridades: no se encontró ni un solo cadáver en el lugar. Tras la polémica, alguna empresa decidió retirar su publicidad de los rentables espacios del presentador, lo que provocó una airada llamada al boicot por parte de sus seguidores. Lo que sucedió después resulta, sencillamente, descorazonador: Horizonte alcanzó una audiencia del 13,2%, la más alta desde su estreno en Cuatro, muy por encima de la media anual de la cadena, que apenas roza el 5,3%. Este caso ejemplifica con nitidez cómo la desinformación puede transformarse en espectáculo rentable, donde la verdad queda sepultada bajo la viralidad y el sensacionalismo. Y muestra también cómo ciertos públicos, absolutamente polarizados, actúan según la lógica de una secta, en la que la figura del líder recibe una pleitesía acrítica y una fidelidad casi canina. Nuestro Sebastián, fervoroso devoto de Iker Jiménez, presume con orgullo de formar parte de la congregación.

En César Vidal encontramos otro surtidor inagotable de contenido en clave conspiranoica. La idea base que se desprende de sus canales es clara: los “ingenieros sociales” habrían aprovechado la COVID para poner en marcha “un gran reseteo” destinado a devolver al ser humano a la “esclavitud”. Antivacunas, convencido de que la ONU promueve la pedofilia -un clásico- y opositor a la “versión oficial” del 11-M, Vidal encarna una de las líneas más persistentes y articuladas del negacionismo ideológico actual. ¿Y todo eso llega a los jóvenes? Por supuesto: destilado en fragmentos, cortado con música de moda y servido en vídeos de TikTok que mezclan épica, indignación y desinformación a partes iguales.

En paralelo, la constelación de teorías conspirativas no deja de expandirse: desde los chemtrails hasta la negación del 11-M o el llamado “gran reseteo”. Canales como La Quinta Columna o Rafapal alimentan una narrativa en la que el enemigo es siempre una élite oculta y la verdad está reservada a los “despiertos”. Estas ideas también circulan por TikTok, adaptadas al formato breve y viral que consumen -y comparten- millones de jóvenes.

Este magma conspiranoico ha servido de plataforma para figuras como Alvise Pérez, quien ha convertido el bulo en capital político, disfrazando sus mentiras de rebelión. Su discurso de justiciero antisistema se alimenta de estos canales y se amplifica, sin contraste ni crítica, en espacios como La Reunión Secreta o Cuarto Milenio. El coronel Baños lo ha invitado al menos dos veces a su canal, mostrándole abiertamente su apoyo. El ascenso de demagogos oportunistas como Alvise confirma, una vez más, la lúcida observación de Antonio Muñoz Molina: “Cuanta menos información veraz tenga la gente, y menos herramientas intelectuales para comprender y juzgar, mayor impunidad podrán disfrutar los que llegan al poder sin más mérito que el medro político.”

Y aquí encontramos a nuestro Sebastián, aquel niño que recibió en su primera comunión un teléfono móvil de última generación, asumiendo sin cuestionar que Salvador Illa falsificó una PCR durante la campaña catalana, que Manuela Carmena recibió un respirador en su casa mientras otros morían en los hospitales o que la hija de Pedro Sánchez viaja en vuelos privados pagados por todos los españoles. Todo ello, por supuesto, bulos difundidos por Alvise Pérez y desmentidos -una y otra vez- por las autoridades y los tribunales.

(Mañana: Sebastián, discípulo del algoritmo y3)