Cuando era niño, supongo que como a todos los niños del mundo, me gustaba jugar con pompas de jabón. Eran mágicas y efímeras, como pequeños planetas que flotaban en mi universo infantil. Primero se elevaban en un movimiento desacelerado, para luego ir cayendo muy despacio y acabar estrellándose contra el suelo. La esfera jabonosa es una buena metáfora de nuestro mundo. Cualquier vientecillo puede hacer que cambie su trayectoria. Cuando parece que vamos en una dirección, todo cambia y vamos hacia otra. También es frágil, está a punto de estallar a la más mínima.

Instalados en los locos años veinte, de un nuevo siglo de las luces, todo parece asemejarse al despreciable siglo XX, que batió todos los récords de infamia y violencia descarnada. Hasta se repiten los batacazos financieros y las pandemias. Tampoco en este siglo parece que reaccionemos ante los iluminados, los príncipes del horror y el asesinato. Así dejamos engordar a la bestia de la intolerancia, una vez más. Seguimos sin poner fin al ego de enanos mentales, ansiosos por pasar la historia como prohombres montados a caballo en estatuas de bronce. Mediocres visionarios con una misión divina. Pensamos que se les puede controlar, hacemos negocios con ellos y les damos carta de naturaleza, los hacemos respetables, nos parecen exóticos, pero no peligrosos.

Hoy nos reímos del ridículo aspecto de Trump y su tortilla francesa en la cabeza, de Xi Jinping y su parecido con Winnie the Pooh un osito de animación, de Viktor Orbán, Jair Bolsonaro o Tayyip Erdoğan y sus ganas de devolver a sus países a la Edad Media. Nos indignamos con Marine Le Pen, Salvini o Santiago Abascal, pero ahí siguen, medran sin parar. El mal triunfa porque la buena gente no hace nada para evitarlo. Incluso hay quien los disculpa, pacta con ellos y justifica su existencia, amparándose en la democracia, esa misma que estos canallas están dispuestos a pisotear. Si los ha votado el pueblo… También Hitler o Stalin les parecieron exóticos a nuestros abuelos. Murieron entre ciento veinte y ciento treinta millones de personas solo en las dos guerras mundiales. Demasiado exotismo para un planeta tan débil.

Hoy el mundo ha despertado, ha descubierto la verdadera cara de Vladímir Vladímirovich Putin. Nos ha pasado como a Louis Renault, el personaje que interpretó, Claude Rains en Casablanca “¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega”, dice mientras recibe un sobre con un porcentaje de las ganancias del casino. ¿No se le veía venir a Putin? ¿Ningún sesudo analista se dio cuenta? Sí lo sabían, pero creyeron que podrían controlarlo, que les venía muy bien para sus intereses, para hacer buenos negocios.

Seguro que duermen bien todos los que hacen “buenos negocios”. No les quitarán el sueño los miles de represaliados, las víctimas inocentes. De no ser así, podrían contar cadáveres para dormir, hay muchísimos más que ovejas. Los milmillonarios siguen queriendo mil millones más, la guerra sigue matando vidas, porque es el mayor negocio que ha inventado el hombre. Grandes fortunas nacen, crecen y engordan hasta la obesidad mórbida, sobre la sangre de hombres, mujeres, niños y niñas.

Nuestro pequeño mundo, nuestra pompa de jabón, puede explotar en un instante, lo peor, es que nosotros permitimos que esto pase. No nos equivoquemos, lo que estamos viviendo, no es la siniestra sombra del siglo XX, sino la nuestra. No es ninguna resaca, es una nueva juerga. De verdad que me gustaría ser optimista, pero este siglo va tan mal como el anterior. Ojalá nuestros descendientes no se tengan que preguntar por qué no aprendimos nada del pasado, por qué no paramos esto cuando pudimos.

Al igual que cuando era chico, sigo creyendo, (como Antonio Machado, al que la intolerancia de otros iluminados, le destrozó la vida) en este frágil mundo y la gente que lo habita, aunque a veces, me cuesta mucho. "…yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón…” (Antonio Machado, Proverbios y Cantares, 1912)