Recuerdo que por aquellos años, mientras paseaba solitario durante una aciaga noche de verano, a lomos del sopor de la brisa, se cruzó conmigo el sonido de una radio cuya melodía parecía huir a escondidas, a tientas, aprovechando el recogido de los visillos y la ventana abierta de una caldeada alcoba. Preso en su interior se escuchaba el zarandeo de un viejo ventilador que se esforzaba en esparcir el sonido hacia la libertad de la calle mientras yo andaba con mi imaginación en otros lares.
El extraño magnetismo de aquel momento hizo que me acostumbrara a pasear por el mismo rincón a la misma hora. Así sucedía una, otra y otra noche.

Entre las cadencias de unos punteos de guitarras y unas notas musicales que parecían atraídas por el imán de un cielo estrellado, se escuchaba a alguien que hablaba de lo divino y de lo humano, con una voz lenta y penetrante. Mientras sonaban aquellas armonías, alguien susurraba que la distancia más corta entre dos puntos no es la coma sino la cama. Alguien reivindicaba que el fondo de los mares era para el coral y no para los submarinos nucleares. Mientras caían lentos aquellos hermosos mementos musicales, alguien relataba, con una serena prosa poética, que cada día, cuando se esconde el sol, la soledad se pinta los labios y las uñas, se peina y se pone un ajustado traje de noche, y sale dispuesta a hacer la ronda en busca de almas solitarias cargadas de complejos y reproches.

Hay, hay melodías que son un trozo emocional de tu vida. Una banda sonora propia y personal que alguien que no conoces compuso para ti y que, en algún momento que no recuerdas, mientras estabas perdido en las escaladas de tu existencia, te abrió la mente para comenzar a llenarla de emociones raras, recuerdos que te elevaban y otras esperanzas. El lirismo de aquella música y aquella poesía en las noches de verano me llevó hasta un espacio de radio introspectivo, filosófico, existencial donde un loco escondido en una perdida colina me hacía entrar cada madrugada en el reino de Morfeo por la puerta grande del Partenón.

Muchas de esas madrugadas me quedaba dormido escuchando una música que, sin explicar cómo, te sumergía en otra dimensión. No sabía quién había creado aquella belleza para mí pero esos sonidos extraños me hacían imaginar, llorar, suspirar y, sin saber muy bien por qué, sentía una fuerza que catapultaba mi mirada hacia un futuro lleno de horizontes. Me ha pasado y me sigue pasando lo mismo cada vez que la escucho. Siempre la misma sensación de sentir el infinito en todo su esplendor.
Con el tiempo supe quien había parido aquella hechura que trascendía lo musical.

“Shine On Your Crazy Diamond” (“Sigue Brillando, Diamante Loco…”)  es un tema que, para colmo, se lo dedicó la banda británica al que fuera su primer vocalista, un tal Syd Barrett. Un genio que se volvió loco de tanto imaginar mundos maravillosos, que no estaban ni encontraba en este. Se involucró con una comunidad que creía que el ácido te abría de par en par las puertas de tu interior y por ahí podría conducirte a la verdad. Y la buscó con tanta intensidad y empeño que encontró la locura antes que su identidad. Esa identidad siempre tan escondida entre los falsos mapas de nuestra inconsciencia perfectamente dispuestos para despistar y engañar.

“¿Recuerdas cuando eras joven y brillabas como el sol? Ahora hay una mirada en tus ojos como agujeros negros en el cielo”… “Nadie sabe dónde estás. Cuán cerca o cuán lejos”. “Sigue brillando, diamante loco”… “Sigue amontonando muchas capas más, que un día te alcanzaré allí, te abrazaré, me abrazarás…” Esta maravilla es una canción de expiación, aunque también una manera de decir adiós al corazón creativo que ya no estaba, al hermano perdido en su propia espiral de locura, a aquél que se había marchado y ya nunca regresaría.

En el fondo, todos tenemos algo de Barrett en nuestro interior. Lo único que nos diferencia de él es que tuvo las agallas de pasar al otro lado buscándose a sí mismo.
“Sigue brillando, diamante loco…” es puro alimento y libera tanto los prejuicios y complejos que, cerrando los ojos mientras suena, cimbrea todos tus sentidos y sobre los límites de ellos te hace viajar, hurgando entre los laberintos y los mapas del tesoro de tu agazapada identidad. Y claro, no en vano, el Loco de la Colina la tomó como música de cabecera de aquel mítico programa que cada solitaria madrugada me hacía llorar, imaginar, suspirar…
https://www.youtube.com/watch?v=cWGE9Gi0bB0