Este pasado año nos ha demostrado lo que ya sabíamos: que el ser humano está dispuesto a aprovecharse de la desgracia ajena sin pudor alguno. Estados Unidos invadió Afganistán para acabar con los terroristas que anteriormente trabajaban para la C.I.A. Durante veinte años le vendió al mundo que estaba instaurando la democracia. Miles de millones de dólares públicos se gastaron con esa excusa. En realidad, la invasión sólo sirvió para que contratistas espabilados se forrasen vivos con la ayuda de señores de la guerra medievales. Es el viejo truco, la guerra es el mayor negocio inventado por el hombre. Tras la salida en tropel de los ejércitos, entre ellos el de España, y la huida de los líderes mafiosos locales hacia un exilio dorado, los talibán han vuelto a controlarlo todo. Los iluminados asesinos sostienen su régimen con la venta de heroína. Que no me cuenten que ese negocio es posible sin la intervención de grandes bancos internacionales.

En La Palma no ha habido guerra, pero Vulcano emergió de las entrañas de la tierra para recordarnos que somos impotentes ante la naturaleza, que es madre para los de siempre y madrastra para los pobres. Somos una especie de insectos, minúsculos y efímeros. Duramos un suspiro en términos geológicos, pero no todos somos iguales, ni siquiera ante el horror. Algunos afortunados salen volando en cuanto empieza a oler a chamusquina. Otros se quedan pegados al suelo. Es lo único que pueden hacer. Las imágenes de belleza siniestra del volcán vomitando lava de día y de noche han dado la vuelta al mundo. Al desastre han acudido turistas para hacerse selfies con la montaña rugiente al fondo y alimentar, presumiendo, las redes sociales con estupideces.

Ha sido una noticia colosal, de esas que hacen que los presentadores de televisión transmitan desde el lugar de los hechos en riguroso directo. En un principio surgieron (no de las profundidades, sino más bien de las superficialidades) tertulianos de esos que son expertos en todo para contarnos lo que viene a ser un volcán. Divulgadores fantasmas, especialistas en extraterrestres y psicofonías escuchaban con atención el tremor volcánico. También se blanquearon los dientes para deslumbrar con su sonrisa políticos expertos en catar melones y sacar tajada. Alguno ya soñaba con hacerse una foto, portando una gran bandera de España en la nueva tierra conquistada al mar. No todos los días se puede emular a Hernán Cortés.

Ya estaban preparados para hacer programas especiales cocineros cabreados, alpinistas en helicóptero, risueños cantantes maduros de pelo engominado, buscadores de lagartijas salvajes en chanclas… Hasta los especialistas en chismes del corazón, y sobre todo del hígado, soltaron su bilis criticando la boda del siglo, de la sobrina de una folclórica, retransmitida en directo al mundo mundial. Eso sí, se celebró en otra isla, no vayamos a tonterías. Estaba todo preparado para el espectáculo, para ganar audiencia y/o votos, lágrima a lágrima; para montar otro nuevo pollo en el Congreso, pensando que a volcán revuelto…

Pero esta vez ha sido diferente. Hemos visto cómo la lava no dejaba ni títeres ni cabezas y nadie podía hacer nada para evitarlo. Las caras de desesperación de personas anónimas después de perderlo todo, su paisaje, su trabajo, su casa, su pueblo, las tumbas de sus antepasados. Es como si la naturaleza quisiera borrar toda su existencia. Esta vez no ha podido haber circos de tres pistas, ni debates encendidos en la tele. De los volcanes han hablado los vulcanólogos. Del dolor, los afectados. De las soluciones económicas, los políticos. Parece increíble que no haya ganancia en una tragedia. Podría ser siempre así.

Una gigantesca ola de solidaridad se ha gestado en apoyo de los isleños desamparados. Ha habido voluntarios de todo tipo, muy necesarios. Se han recogido todo tipo de útiles para llenar contenedores y mandarlos a la Isla bonita. Se han abierto números de cuentas solidarias para ingresar dinero. Se han compuesto canciones, se han organizado eventos de todo tipo y conciertos en apoyo de los palmeros. Todo es poco.

Pero el espíritu solidario de muchos contrasta con la avaricia, el egoísmo, la insolidaridad de gente sin escrúpulos que ha tenido la suerte de que el río de lava haya ido en otra dirección. En los últimos tiempos, se ha doblado el precio del alquiler de viviendas en la isla de La Palma. Que hay gente desgraciada, pues a sacar réditos se ha dicho. Que llegará ayuda de Europa, del estado, del gobierno canario, ya hay más dinero a repartir. “Es el mercado, amigo”, “si no lo hago yo, lo hará otro”, estarán pensando, justificando su actitud gorrina, su mezquindad cutre.

Ni siquiera cuando las cosas se hacen bien, se hacen bien. Me gustaría saber qué habría pasado si hubiese sido al revés. Si los que lo han perdido todo no lo hubieran perdido y los que ahora especulan con sus casas, sí. Me temo que probablemente pasaría exactamente lo mismo. ¡No tenemos arreglo!

Yo sigo viendo conmovido a un hombre, negro por la ceniza, salvando de la quema una piña de plátanos. Cementerios de los que emergen las cruces de los muertos negándose a ser olvidados para siempre. A una mujer joven que se lleva una mano a la cara para secarse las lágrimas, para no ver más. Mientras sujeta con la otra mano un colchón, abandonando a gran velocidad su pueblo montada en una camioneta, antes que se lo trague la tierra. Ya no queda nada. Su vida, su historia, yacen bajo toneladas de roca lávica. Sería bonito que de la ceniza brotase otra forma de hacer las cosas y empezáramos a comportarnos como personas. Sin intentar sacar réditos de los males ajenos.

Sería bonito, que sí tuviéramos arreglo.