Cada vez que volvía a Granada por vacaciones llegaba a la hora del aperitivo. Me solía abrir la puerta mi padre con una gran sonrisa. Tras los besos y abrazos correspondientes, me decía: ”¿Quieres un vino?, tengo un Rioja que no está nada mal”. Una vez intentó tomarme el pelo, rellenando una botella de Ribera con Oloroso. Como es lógico yo lo detecté en seguida, “este es un estupendo Jerez,” le dije. “Pues tu hermano no se dio cuenta”, me dijo y empezó a reír. Qué buenos momentos pasé junto a mi padre ante un vaso de vino. Qué ratos de charla mantuvimos como personas adultas, quizá recuperando todas las charlas que no tuvimos años atrás, cuando yo era un niño y mi padre no hacía otra cosa que trabajar y apenas si lo veía.

El vino forma parte de mi vida y de la de todos, incluso de los que nunca lo han probado. Está anclado a la península ibérica desde el alba de los tiempos. Los romanos despreciaban a los celtíberos por muchas cuestiones. La primera, porque se sentían superiores a cualquier otro pueblo. La segunda, que en realidad formaba parte de la primera, porque no bebían vino, sino cerveza. Es tan nuestro, tan Mediterráneo, que ni ochocientos años de dominio musulmán acabaron con cepas y bodegas. Los andalusíes pecaban de lo lindo bebiendo vino. Por supuesto, siempre aparecían imames que amenazaban a los creyentes asegurándoles que esa actitud les llevaría al Yahannam, (el infierno en el islam). Ya se sabe, es la obligación de todo clérigo, sea de la religión que sea, reprimir, castigar y amenazar con el sufrimiento eterno a todo el que disfrute de la vida.

Que la salud es esencial lo sabe ya hasta el último “saltabalates” anti vacunas. Es muy cierto que, pandemias aparte, el cáncer es una de las mayores pestes de todos los tiempos. Siendo muy consciente de esto, el Parlamento europeo decidió formar en junio de 2020 el Comité Especial para Derrotar al Cáncer, lo que está muy bien. Ya ha terminado un informe con 126 artículos. "En lo que se refiere a la prevención del cáncer, no hay ningún nivel seguro de consumo alcohólico", señala en uno de sus apartados. No hace ninguna distinción entre el vodka, la sidra, la absenta, la cerveza, el aguardiente quema amígdalas o el vino o la ginebra. Vamos, que lo ideal sería que nadie probase el alcohol en su vida. Supongo que en esa lista aparecen el tabaco, las grasas y miles de componentes antioxidantes, antiespumantes, conservantes, colorantes y mil cosas más que ignoro si caben en una lata de mejillones en escabeche.

Ya se le ha ocurrido a alguien que habría que subir el precio. Así sólo tendrán acceso los sibaritas, o sea los que tienen dinero. Además, se plantean poner etiquetas en las botellas de vino similares a las que aparecen en las cajetillas de tabaco. Supongo que en ellas aparecerá "beber mata", "beber produce cáncer", etc. Probablemente es cierto. No seré yo quien le enmiende la plana a la ciencia. Beber sin moderación es una terrible enfermedad llamada alcoholismo. Ante todo esto, la pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿Vivir mata?

Lo pregunto porque, a fuerza de no querer arriesgarnos a morir, corremos el riesgo de no vivir. Estar en este mundo hasta los ciento veinte años, tener una salud de hierro y el cuerpo sin estrenar, para morirnos finalmente, atragantados a consecuencia de un exceso de grumos en la papilla no tiene sentido. No es lo mismo vivir que durar.

No voy a hacer un alegato en defensa de lo tóxico. De hecho, hace un tiempo que he dejado de fumar, vicio al que me había llevado el estrés y la ansiedad que llevo padeciendo en los últimos años. La salud es un bien preciado que hay que administrar a lo largo de la vida. No se puede dilapidar. Hemos de ser moderados o no viviremos para contarlo. Pero no debemos hacer de la salud una religión maximalista, en la que lo único que importe sea el bienestar físico. Una copa de vino no mata a nadie y sí puede acarrear una reflexión vital, un momento irrepetible, una paz espiritual, un instante mágico.

Hay un chiste muy viejo que, a mi modo de ver, explica muy bien en qué consiste esto de vivir, en relación con la salud.
Un tipo va al médico y le pregunta:
-Doctor, ¿usted cree que si no fumo, no bebo, no como grasas, no hago el amor… voy a vivir más años?
El médico le responde:
-No lo sé, pero, se le va a hacer más largo…

Cada navidad echo más de menos las largas conversaciones con mi padre ante un vaso de vino. Él murió en 2005. Esos momentos de vino y tapa, de chistes y anécdotas forman parte de mí, como el olor a vino tinto. Cada día lo echo más de menos. Tengo muchas otras conversaciones pendientes con personas admiradas y queridas, que están vivitas y coleando. A algunas ni siquiera las conozco personalmente. Espero el momento de mojarme los labios con la savia roja o blanca de la tierra, “perdiendo el tiempo”, yendo de lo humano a lo divino. ¡Viva el vino! Y las mujeres, claro.

P.D. El brillante título que le he puesto a este artículo, no se me ha ocurrido a mí, qué más quisiera yo. Es de Joan Manuel Serrat.