Se oye en la radio un sonido de sonajero, luego sabremos que es producido por una calabaza hueca. Una voz femenina canturrea con la cadencia inconfundible de una nana, mientras un niño llora desconsoladamente a causa del hambre. Un hambre que galopa por África, por el mundo distinto al nuestro, donde nos ponemos histéricos por la falta de hielo, por no poder llenar nuestras piscina o porque nuestras fiestas no duran más que las del vecino. El llanto de ese niño y la voz de la madre intentando consolarlo se cuela dentro muy dentro.

Noche serena de principio de otoño. Mientras cenamos, hablamos un grupo de personas de distintos continentes, distintas culturas. Al principio parece que no nos ponemos de acuerdo sobre el tema de los derechos de la mujer, su libertad para elegir pareja o decidir sobre la vida de cada cual. Es fácil decirle a una joven que tiene que liberarse de su familia, de los compromisos que la han obligado a contraer. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que no podrá ella sola afrontar el reto que le proponemos. Son ellas, las mujeres de su cultura, las africanas, las que tienen que unirse, decidir qué quieren y cómo lo quieren.

En lo que nos ponemos de acuerdo todos y todas, poco a poco, es en el hecho de que estar trabajando en una radio hecha por mujeres les ha dado fuerzas para seguir creciendo y luchar por unos derechos a los que ya no está dispuesta a renunciar.

¿Están conectadas ambas situaciones?, me pregunto. La respuesta es que sí.  Estamos tan acostumbradas a pensar desde este lado del mundo que se os olvida que solo somos una pequeña parte del mismo, que nuestros problemas no son los únicos ni los más urgentes. Con esto no estoy queriendo decir que nuestros problemas no sean merecedores de atención y que non tengamos el deber de estar atentos y atentas a ellos y trabajar por su solución. Con nuestra actitud, nuestra lucha, día a día.

Sin embargo, lo anterior no debe ser excusa para obviar las tragedias que están ocurriendo en estos momentos en un mundo globalizado, donde una guerra en mitad de Europa está matando de hambre a niños y niñas en África. Ni excusa para dejar de respetar la lucha de las mujeres africanas, de oriente medio o Latinoamérica. Hay que brindarles nuestra ayuda, aunque sin presentarnos como mujeres blanca que siempre sabemos lo que hay que hacer.