Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que algo a lo que llaman "posverdad" se hace dueña de nuestras vidas y de la realidad. Una realidad que, por otra parte, nos presenta como universales y “normales” los valores que interesan a una clase dominante, ya sea ésta de grandes vuelos o de un humilde grupo de un pequeño pueblo.

En otras palabras, todo es válido para hacer de su interés "la verdad", aun sabiendo que se tergiversan los hechos. Para ello, si hay que cambiar el sentido de un titular porque al poder le interesa que la gente entienda lo contrario de lo que dice, pues se cambia. Si por su interés hay que interpretar de forma engañosa el contenido de una noticia, pues se hace. Todo les es permitido en aras del poder.

Hace algún tiempo escribí en este periódico sobre la equiparación de redes sociales y prensa, un producto traído por la pormodernidad. Decía entonces que ya no es importante la objetividad, sino los sentimientos que nos produce un hecho. Por este mecanismo nos hemos acostumbrado a leer o escuchar únicamente lo que está de acuerdo con nuestra visión del mundo, de “nuestra verdad”, ignorando todo lo demás o tachándolo de engaño o de mentira. Una noticia, aunque esté basada en un hecho real y evidente, es tomada por esas personas como una opinión personal del periodista.

De esta forma, un hecho se enfrenta a otro “hecho", aunque sea inventado, que se nos quiere hacer creer sencillamente porque responde a sus intereses creados, y cada cual tiene oportunidad de quedarse con la "verdad" que más se ajuste a su opinión. Unos eligen creer al periodista y otros al poder y aquí paz y después gloria. Pero la verdad no es más que una. Las otras "verdades", las inventadas, nacen para ser utilizadas según le convenga a los poderosos.

Durante un tiempo, en nuestro pueblo se habló, trabajó y hubo preocupación por las y los refugiados de Ucrania, se creó una plataforma que poco a poco fue languideciendo, a pesar de que un grupo de mujeres siguió y sigue trabajando y preocupándose por ellas y ellos, los refugiados. Cada vez son menos importantes para el poder, cada vez son más olvidados, ya no venden políticamente. Es así como funciona este mundo que hemos creado entre todos.

¿Qué podemos hacer, qué debemos hacer, ante esto? Seguir resistiendo, no dejarnos llevar por aquello que se corresponde con su visión del mundo, sus intereses. Hay que buscar la verdad, la justicia en la medida de nuestras posibilidades. No podemos dejar el campo abierto a los que solo buscan su propio interés, menospreciando a los demás. Los ciudadanos y las ciudadanas tenemos la obligación de exigir a los poderes que nos representan que no tergiversen la realidad, que dejen de mentir tan descaradamente como lo hacen.