Ya no llueve como antes. Por lo tanto, no somos ricos como antes. Ahora somos pobres porque pobre es quien no tiene agua. Éramos ricos cuando teníamos primaveras floridas de trigos y mirasoles verdes. También éramos jóvenes y pobres, pero apenas nos dábamos cuenta porque llovía a mares y, tal vez por eso, nadie le daba importancia al agua. Bueno, también había duros periodos de sequía, pero la memoria, que es selectiva, tiende a borrar aquello que trae malos recuerdos. Ahora somos pobres porque hace años que no llueve con la intensidad que llovía. La última vez que lo hizo fue en 2010, cuando el Retortillo y el Bembézar rebosaban, aunque parece que haya pasado un siglo.

En el recuerdo quedan aquellos años de riqueza en los que los trigos salían a 3.000 kilos por fanega de tierra y las pipas salían bárbaras, a 1.300 kilos por fanega. Era riqueza en Fuentes cuando Moisés venía de Montalbán (Córdoba), arrendaba tierras en el cortijo del Donadío para sembrarlas en mayo de melones y sandías en mayo. Había llovido y para la feria de agosto había melones exquisitos. Era riqueza cuando en el año 1976 el Rubio el Monumento sembró melones de secano en los Araíllos y los sacó exquisitos.

Pobre no es sólo el que no tiene dinero para comer, sino también el que tiene que mirar todos los días con un ojo al cielo y con el otro a la maquinaria agrícola que tiene que pagar. Personas que dependen de la siega cuando este año no habrá apenas trigo, pero tienen que seguir pagando todos los meses las letras de sus maquinarias sin recibir ni un euro. En Fuentes, con la falta de lluvia, el secano ha perdido todo su valor, vive de las ayudas, pero de la producción vive en la pobreza absoluta. El trigo lo traen de fuera.

Tanto tiempo hace que no llueve bien, que en las tabernas de Fuentes los mayetes reclaman un nuevo plan hidrológico nacional como los de antes, con nuevos pantanos que vengan al rescate de esta ruina climática. En diciembre pasado cayeron 210 litros, pero la tierra estaba tan reseca que casi toda el agua se fue en empaparla. Al Retortillo empezó a llegar agua de las escorrentías cuando ya habían caído 180 litros. Pero hacen falta más pantanos, se oye decir en el Trompezón, en el Noventa y en el Seis. El Gobierno no está con los agricultores porque no hace pantanos que sirvan para regar. ¡Pantanos, pantanos, pantanos! que palien la sequía. Si los construye Marruecos, que ha puesto en marcha un ambicioso plan hidrológico ¿por qué España no?

¡Ay, quién pudiera construir pantanos en la cuenca del Guadalquivir y, sobre todo, qué bueno sería construir pantanos si lloviera! El problema es que pantanos sobran, lo que falta es agua. Habla uno en la taberna y oye pedir pantanos. Pero habla uno con los técnicos y oye pedir que llueva. Lo que tal vez ignore el agricultor es que en la cuenca del Guadalquivir apenas hay ya lugares donde construir pantanos. La orografía no da más de sí. De Córdoba para arriba todo el río está embalsado y de Córdoba para abajo no se dan condiciones donde hacerlos. Para embalsar agua no basta el dinero.

Para que un pantano sea eficaz necesita unas condiciones orográficas y, sobre todo, lluvia. En general, apenas llueve y cuando lo hace, el agua no cae en la sierra, donde se pueden hacer pantanos. En la campiña, ni llueve ni es posible hacer grandes pantanos. De hecho, muchos de los pantanos y embalses hechos en los últimos años han resultado ser una mala inversión porque no son capaces de almacenar la cantidad de agua suficiente para justificar el gasto que ocasionaron. No faltan pantanos, falta agua. Podrían hacer pantanos en el Sáhara, pero no tendrían agua.

Para salir de esta situación tiene que llover a cántaros. Agua, lo que hace falta es agua, esté donde esté. Porque no hay diferentes aguas, superficiales o subterráneas, ni agua perdida ni agua aprovechada. El agua es una, si bien repartida de forma diferente en cada momento del ciclo natural. Una parte está en el cielo, otra en el mar, otra sobre la tierra, otra formando parte de los seres vivos y de las plantas y otra en el subsuelo. Fluye siempre y nunca se pierde agua porque al final, tarde o temprano, después de recorrer veneros, arroyos, ríos y mares, llegará a los sembrados. Pero tiene que llover, a cántaros si es posible, para que llegue agua a los embalses, casi vacíos ahora.

Tal vez ignoren los agricultores que piden más pantanos que el Guadalquivir y sus afluentes forman el sistema más regulado de la península ibérica. Tan regulado está el Guadalquivir que los técnicos dicen que le han invertido el régimen natural. Esto quiere decir que en invierno baja seco (sólo con el caudal ecológico) y en verano abundante. En invierno, cuando empieza a llover (cuando llovía) se le cierran las compuertas a las decenas de embalses que jalonan toda su cuenca y en verano, al cesar las lluvias, se van abriendo paulatinamente para dar riego a los cultivos. El Guadalquivir y sus afluentes son ya, de hecho, un enorme canal de riego en el que no se "pierde" una gota de agua.

Éramos ricos cuando los algodones de secano se sembraban en el mes de abril, cuando hacía buena temperatura para que nacieran y la tierra era manteca. Riqueza era cuando los mirasoles se sembraban a finales de marzo, abril o mayo y salían a más de 1.000 kilos porque en tierra esta aita de agua. Era riqueza cuando los trigos se segaban a finales de junio porque en el invierno llovía mucho y la primavera la pasaban verdes como cebollas. En el recuerdo están esos inviernos largos de agua y meses de mayo en los que casi todos los días amanecía lluvioso. El agricultor no tenía miedo, sabía que venía un año seco y cuatro largos de agua y la media le salía favorable.

Ha llegado la sequía, el cambio climático, con inviernos secos y altas temperaturas. En enero y febrero, con el agua justa, se siembran los girasoles. El avance tecnológico hace posible una semilla de ciclo corto, resistente a la sequía, porque el agua se acabó. El trigo se siega a finales de abril o principios de mayo por culpa de la sequía. Últimamente el trigo y las pipas casi no se siegan. Menos mal que están las ayudas. El paisaje en Fuentes era hermoso. Fuentes parecía Suiza. Aunque éramos pobres nos parecía que éramos ricos. Tal vez contribuya a esta sensación engañosa el paisaje desolador y triste de las tierras este año agostadas en abril, cuando ya se está recogiendo el poco trigo, la ninguna haba que ha dado la temporada y el ya veremos lo que pasa con el garbanzo.

Hacen falta pantanos, pantanos, pantanos, se oye decir en las tabernas. Lo que hace falta es que llueva, que pantanos ya tenemos y están casi vacíos. Tiene que llover a cántaros.