¿Por qué las sociedades occidentales son tan reacias al cambio a pesar de las incertidumbres y transformaciones económicas y tecnológicas? la pregunta anterior se la hace Emmanuel Rodríguez en su libro "El efecto clase media. Crítica crisis de la paz social". La respuesta estaría, según sigue diciendo el autor, en que habitamos en una sociedad que por primera vez en la historia está organizada política, social y culturalmente en torno a su “cuerpo medio”. La clave está en la clase media o pequeña burguesía, que se ha convertido en la condición social a la que nos han hecho creer que pertenecemos todos. Así, se ha convertido en un modus vivendi el tener una casa en propiedad, más de un coche, pero no viejos, un chalet en la playa o una segunda residencia, aunque sea en la misma localidad, celebrar eventos imitando a los famosos que viven de que los imitemos y sigamos en sus programas de TV y revistas.

Durante unas décadas nos hemos ido creyendo que éramos todos clase media, que las clases sociales habían desaparecido, que la meritocracia era la forma de subir escalones en la sociedad. Para ello, nos endeudábamos y nos vendíamos a los bancos. No nos interesaban las luchas por los derechos porque estaban todos conquistados. Si alguien quedaba atrás era porque no se esforzaba lo bastante. ¿Cómo íbamos a ir a la huelga si teníamos que pagar la hipoteca al fin de mes? ¿Para qué si teníamos todo lo que necesitábamos? Éramos clase media, propietarios. El seguro privado era mejor que la sanidad pública, la educación privada mejor también que la pública. ¡Lo decían incluso los trabajadores de los colegios públicos! Nuestros hijos irían a la universidad y alcanzarían cotas sociales y económicas superiores a nosotros.

Caímos en la trampa. Nuestra clase media era una construcción ajena a nosotros. Eran los grandes capitalistas que necesitaban la paz social para seguir generando beneficios los que nos dejaban vivir en el espejismo, éramos como los habitantes de Matrix. Cuando las crisis, bien porque el mismo capitalismo las lleva dentro, bien porque las nuevas tecnologías hacen innecesaria la clase media, nos hacen despertar. Pero nos negamos a tomar la píldora roja y pretendemos seguir tomando la azul. Es cuando el fascismo, disfrazado de modernidad, llama a nuestra puerta.

No queremos desprendemos de nada de “lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo”. La extrema derecha sabe manejar muy bien los sentimientos de rabia, de querer defender “lo mío”. No reflexionamos sobre lo que defiende realmente la extrema derecha. Es la nueva forma de que nos alejemos de la verdadera defensa de los derechos. Ellos nos prometen defenderlos por nosotros. ¿Pero quienes son ellos? Son herederos del franquismo, defienden una sociedad donde el hombre blanco y heterosexual sea el que dicte las normas, las leyes que negarían la violencia de género, la igualdad entre mujeres y hombres, el derecho a la huelga y la defensa de los derechos laborales.

Por si ahora la desaparición de la clase media trae el fin de la paz social crean partidos que nos hagan renunciar a luchar por nuestros derechos. Esos partidos nos meten el miedo en el cuerpo ante la posibilidad de perder nuestra forma de vivir, nuestras propiedades. Esos partidos nos quieren hacer creer que los causantes de la crisis son la izquierda, los migrantes, el feminismo, los ecologistas... Nos dicen que ellos tienen la culpa de nuestros males para que no veamos que son las crisis del sistema capitalista las que ponen en riesgo nuestra calidad de vida. El capitalismo siempre va a ganar mientras sigamos cayendo en sus trampas.