Y la remolacha reinó en Fuentes sobre todos sus súbditos, los otros cultivos del campo. Ocurrió en 1974 de la mano de Pepe Ramos. Hasta entonces, obsesionados con el arranque de los olivos y su sustitución por las pipas, nadie había prestado atención a este cultivo. Entonces, la remolacha llegó, vio y venció. Menos mal que remolacha empezó a dar las peonás que hasta la fecha había dado el olivar, que si no... Fue poco a poco porque la mayoría de los mayetes, al principio, se veían incapaces de cultivarlas. Había que emplear un arado de dos pinchos paralelos, hincarlo con el tractor en la tierra e ir sacando la remolacha, chorro a chorro.

Tarea laboriosa la de cultivar remolacha, que además exigía el empleo de abundante mano de obra. Había que entresacar para eliminar malas yerbas y, cuando llegaba la fecha de la recolección extraerla, pelarla con hoz, encarrarla (juntar varios chorros en uno para facilitar la carga) y cargarla, trabajo costoso pero que, a cambio, daba buenos beneficios, tanto a los mayetes como a los jornaleros de Fuentes. Lo que ganaba el mayete pertenece al secreto del sumario, pero el jornalero cobraba al principio de la llegada de este cultivo unas 700 pesetas y 2.600 a finales de la década de los 80. Los primeros mayetes en sembrarla fueron Paquito Guerrero, el Lata, José Manuel el Pintao, al que por llamaban "el señorito José Manuel", y Miguel Atienza. Los bravos obreros de la remolacha fueron el Monichi y el Reloj.

Pocos años después vino la modernización paulatina del cultivo. En la década de los 80 llegaron los arados con dos discos que arrancaban y cogían dos chorros y máquinas capaces de pelar la remolacha. La consecuencia fue que el número de peonadas se redujo. A mano sólo habían quedado las labores de entresacar y cargar camiones. Cuántos sudores derramados derramados a la hora de cargar un camión de remolachas. Era verano y los camiones no tenían hora para llegar, lo mismo era por la mañana, al mediodía o la tarde. Finalmente, en los años 90, la modernización fue total y apenas quedó el empleo de mano de obra. Las máquinas remolacheras arrancaban, pelaban, encarraban y cargaban camiones, incluso en tierras prietas y duras como losas. La remolacha era transportada a una fábrica de Villarrubia (Córdoba) que asignaba a cada mayete un cupo de producción.

La mecanización total trajo consigo la desaparición de las peonás. Las máquinas sustituyeron en los 90 por completo a los braceros y, desde entonces, ni el trigo, ni los girasoles ni los olivos han vuelto a dar trabajo en Fuentes, salvo a los mecánicos, tiendas de repuestos y ferreteros. Hoy en día, pueblos como Fuentes se han convertido más en comerciantes y prestadores de servicios que en campesinos en el sentido tradicional del término. Esos sectores, la emigración de temporada, la construcción y el funcionariado son la columna vertebral que sostiene la economía local, aunque pervive la imagen de pueblo agrícola. En torno al año 2004, la remolacha dejó de ser rentable. En la actualidad ha quedado reducida al pueblo de Lebrija e inmediaciones. Había mayetes que las remolachas partidas se las echaban a las vacas, pero eso eran cuando un vaquero podía vivir con 4 vacas y 30 fanegas de tierras arrendadas.

El fin de la remolacha cerró el ciclo de cultivos con fuerte componente de mano de obra y abrió el debate sobre la "mezquina" actitud de los mayetes de Fuentes, a los que criticaban por negarse a sembrar cultivos que dieran jornales. A los braceros les quedó el único camino de coger el coche cada día para acudir al tajo en los pueblos de la vega del Guadalquivir, con las consecuencias de cambios de estilo de vida que eso conlleva, cambiar de oficio pasando a engrosar las filas de los albañiles, opción muy común, o emigrar para siempre. Cundió entonces la crítica de que el mayete exigía al jornalero que fuese "a carajo sacado", a reventar.

En Fuentes siempre fueron duras las condiciones del obrero. Los mayetes apenas podían dar peonadas y los señoritos no querían bregar con obreros y solo sembraban cultivos que no dieran peonadas. Hubo protesta y reivindicación sindical sin las máquinas y con las máquinas. Con el trigo y con las pipas, con el garbanzo y con la remolacha. Quizá porque el jornalero de Fuentes nunca fue conformista. Quizá porque el mayete exigió mucho y pagó poco. Quizá porque al terrateniente, por lo general absentista, nunca le interesó tener un campo creador de riqueza y en paz.

La maldición del secano ha marcado el devenir de la historia común de los fontaniegos. La lejanía frustró siempre el sueño de canalizar agua procedente del Guadalquivir y la orografía llana de la campiña impidió el embalsado del agua caída del cielo. Quizá por eso Fuentes ha dispuesto de unos cultivos fijos y otros pasajeros. La remolacha duró treinta años y el girasol lleva cincuenta, pero el trigo, el olivo, el maíz, la cebada, la avena y las habas toda la vida. A veces son cultivos de ida y vuelta, como pasó con el olivar. El trigo, el aceite y los garbanzos son para la subsistencia humana y la cebada, la avena, las habas y el maíz, eran para la ganadería, aunque al final todo acaba repercutiendo en el plato del fontaniego.

Cuando la climatología hizo que lloviera menos, Fuentes elimino el cultivo del maíz e instauró el girasol, planta que ofrece más resistencia a la sequía. A las habas y garbanzo se les llamó "cultivos señoritos" por lo delicados que son. Van y vienen al son que marcan el cielo, la tierra y la cartera de los mayetes. Apareció la remolacha y desapareció treinta años después. Desaparecieron los olivos y han vuelto. Permanece el girasol. Unos van y otros vienen. ¿Quién sabe si un día de estos asomará de nuevo la remolacha por la venta del cruce reclamando otra vez la corona que dejó colgada hace casi veinte años al salir de Fuentes por la Cruz Juan Caro.