Para un no futbolero como yo, entender la pasión que levanta este deporte es incomprensible. De pequeño, uno se hace, o lo hacen, de un equipo y adquiere una mancha indeleble que dura hasta el último día de su vida, como si se tratase de un bautizo. El fútbol es una religión y yo, igual que Luís Buñuel, “soy ateo gracias a Dios”. Quizá sea por eso que no entiendo nada. No comprendo cómo hay gente que se priva de cosas esenciales para poder ir a un estadio, comprar la entrada más barata, que vale una pasta y disfrutar desde la grada más alta, viendo moverse a lo lejos unos puntitos de colores. Sin embargo, millones de personas en todo el mundo practican este culto religioso cada domingo, cada sábado, lunes, martes, miércoles… Es como los gases, el fútbol se expande y tiende a ocupar el máximo espacio posible. A este paso van a inventar la semana de ocho días. Estos sentimientos se vuelcan en chavales millonarios con habilidades parecidas a las que tienen los malabaristas, pero en los pies y que se han convertido en gladiadores televisivos.
¡Salve César, los que van a cobrar te saludan!  
Estos días, un grupo de afamados defensores del balompié han decidido, quijotescamente, salvarlo de la desaparición. Qué sería de todos nosotros sin estos generosos prohombres que siempre están perdiendo dinero. Recordemos a Jesús Gil, Manuel Ruiz de Lopera, José María del Nido, Josep Lluis Núñez o Florentino Pérez, cuánto dinero han perdido por amor al dichoso deporte. Siguen una máxima muy antigua, acumulan pérdidas y más pérdidas hasta hacerse inmensamente ricos. Los sumos sacerdotes no están en los altares mayores de grandes catedrales, sino en lujosos palcos de grandes estadios. Allí se reúnen y relacionan poniéndose morados y hasta purpurados de gin-tonics y langostinos de Sanlúcar. Lo más granado de la especulación inmobiliaria gritando al unísono ¡Uyyy! Menudo foro de negocios es un palco, eso sí son pelotazos y no los del césped.
Los clubes, los más ricos, dicen que no tienen dinero, lo cual es cierto, porque pese a haber multiplicado sus ingresos por siete en los últimos veinte años, han multiplicado sus deudas por catorce. Han fundado un club exclusivo de quince equipos y una competición en la que ellos nunca perderán, al contrario ganarán dinero, mucho. Generosamente invitarán a cinco más cada año.  Estos sí, tendrán que pasar por el aro de tener que ganar partidos. Los de la Uefa, la Fifa y la Fofa, han puesto el grito en la grada, no vaya a ser que se les acabe el bote del que llevan chupando desde que se quitaron el chándal. Hay que tener en cuenta el esfuerzo que han hecho para darle una alegría a los pobres cataríes. Solidaridad con el mundo árabe, amigos.
Todos, unos y otros, son expertos en la pelota, mejor dicho, expertos en saber en qué cubilete está la bolita. Altruistas, defensores, entregados, “rasputines” del pan y circo, no pueden más, necesitan nuestra ayuda. Quizá si cada europeo pusiera un eurito… Propongo fundar una ONG internacional, SMD ¡Save managers in distress! (Salvemos a los directivos en peligro) En inglés queda más chulo. Al final se pondrán de acuerdo, porque la tarta tiene muchos pisos, hay nata montada para todos.
Y yo que creí que el fútbol era un deporte y que un equipo como la U.D Fuentes, podría dejar la regional preferente y llegar a donde le llevasen sus botas. Ahora resulta que donde no hay langostinos no hay pasta. No les gusta a los magnates la modestia, salvo para vender camisetas a precio de traje en todo el mundo.
Discúlpenme, pero lo que me pasa es que no entiendo de fútbol. Creo que mi abuela Remedios tenía razón cuando decía: “no comprendo por qué se pelean, que les den una pelota a cada uno”.

(En la foto, dos forofos del fútbol español muestran camisetas en una tienda en Nador (Marruecos) hace unos años)