Para pedir un café con leche, el Mudo de Fuentes señalaba la máquina y apretaba la mano moviéndola como si ordeñara una vaca. Entonces, Pepe Gómez activaba su máquina de café, el alambique del mago que regentaba la taberna de enfrente de la estación, y la retorta empezaba a destilar un néctar como el tizón capaz de extender su perfume inconfundible por toda la redonda de Fuentes. El Mudo era barbero ambulante y recorría calles, cortijos y casillas del campo ofreciendo su servicio de corte de pelo. Mientras el Mudo disfrutaba del excelente café, era de esperar la llegada de Juanito Laredo con su camioneta de la fábrica de los polos del Postigo cargada de sifones, gaseosas y vino tinto.

La taberna de Pepe Gómez tenía dos puertas, una que miraba de reojo a la calle Marchena y otra, la principal, que plantaba cara a la estación. Retadora y a la vez incitadora. De la estación venían los clientes por derecho y de la calle Marchena los clientes esquinados, esquivos. En la terraza, amplia, empedrada con piedrecitas, sombreada por un árbol, solía haber algún que otro borrico amarrado a la espera de que el amo diera cuenta de su enésimo vaso de vino. Decíamos que la taberna de Pepe Gómez tenía dos puertas, aunque en realidad tenía cuatro, dos y dos. Para entrar y salir tenías que vencer dos barreras, una primera y otra segunda, abatible. Cosas del calor y del frío. Eficiencia energética dirían ahora a una práctica vieja como el mundo. Las puertas de la taberna eran de madera pintadas de color claro, con aldabón negro.

Pepe Gómez

El borrico amarrado a la puerta de la taberna de Pepe Gómez podía ser el de Javier, que soportaba como podía (el borrico) una buena carga de naranjas mientras el amo, acodado a la barra, disfrutaba de un vasito de vino blanco. O de dos o de tres, los que se terciara. El mínimo mostrador que Javier el del borrico ayudaba a sostener de forma sublime era de madera rezumante de anís y vino, adornado de azulejos color claro. Adornado también aparecía el frigorífico, forrado con panel de madera y, a su lado, la máquina del café, reina de todos los reinos, triunfal, sentenciosa. Objeto de todas miradas, los amores de la cafetera de la taberna de la estación eran capaces de quitarle el sueño a toda la parroquia fontaniega.

El suelo era de losas ajedrezadas en blanco y negro, aunque entonces los suelos de las tabernas solían cubrirlos una indefinida capa serrín, colillas, cabezas de gambas y secreciones de flema, vulgo gargajos. El edificio, en la confluencia de las calles Osuna y Marchena, tenía (y tiene) dos puertas, dos estancias y dos plantas. Todo a pares. En la primera planta, un salón rectangular y un cuarto cuadrado equipado con un televisor en blanco y negro. Arriba vivía (y vive) Pepe Gómez con su familia. Si hubiese tenido el mar cerca, la taberna habría pasado por una de esas cantinas con sabor a mediterráneo, a sal y a pescado seco. Qué pena que la estación de Fuentes anduviera ya entonces como un vapor perdido en la inmensidad de la llanura, sin puerto y sin rumbo.

De carácter afable, dialogante y popular, a Pepe Gómez le hubiesen sobrado los aromas del café para atraer parroquianos a su tasca. Le bastaban su bonhomía y la ubicación de su local frente por frente con la estación. Fruto de ambas circunstancias, el local se fue creando un prestigio sin discusión posible que, con el rodar de los años, logra proyectar su estela hasta hoy. Rumbo fijo y voluntad firme. De taberna más antigua de Fuentes, fundada en 1902 por el abuelo de Pepe Gómez, a taberna más moderna. Y tiro porque me toca. De 1902 a 2023 van 121 años de historia. Historia capicúa. La de vasos de vino que habrán salido en 121 años por esas dos puertas, unos derechitos por la estación y otros dando tumbos, al sesgo, por la calle Marchena.

Pepe Gómez, tabernero atípico. Un tipo culto al modo de la época. Bachiller, lector empedernido del periódico (de la primera a la última letra impresa), observador atento, entusiasta de todos los deportes, conversador incansable. Más que camarero, tenía trazas de cronista deportivo, contador de jugadas de fútbol, de baloncesto o de voleibol. entremetidas con un vaso de vino, una cerveza o un aromático café. A cada cliente según sus preferencias, un poquito de aquí, otro poquito de allá, deporte o política, lo primero siempre que el tiempo lo permitía y lo segundo cuando la autoridad no lo impedía. Cuando cerraba, giraba visita a la barbería del maestro Olla, charlaba sobre el Madrid y seguía ronda en la de los Catalinos, los soviéticos de Fuentes y terminaba romería con un quinto de cerveza en la de Paco España.

El tabernero de la estación elegía bien de qué hablar y con quien hacerlo. Me hablaba del Español de Barcelona, del estadio de Sarriá, de sus jugadores Felipe, Solsona, José María, Roberto Martínez... Cuando jugaba contra el Betis, el Sevilla o el Granada, la pasión de la charla subía muchos grados y entonces Pedro el Granadino decía "deja ya de hablar de fútbol, que tú tendrías que haber sido mecánico, que es un negocio muy oscuro, y ganarías mucho dinero. ¿El fútbol a ti qué te da?. Na, te da na más que calentamiento de cabeza".  A su lado estaban Pablo Oncina y Lorenzo Gallardo, riéndose de las cosas de Pedro. Emilio el Herrero decía que dejara de hablar de "ese emperador que se llama Florentino y vamos a hablar de Butragueño y Romario.

Destacaba que Butragueño jugara con los brazos pegados al cuerpo y Romario jugaba mucho con los brazos, aunque el segundo marcaba más goles. Por la puerta asomaba entonces el Jarapo con un gran puro en la boca y entonces la conversación cambiaba de rumbo para virar camino de la política. En la barra, Pastor, que trabajaba de tractorista con Julito Velázquez, preguntaba si para entrar a trabajar en el ayuntamiento había que saber de política. Muchos días, la taberna se iba poblando de jugadores del equipo de voleibol de Fuentes: Diego Violín, Carlos Lozano, Manuel Malaspatas, Fernando Gutiérrez, Donato, Luis el Tito, Moisés de Hoyo, Antonio Luque... y entonces estallaba la tertulia más inesperada en un bar de pueblo.

Otras veces asomaba por allí Sebastián Márquez, el fontaniego que eligió para emigrar la caleta de Arona, en Tenerife, un lugar tan inesperado como toparse en Fuentes con un puñado de hombres discutiendo de voleibol. Así de imprevisible es Fuentes. Pero es que Pepe Gómez tocaba todos los palos. Cuando había que hablar de baloncesto, la tertulia la formaba con un equipo compuesto por Ezequiel, José Manuel Mateos, Juan García (Juanito el Pulga), Francisco Maroma, Chus, Antonio Jesús Personat, Manuel Pérez, Antonio Madrigal, Fran, Leo, Kiko (Francisco García Lora) y Paco de Asís.

Ezequiel, José Manuel Mateos, Francisco Maroma, Chus, Antonio Jesús Personat, Manuel Pérez, Antonio Madrigal, Fran, Leo, Kiko y Paco de Asís.

Pepe Gómez siempre recordará cuando Aurelio Fernández, Aurelio Arropía, fue entrenador del equipo de baloncesto de Fuentes. Lo fue hasta que en las navidades de 1973 Aurelio huyó al exilio de París, lo mataron y cayó sobre él un velo de silencio que todavía nadie en Fuentes ha querido levantar. Aurelio, maestro escuela, era muy querido en Fuentes porque daba clases particulares gratuitas a niños y enseñaba baloncesto. Aurelio fue relevado por Rubi, hijo de don Antonio el médico. Rubi llegó a jugar con el Mercantil de Sevilla. Jugadores de baloncesto fueron los hermanos Arteaga, Gregorio y Manolo, hijos del cabo de la Guardia Civil. También Carreño, hijo como los anteriores de un guardia civil, se hizo médico y todavía sigue pasando por Fuentes a encontrarse con sus antiguos compañeros de deporte.

La afición fontaniega por el fútbol se cimentaba entonces en un equipo formado por Marín, Carrero, Camilo, Pruna, Perlito, Juanito, Colorao, Melón, Guerrero, Andaluz, Ángel, Cordobés, Andalus, Ángel, Moisés, Ramírez y Monichi. Francisco, el jardinero de la Alameda llegaba con su radio sintonizada con el programa Carrusel deportivo de la Cadena Ser, que entonces se decía Sociedad Española de Radiodifusión. Ángel Gómez, padre de Pepe miraba el vaso del café y me decía "el gusto por el buen café lo has heredado de tu padre, pero él era más polifacético que tú. A tu padre le gustaba hablar de toros, de fútbol, de campo, de cacería, de ganado y de mujeres bonitas". A mi padre le llamaban Garrote por lo derecho que era.

Marín, Carrero, Juanito el Pulga, Camilo, Pruna, Perlito, Juanito, Colorao, Melón, Guerrero, Andaluz, Ángel, Cordobés, Andalus, Ángel, Moisés, Ramírez y Monichi

Mientras la taberna fue de Ángel, el local parecía una exposición de cuadros toreros sahumados por la mañana con el aroma del café y al medio día con el olor de las asaduras que entre vaso y vaso de vino tomaban Bernardo el legionario y los dos Chelillos. Después, cuando la taberna pasó a manos de su hijo Pepe, se hizo deportiva y ya no se habló más que de fútbol, baloncesto, voleibol y algo de política. Retumbaba la voz del afamado periodista José María García, del que decíamos que era muy pesado hablando siempre de política deportiva. El "butanito", así era conocido, odiaba a Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. Entre Florentino y el butanito había una guerra a muerte, que acabó ganando el primero, como no podía ser de otro modo.

Después, con la llegada de los nuevos tiempos, un aire se llevó aquellos vientos del pasado. Aires nuevos, rumbos nuevos. Al timón, el grumete Kiko y en el horizonte, ideas de progreso. La vuelta del calcetín, el poder de los de abajo. Y así sigue el mundo, dando vueltas y más vueltas. Hoy aquí, mañana Dios sabe dónde. Unas veces arriba y otras abajo.