La brisa mañanera de la calle Mayor trae aroma de rechazo a una hipotética victoria de las derechas el domingo que viene. A eso huele el ecuador de la campaña electoral. Resta una semana de campaña y el eco de la mañana dice que una parte de los votantes de izquierda se están movilizando ante la perspectiva de una victoria arrolladora de las derechas. Avivan esa movilización especialmente los aspavientos marciales del partido anti andaluz, cuya candidata curiosamente se ha autoexcluido de los futuros debates y entrevistas en televisión. La razón no es otra que los dirigentes del partido fascistas han llegado a la conclusión de que se pueden estar pasando de rosca con su discurso, que tanta agresividad puede estar asustando a una parte de sus potenciales votantes e incitando a los abstencionistas de izquierdas a salir de su comodidad pasota.

A estas alturas, la campaña está planteada en los siguientes términos. Por un lado, Moreno Bonilla no baja a la arena electoral. Va de presidente y asigna a los otros el mero papel de aspirantes. Utiliza los resortes de poder que le otorga ostentar el despacho del palacio de San Telmo. "Yo soy el presidente y ustedes no", parece decir en cada intervención. Da a entender que no ha hecho méritos para perder la poltrona. Porque en este país hace años que no hay un partido capaz de ganar unas elecciones. Sólo son capaces de perderlas. Evidentemente, como consecuencia, otro partido o, mejor dicho suma de partidos, se hace con el poder. Hace años que nadie es capaz de ilusionar a este atribulado pueblo hasta el extremo de hacerse elegir por méritos propios. Más que por méritos propios, mandan por los deméritos ajenos.

Los grandes méritos de Moreno Bonilla fueron los deméritos de Susana Díaz. Y ahora podría ganar las elecciones del 19 de junio precisamente por no haber metido demasiado la pata. O la mano, según se mire. No acumula suficientes deméritos para perder. Méritos tampoco, pero eso, que es mal de muchos, sólo consuela a los tontos. Moreno Bonilla ha estado tres años y medio en el burladero. Proclamando su fe centrista y dejando que los monosabios Marín y Abascal entretengan al respetable con faenas de aliño. Presidente-compresa: que no se note, que no traspase, que no se mueva. De ahí que la campaña electoral del PP no sea otra cosa que una copia de estos tres años y medio. Perfil bajo, cuanto menos hable más fácil es que no diga alguna tontería que altere la duermevela, mezcla de sopor veraniego y derrotismo, en la que parece estar sumido el electorado de izquierdas.

Pero ¡ay! a la duermevela de la izquierda ha llegado Macarena dando voces y ha sido lo mismo que si hubiera metido un palo en un avispero. El zumbido de los avispones ha provocado que se enciendan las luces de alarma en los despachos del PP. ¡A ver si esta imprudente, que ni siquiera sabe por dónde cae Andalucía, va a despertar a los votantes de izquierdas! De pronto, los miedos de Moreno Bonilla se convierten en alegrías para sus principales adversarios, PSOE, Por Andalucía y Adelante Andalucía. El candidato socialista, Juan Espadas, cree que a estas alturas de la campaña sus votantes están saliendo del letargo. Mientras hay partido hay esperanza. Hasta la cola, todo es toro. Dice la brisa que sube calle Mayor arriba que algo se mueve en el electorado de izquierdas, aunque tampoco tanto como para echar las campanas al vuelo. Si Moreno Bonilla se ha mantenido en el burladero, Espadas ni siquiera ha pisado la plaza desde que empezó la corrida. Además, ¡pesa tanto la losa que dejaron Susana, Griñán, Chaves, Borbolla!

Es cierto que la candidata del partido anti andaluz ha agitado la campaña electoral, pero la ha agitado tanto y puede que tan exagerada y torpemente, que acabe provocando el efecto contrario al que buscaba. Cuando un piloto se pasa de frenada en una curva suele ocurrirle que el coche se quede muerto. Volver a meterlo en la carrera cuesta Dios y ayuda. El auge de la extrema derecha se sustenta sobre tres pilares fundamentales, el cabreo de miles de castigados por las sucesivas crisis -burbuja inmobiliaria, pandemia, guerra, subida de precios...- el reto independentista catalán y la corrupción generalizada. El cabreo es pasajero por definición: nadie puede vivir en permanente cabreo. El independentismo está en retirada. Sólo la corrupción permanece y puede proseguir de manera indefinida.

De esos tres platos come Macarena. La gran agitadora de la campaña puede seguir engordando en votos, pero será un magro alimento si, como recoge el eco que sube calle Mayor arriba, el avispero electoral de la izquierda ha empezado a emitir señales de agitación. La pasada de frenada del partido anti andaluz puede tener también como efecto -negativo para sus intereses- que una parte de los cabreados se asusten con los aspavientos marciales de Macarena y decidan moderar su voto de castigo al sistema dejándolo en la derecha menos extrema, el PP. Ese miedo al odio, a la violencia, al racismo desatado, que iguala a una parte de los votantes de la izquierda y de la derecha, puede variar las previsiones de los últimos meses. La crispación política de estos años puede acabar desembocando también en un fenómeno de voto útil que beneficie a los dos grandes partidos, PP y PSOE. Habrá que seguir oyendo el eco que viene desde los Cerros de San Pedro calle Mayor arriba.