Dice el romance anónimo del prisionero:

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
dele Dios mal galardón.

¿Por qué copio este romance? ¿Por qué en un artículo de opinión? Porque es tiempo de primavera y mayo va perdiendo ese aroma a rosas y celindas que antaño nos traía, tardes de mayo de tormentas y átomos cargados de memoria que nos hacían soñar con historias de libertad, de paisajes extraños nunca vistos, pero sí intuidos. El tiempo cíclico nos esperaba sabiendo que nuestra vida dependía de ir cumpliendo cada estación los ritos ancestrales, trasformados y enmascarados muchas veces por religiones que poco apoco nos conquistan, que la naturaleza nos va marcando.

Poco va quedando de lo que nos cuenta el cautivo del romance. Los trigos hace tiempo que encañan antes de mayo, la caló aparece antes, las aves andan desorientadas como el resto de animales que se mudan de hábitats para poder seguir viviendo, trastocando el medio ambiente con pérdida de biodiversidad, que no solo se queda en la extinción de una o varias especies, ya que todo va encadenado.

Escuchaba la otra noche al biólogo y entomólogo Jairo Robla sobre la importancia de los insectos en la naturaleza y por ende en nuestra vida, de cómo su desaparición significaría la nuestra. Hablaba de que en zonas de China ya hay personas que se dedican a polinizar artificialmente a los árboles frutales. Lo que los insectos hacen gratis, nuestra especie paga ya en algunos lugares, pronto en otros muchos. Hablaba también el biólogo de Doñana, donde lleva a cabo un trabajo de campo, y decía que es el mayor humedad de Europa, que ha desaparecido gran parte de las lagunas, condenando a la extinción a miles de especies de insectos.

No nos informan, o lo hacen sesgadamente, de las consecuencias que podría traer, que está trayendo, la destrucción de ecosistemas: aumento de especies en detrimentos de otras, aumento de la temperatura, sequía y lluvias torrenciales, pandemias, deforestación, mares (mar de Aral, La manga del Mar menor) prácticamente muertos, aumento de la temperatura de los océanos con el consecuente peligro para las especies marinas. Nada de todo esto nos es ajeno. Somos una especie más del planeta y no de las más antiguas ni resistentes. Más de 4.000 millones de años hace que los insectos pueblan la tierra, decía Jairo Robla, frente a los apenas 2000.000 años del homo sapiens.

Es necesario acabar con la obsesión capitalista de la búsqueda ilimitada de beneficios que está detrás de toda la destrucción del medio ambiente, del consumismo compulsivo que nos hace amar, como decía en este mismo periódico Pepe Bejarano, la pompa terca y vacua. Volvamos a emocionarnos con el romance del prisionero y la belleza sencilla, esa que no necesita la extracción salvaje, ni la destrucción de nuestro hogar el planeta tierra.