Las mañanas de San Juan siempre han tenido para mí un especial significado, precedida por la noche mágica donde un huevo se transforma en barco que surca los mares en busca de aventuras. En ellas puedo soñar con un verano de luz brillante y aún queda mucho para la melancolía de las tardes de agosto.

Salí este 24 de junio, como siempre, a mojarme la cabeza en altaritos improvisados, sencillos, casi siempre por mujeres que saben guardar la tradición y saben que la mañana de San Juan trae aromas de cuando eran jóvenes y el verano les prometía noches de sillas  de enea en la puerta, donde charlar con las vecinas mientras las niñas y niños jugaban incansables hasta que la voz de la madre los llamaba: “Venga pa dentro que es mu tarde y mañana hay que levantarse temprano”. “Ajú, momá, un ratito ma que me toca pillá a mí”. “Ni un ratito ni na, ¡venga!” Y ahí se terminaba el juego y la conversación de vecinas.

Como os venía diciendo, salí y fui de una calle a otra, allí donde el plano del ayuntamiento me indicaba que había un altarito. Al pasar por uno de ellos veo a un señor con un micrófono en la mano donde se leía SER y diciendo “¿quién quiere hablar?” a las vecinas que se habían congregado alrededor. Yo, dije de momento, y el periodista contento de tener una espontánea me acercó el micrófono y comenzó a grabar. Le hablé de nuestra ancestral tradición de como madres y abuelas nos hacían el altarito, de cómo el nombre de Fuentes está unido al agua y su poder purificador.

Hasta aquí todo bien, pero he aquí que nombro la plataforma de Stop biometano y el amable periodista da muestras de enfado, hasta el punto que le pregunté si me iba a dejar de grabar y dijo que sí, por supuesto. Le expliqué que la conducta que tanto le había enfadado se debía a que varias veces hemos informado a su cadena sobre la plataforma y sus actividades y otras tantas nos han obviado. Sin perder la sonrisa le dije que si me volvía a grabar le podía contar lo de los altaritos sin nombrar la plataforma.

Pero ya nada había que hacer y seguí mi camino. No había andado unos veinte o treinta metros cuando el señor alcalde (no os he dicho que estaba presente, ¿verdad?) me alcanza y con signos de enfado, hoy todo el mundo se enfada conmigo, pensé, me dice que hay que ver aprovecharme de los altaritos para hablar del biometano y que tenía que ser yo… A esa altura ya no lo escuchaba porque quise darle algún argumento sin resultado, así que cada cual nos fuimos por nuestro lado.

Camino de mi casa pensaba en esas protestas que se organizan aprovechando un evento ajeno para tener la oportunidad de hacerse oír en los medios, para hacerse visibles. Eso se llama libertad de expresión, democracia y activismo.

¿Acaso, pudo pensar el alcalde que por abordarme en la calle iba a hacerme callar, que no diera mi opinión especialmente en un medio en el que él puede hacerlo cada vez que quiera y que ignora al resto de la ciudadanía? ¿Qué periodismo es ese? ¿Qué alcalde es ese que persigue a una vieja por la calle para recriminarle que se exprese con libertad?