Juan Turutu y Pepe Ricardo no tenían casi nada en común. Juan era un mayete consumado, algo mayor ya, y Pepe Ricardo un joven municipal con vocación frustrada de agricultor. Sin embargo, les unía un sueño mucho más fuerte que cualquier oficio o actividad. Ambos soñaban con un canal de riego que atravesara las tierras del término municipal de Fuentes y llenara la campiña de cultivos prósperos. Aquella tarde estaban sentados al fresco en el bar Pilar. Era verano y el almanaque que colgaba detrás del mostrador decía que corría el año 1985. Los campos tenían un aspecto sediento.

Decía Pepe Ricardo en aquella conversación que cuando a Fuentes llegara un canal con agua del Guadalquivir él tiraría su gorra de municipal al viento para cambiar la porra por el arado. Veinte o treinta fanegas serían suficientes para vivir bien una familia y nadie tendría que emigrar nunca más. Juan Turutu y Pepe Ricardo eran trabajadores incansables a los que jamás les habría asustado deslomarse si el resultado hubiese sido bueno. Sólo necesitaban agua para hacer realidad el sueño de la abundancia y el runrún que se oía por aquellos tiempos de que el canal era posible alentaba la imaginación de ambos.

Pasaron cinco años y el runrún del canal fue perdiendo fuerza, aunque seguía alimentando sueños. Ahora eran Manolo Arropía y Servando Sánchez los que hablaban de la canalización y de la reforma agraria. Estaban en la calle Mayor a la espera del paso de la cabalgata de los Reyes Magos. Antonio Naranjo tocaba el saxo con un sentimiento que estremecía. Aquel invierno de 1990 estaba siendo especialmente lluvioso, las tierras eran lagunas que reflejaban la imagen del cielo encapotado. Llovió abundantemente en noviembre, en diciembre, en enero... Fuentes era Asturias, pero igual que en el erial del verano de 1985, seguía soñando con un canal que trajera el agua del Guadalquivir.

No había más que 30 kilómetros de distancia, una insignificancia para la ingeniería de la época. El canal de los Presos era mucho más largo y había hecho el milagro del progreso en infinidad de pueblos al sur de la provincia. Los nombres de Lebrija, Los Palacios, Setefilla, Marismillas sonaban a gloria igual en los oídos de los mayetes que de los jornaleros. Si aquellos colonos tenían tierras y casas a pagar en treinta años, por qué no los jornaleros de Fuentes. Quien no soñaba con tierras y agua, lo hacía con peonás sin limitaciones.

El agua estaba ahí al lado, justo donde el Corbones desemboca en el Guadalquivir. Algunos habían imaginado hasta el trazado que iba a tener el canal -entrando por las lomas de la Aljabara- las fincas que debía recorrer y la cantidad de agua que transportaría. Veían los campos verdes y blancos de los cultivos de algodón, las panochas del maíz de regadío saludando al viento. Podía ser que el canal no entrara de la parte de Carmona, sino de Écija, distante 23 kilómetros, y en ese caso traería el agua del Genil, en igual cantidad y semejante poder enriquecedor. El jornalero de Fuentes soñaba un plan, el mayete también, cada cual a la medida de sus necesidades. Era invierno y llovía en abundancia, pero las cabezas estaban calientes dándole forma a un canal que regaría de oro los campos. También las tierras del castillo de la Monclova, tan propias y tan ajenas, tan cercanas y tan lejanas.

Las palabras canal y expropiaciones iban de la mano. Felipe González presidía un Gobierno socialista, es andaluz y sevillano. Veraneaba en Doñana, iba a traer la Expo y el AVE. Los jornaleros estaban organizados, activos y en pie de guerra por la reforma agraria. La ocasión era única. Las lluvias de aquel invierno y las primeras subvenciones habían calmado la sed de los mayetes, pero a los jornaleros aquello no los iba a sacar de la pobreza y por la barra del Catalino iban y venían promesas de reforma agraria, expropiaciones y canal de riego. Un pueblo activo, reivindicativo, concienciado, era invencible.

Y entonces por las tabernas empezaron a circular dos nuevos nombres, Juan Manuel Sánchez Gordillo y Marinaleda. De Marinaleda se sabía poco más que estaba situada hacia las tierras del sur, en las proximidades de Estepa. De Sánchez Gordillo que era su alcalde, además de un luchador líder jornalero del SOC y diputado de IU en el Parlamento andaluz. Mucha gente en Fuentes empezó a mirar de reojo lo que pasaba en Marinaleda, donde existía un latifundio al castillo de la Monclova, El Humoso, similar al de Fuentes, y también propiedad del duque del Infantado. Marinaleda y Fuentes tenían en común el latifundista. Sólo faltaba el liderazgo revolucionario. Aquel pueblo de 2.600 habitantes tenía un plan, Fuentes charlas de café.

Por eso en 1983 un centenar de mujeres ocupó el embalse de la Cordobilla sobre el río Genil. Felipe González estaba en Doñana y allí fueron a hablar con él y le expusieron el plan que habían trazado. Más tarde fueron a Madrid y lo hicieron de forma oficial. Consistía en que desde el pantano de la Cordobilla se construyera un canal de 40 kilómetros hasta la finca El Humoso para poner en riego 2.100 fanegas. La finca iba a ser comprada por la Junta y querían que la pusiera a disposición de los trabajadores organizados en una cooperativa que cultivaría la tierra y envasaría los productos obtenidos. Daría trabajo a unos 400 jornaleros, toda una revolución porque estaba dando trabajo sólo a 15.

En la historia de Andalucía jamás los obreros habían mandado en una finca como ocurre en Marinaleda. Ha tenido que ocurrir en Marinaleda, mientras los jornaleros de Fuentes han olvidado aquel sueño que prometía el agua y la tierra que iban a hacer el milagro de la prosperidad. En Fuentes hubiese sido más fácil por la cercanía del  Guadalquivir y del Genil, pero faltó la voluntad y el liderazgo. La taberna de los Catalino desapareció, el sueño del canal se evaporó y los jornaleros siguen buscando trabajo lejos. Triste final para un sueño.