El otro día quedé con un amigo al que llevaba más de tres años sin ver. La pandemia y la frase “quedamos la semana que viene” habían pospuesto la cita una y otra vez. Me contó que su hija mantiene una “relación líquida” con su pareja. Me explicó que lo de líquido es una expresión que se ha puesto de moda y que significa, más o menos, como ser “follamigos”. El lenguaje es como la energía, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Desde entonces llevo cavilando sobre las relaciones humanas y sus diferentes estados. Sabría calcular la liquidez o la solidez de mis relaciones amorosas a lo largo de mi vida. Ya puestos, podría catalogar por estados de la materia, el amor que sentí y/o siento por aquellas mujeres.

Recuerdo algunas noches “salvajes” en las que establecimos unas relaciones tan etéreas como el argón, duraron tan poco que solo duraron una vez. Es imposible que me acuerde de los nombres de aquellas generosas mujeres. Seguro que a ellas, además de mi nombre, también se les olvidó mi cara nada más salir de su casa. A estas alturas seguro que más de una no es consciente de haberme conocido nunca. No queda pena ni gloria en mis recuerdos. A ellas ni siquiera recuerdos.

A lo que ahora se denomina “relación líquida” yo le llamaba en su día “amistad carnal” y parecía ser la solución definitiva para espantar la soledad y la sensación de vacío. No había compromiso más allá del instante. No existían planes de futuro, solo la sensación de vivir casi por sorpresa momentos únicos. La pasión funcionaba igual que cuando hay amor, pero este se sustituía por una complicidad en la que tácitamente se excluían los sentimientos.

Sustituimos el amor libre por el sexo libre con cariñitos. Este idílico estado era tan bueno que se acababa enseguida, quizá por eso mismo era tan bueno. Alguien se enamoraba de otra persona y ahí terminaba todo, o simplemente sin que ninguno lo advirtiera las citas se iban espaciando en el tiempo hasta desaparecer del todo. No había despedidas ni “adiós, cuídate, que te vaya bonito” en una cafetería con lluvia de fondo. No había reproches ni lágrimas.

Creo que también he tenido alguna relación de plasma, el cuarto estado de la materia. Aunque quizá la podríamos denominar como relación pegajosa o directamente plasta. El teléfono sonaba en mi casa y al cogerlo nadie respondía. Solo se oía una respiración femenina al otro lado. Yo mismo, hecho un plasta, me desviaba para pasar por la calle de aquella chica, tratando de hacerme el encontradizo. En las relaciones desiguales, siempre hay alguien que sufre más de la cuenta.  

Relaciones sólidas ha habido pocas en mi vida, pero determinantes. Tienden a hundir los cimientos en la tierra hasta el fondo, comprometiendo, planificando, pactando la vida eterna, compartiendo miradas hasta que no hacen falta las palabras. Acaban por establecer una relación mística, que convierte a la pareja en algo más cercano que la familia. Firme como roca firme, muleta y descanso guerrero, transita entre lo sublime a lo cotidiano. “Buenos días amor, ¿qué tal has dormido?”. ¿Has comprado las patatas”?. ”¿Qué hacemos mañana de comer?”. “Te echaba de menos”. Es la persona que te soporta no por tu dinero, inexistente, no por tu físico cada vez más mustio, no por tus chistes cansinos tras haberlos contado durante muchos años. La persona con la que compartir el momento más idiota de la semana, dándole color a los domingos por la tarde.

Yo la miro y veo a la muchacha que fue y me imagino al muchacho que fui. Entonces se me pone la carne de gallina y revivo la timidez imberbe de la adolescencia. Sigue volando “esta canción para ti Lucía, la más bella historia de amor” en la madrugada en la que todo comenzó. Me siento capitán y grumete del barco de nuestra vida, navegando entre tiburones ,convirtiendo nuestra piel en caparazón resistente al embate de las piedras que llueven sin descanso. Soy joven y viejo a su lado, reconociendo sus imperfecciones tanto como las mías, defectos asimilados y compartidos que nos humanizan haciendo que mi vida, como la de cualquiera, no sea un cuento de hadas ni de terror, ni comedia, ni drama, ni tragedia.

Lo demás, el desgaste del amor por su uso, la rutina convertida en forma de vida, el confort de nuestros cuerpos, la comida favorita, las broncas por estupideces, las miradas cómplices que critican el entorno sin despegar los labios, los “te quiero” matutinos, los “te quiero” vespertinos, la mano dormida sobre su cadera a altas hora de la noche. No hay liquidez en esta relación, pero si solvencia.

Todo es vivir con ella, que al fin es como vivir conmigo mismo.