Siempre ha habido modas. Son como bumeranes, vuelven cada cierto tiempo. No hay nada nuevo bajo la Luna, sólo nuevas versiones. En los lejanos años de mi infancia, todo coche que se preciase llevaba en la parte trasera un perrito de juguete que movía la cabeza. Entonces era habitual que todo el mundo asintiera con la cabeza, la sumisión ante el poder estaba de moda a la fuerza. La frase “usted no sabe con quién está hablando” colocaba a cada uno en su sitio. Franco salió a un balcón del palacio real, dijo: "¡españoles…!" y todos gritaron histéricos, como si no hubiese dicho una obviedad. El caudillo balbuceaba algo y todos se sentían reconfortados y eufóricos porque les había dirigido la palabra.
En estos tiempos “putitrumpistas” se han vuelto a poner de moda los amados líderes, si no elegidos directamente por Dios, sí por un comité celestial con mucho mando. El líder del mundo libre dice una gilipollez en el Capitolio y la mitad de los legisladores se desgañitan y aplauden hasta que les salen callos en las manos. Al cabecilla de la ultraderechita valiente le dio un ataque de la emoción cuando oyó la voz del mesías diciendo “Santiagou Obiscal”. Cuando se pertenece a un rebaño hay que seguir al cencerro aunque esté desafinado.
Los adeptos son como los asistentes de los boxeadores, los llamados “segundos”. Dan ánimos, suben la moral, arropan al púgil, le recolocan los músculos, le da bebidas energéticas y le susurra al oído: ya es tuyo, lo tienes a tiro, casi está en la lona. Cuando suena la campana, el árbitro grita: ¡Seguuundos fueeraa! Abandonan el ring y les gritan desde abajo: ¡dale, dale fuerte en la boca del estómago! Si la cosa se pone fea, hasta tiran la toalla por ellos.
En Corea del Norte los ciudadanos, más bien súbditos, compiten entre sí a ver quién se emociona más con las palabras del “rey comunista”, el tercero de la dinastía Kin. Lloran amargamente, gritan con desconsuelo, se tiran de los pelos y se revuelcan en el suelo asegurándose de que sus vecinos tomen nota, no vaya a ser que su llanto les parezca tibio y acaben en un campo de “reeducación”. La grey siempre ha sido así. Luis XIV acudía a hacer sus necesidades fisiológicas acompañado por un nutrido grupo de petimetres que no dejaban de felicitarlo y ensalzar el buen obrar de su graciosa majestad.
Esto no ocurre sólo en las dictaduras, también pasa en las democracias que algunos llaman liberales. Cuando los políticos no quieren decir nada tienen una prisa espantosa, insisten en que llegan tarde, que les están esperando. Si se ven acorralados, cantan por peteneras y hasta bailan por soleares saliéndose por la cosecante, esquivando preguntas molestas. Cuando quieren hablar, se detienen, saludan, sonríen arropados por su clac, esperan pacientemente a que los fotoperiodistas y camarógrafos hagan su trabajo y los redactores coloquen los micrófonos para que se vea bien el logotipo, entonces recitan el argumentario del partido de pe a pa.
Siempre, justo detrás del alto, medio o bajo cargo, hay varios subalternos, sus “segundos”, diciendo: bien, eso es, muy bien o simplemente moviendo la cabeza, como aquellos perros de moda en los años setenta. Hace mucho tiempo que en el DNI no aparece la profesión. De figurar, en el carné de muchos pondría: Fulanito de cual, profesión: asentidor-aplaudidor. No hay nada más falso que la risa falsa. Hacer de Milli Vanilli poniendo caras mientras otro da el cante es agotador. Botes de Réflex se gastan para tener el esternocleidomastoideo bien lubricado. Algunos necesitarían collarín, pero no da bien en la tele.
Los palmeros aduladores colocan rectas las corbatas y limpian de caspa los hombros con la palma de la mano. Pero son los primeros en empuñar una daga y matar al César. Es fácil esquivar la lanza, pero no el puñal oculto. Este mundo está lleno de tiralevitas y pelotilleros encargados de engordar el ego de líderes mediocres a los que desean destronar pero, como dijo Michael Corleone, “mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más”.
Pocas son las voces, muchos los ecos, muchos los que plagian, pocos los que inventan. Pensar nunca ha estado de moda, por eso existen las modas. La nada original idea de que inventen otros no es exclusiva de estas tierras, es universal. Es tan humana que hemos creado a los dioses a nuestra imagen y semejanza. Mi voz es pequeña, está inspirada por otros, pero no copiada de otros. La haré sonar, aunque sea en el desierto ante un público sordo. Aunque suene dubitativa, ronca, desafinada, gangosa o tartamuda. Mi voz, que por estar vivo no es la misma de ayer, ni la de mañana, se perderá entre ruidos, olvidada en el tiempo, pero será siempre mía.
“A distinguir me paro, las voces de los ecos, y escucho solamente entre las voces, una”. (Antonio Machado).