Un alto en camino en el paraje de la Longuilla sirve cada año de intermedio entre la misa romera de buena mañana y la meta final en el parque rural. El alto en el camino -la pará- es tan obligado en la romería como el polvo del camino. Ganas de fiesta y fidelidad a la romería de María Auxiliadora en los rostros. Los trigos ya están amarillos y los mirasoles, al contrario que en años anteriores, todavía no levantan una cuarta del suelo. Este domingo de campo, con los termómetros por encima de los treinta grados, se hace siempre cogidos de la mano de una cerveza.

Fe, devoción, tradición, ganas de fiesta... Solos o revueltos, esos son algunos de los componentes de la romería. Carmela Mangarra (Carmen Lora) se aferró hace años a la Auxiliadora cuando tuvo la vida de su hijo pendiente de un hilo y desde entonces, como la Virgen no falló a ella, ella no le fallará en su romería mientras las piernas la sostengan en pie. No hay un único camino que sigue el rumbo de la ermita del parque rural. Cada romero anda su propio camino y no precisamente de recogimiento interior.

Para el recogimiento está la parroquia. La romería es para la exteriorización de los sentimientos, de los sentidos. Para el disfrute, que es una parte esencial de la vida. En plena romería nadie diría que éste es un valle de lágrimas y que haya que esperar a la otra vida para alcanzar la gloria. La gloria está aquí. Si no, que le pregunten a cualquier romero. Será porque Dios hizo el mundo en seis días y cuando el séptimo se disponía a descansar creyó más oportuno dedicarlo a crear romeros. Así sea.