Y llegó febrero, febrerillo el loco lo llaman por su opinión climática cambiante sin avisar. Con él, nos vamos poniendo de acuerdo en la comida lardera, quién lleva la tortilla de papas, quién los filetes empanados, quién los entornaos.. ¿Y los palmitos? ¿Tendremos palmitos? Qué la cosa está sería, está prohibido cogerlos. Al final, siempre sobrará comida que nos repartiremos entre todas y todos porque la comida no se desperdicia.

¿Desde cuándo salimos al campo a comer el jueves lardero, antes del carnaval? Solo sé que desde que tengo recuerdos ese día está presente. Desde mi madre, mi abuela y a las vecinas, nadie cuestionaba la salida a la Fuente de la Reina.

Y llegó el carnaval.  Desde unos días antes vamos buscando en baúles y viejos muebles olvidados ropa que un año y otro nos ponemos: cojines y almohadas que sirven para, como manda la tradición, crear en cuestión de minutos cuerpos enormes, apareciendo un culo o una barriga donde apenas existían o se disimulaban. El carnaval es la fiesta de la risa, la fiesta de digo lo que quiero y hago lo que me da la gana.  

Todo eso no tendría sentido sin los prolegómenos, sin esas reuniones donde cada una va exponiendo, desgranando ideas, a veces locas, muy locas, sobre lo que nos vamos a poner y decir. Es lo mejor de una fiesta que une risas e imaginación. No se puede entender si no se ha vivido. He llegado a no poder leer un Whastsapp con una idea loca de la risa.

No hay más que decir. Sé que no podemos competir con Cádiz, ni falta que hace. Cada pueblo y sociedad tiene sus tradiciones, en eso radica la riqueza de todos, no en una imitación vacía de sentido. Anoche pude disfrutar de un momento auténtico de carnaval fontaniego acompañando a una máscara que creó risa y regocijo a su alrededor. ¡Gracias máscara!