De la rienda al volante, de la jáquima al embrague y del arreo al acelerador. Del arado romano al de disco. De la yunta de mulos al Ebro E-38. Mira que era duro el sillín de aquellos primeros tractores, pero más duro era hincar en la tierra la reja tirada por una yunta. Mira que era dura la dirección del Ebro E-44, pero más duro era enderezar con una yunta de mulos los surcos de una ladera. El tractor fue a la agricultura lo que la imprenta a la literatura o la máquina de vapor a la industria. Antes del tractor, los muleros "escribían" sobre los campos sus sueños de prosperidad con renglones derechos. Con la llegada de las máquinas, los tractoristas imprimían cartas de amor a la abundancia por duplicado, triplicado y hasta quintuplicado.

Los sonidos del campo habían variado poco en Fuentes desde que éramos romanos. Los mismos trinos, iguales ladridos, semejantes truenos, parecidos borboteos en los arroyos y similares tañidos de látigo arreando las yuntas. Hasta que un buen día se oyó retumbar por las veredas un bum bum bum bum anunciando un mundo nuevo. Era la voz de los Land, aquellos tractores provistos de una polea lateral. Ha llovido poco desde entonces en Fuentes, especialmente en los últimos tiempos. Entonces sí que llovía. Tanto, que los campos se convertían todos los otoños en auténticos barrizales. Lo recuerda Cachiporro (Antonio Hinojosa), uno de los primeros tractoristas que siguen vivos. El barro "engullía" a los tractores. Uno de aquellos Land tuvo una avería en mitad del campo y cuando el tractorista regresó con un mecánico, el peso y las vibraciones de aquella enorme polea habían hecho desaparecer el vehículo en un boquete entre padrones. Fue localizado gracias a los latidos bum bum bum bum de su motor aún en marcha.

En la memoria colectiva de Fuentes está grabada a fuego la imagen de aquellos tractores azules fabricados en Barcelona por Motor Ibérica con la marca Ebro. Duros como la carne de perro. Trabajosos, pero incansables. Simples, pero serviciales. Antes hubo, y después ha habido, muchas marcas de tractores, pero ninguna dejó tanto rastro en la memoria como los Ebro. Hubo tractores Land, Fiat, Caterpillar, Nuffield... Ha habido también Massey Ferguson, John Deere, Kubota, New Holland... pero el tractor de la patria infantil de los fontaniegos de los años sesenta y setenta se llama Ebro. Todavía anda por ahí alguno, laboriosamente fiel al amo, humildemente altanero, prestando servicios al mayetado de Fuentes. Trajeron eficacia al trabajo del campo y mejores salarios para los antiguos muleros.

Cachiporro, uno de los primeros de cambió la yunta por un Ebro

Cachiporro y Michiclorio eran tractoristas y aquí siguen, mientras los Ebro han muerto casi todos. Michiclorio fue parado por la Guardia Civil un día de duro invierno conduciendo en manga corta uno de aquellos tractores. Cuando los agentes le preguntaron si no tenía frío, el tractorista les respondió que para qué quería el frío si no tenía chaqueta que ponerse. Algunos de aquellos primeros tractores tenían menos papeles que una liebre. El salvoconducto infalible para circular era mentar el hombre del propietario, por lo general alguno de los bolsillos mejor dotados de Fuentes, fuese Hermógenes, Candileta o el duque.

Cachiporro condujo un Caterpillar de cadenas propiedad de un campanero. Una vez, trabajando para Manolito el Cabrero, tuvo que cambiarle al arado un pincho roto y, cuando terminó, vio que la mujer del patrón llevaba bajo el delantal un enorme despertador con el que había estado controlando el tiempo empleado en la operación. Eran tractores duros y fáciles de reparar. Con una tabla metida en el basculante delantero podías llegar a Filipinas circulando con una sola rueda en la dirección. Así recorrió Cachiporro la Carrera con el Ebro de Julián el Salamanquino.

Dos o tres tractoristas había en Fuentes en los primeros años sesenta. No más. Todos enseñados a fuerza de irse, niños aún, con otros tractoristas montados en uno de los guardabarros. No hay constancia de la llegada del primer tractor a Fuentes, que debió de ser en torno a 1960. La "tractorización" del campo se inicia en 1892 con el primer prototipo creado por Froelich. En 1945 había registrados en toda España 59 tractores, cifra que creció de forma rápida y llegó a 10.000 en 1949. Eran vehículos de escasa potencia (unos 30 caballos). Motor Ibérica empezó a fabricar su primer tractor Ebro (E-38) en 1955, fruto de un acuerdo de apoyo tecnológico con la norteamericana Ford.

A mediados de los setenta llegó algo así como la "democratización del tractor". En 1970 ya había en España 300.000 tractores. En Fuentes, Pepe el Trapero tenía un Masey Ferguson, tractor que parecía de juguete, pero que le permitía labrar las inclinadas tierras de los cerros San Pedro. Aquel vehículo lo tiene ahora Manolito el de la Aljabara. Los agricultores tenían la costumbre de enseñar a sus hijos las tareas del campo a muy temprana edad. Con ocho años los montaban en los tractores para enseñarlos.

En 1965 el tractor ansiado era el John Deere 515, aunque la mayoría tuvo que conformarse con el Ebro Súper 55 que tenía Julián el Salamanquino. Muchos agricultores compraban con un crédito de la Caja Rural. En 1970, el John Deere 2020 costaba 300.000 pesetas. En 1965, un Ebros rondaba las 200.000 pesetas. La casilla de Cárdenas tenía un Massey Ferguson.  Don Juan Alejandre tenía un John Deere 2120. El Niño de la Justita un Nuffield. Faustino Díaz, un Ferguson. Los Chipé tenían un Nuffield y un Fiat cadenas para cuando había que entrar a echar los abonos en las tierras encharcadas.

Porque eran habituales las tierras encharcadas. Cuando no había forma humana de entrar, sembraban el trigo a mano, con talegas, y después metían una piara de ovejas para que pisaran bien las semillas. Aquellos trigos nacían los primeros y con una fuerza tremenda. En seco, cuando a los tractores les enganchaban un arado de cinco rejas tenían que ir muy despacito volteando la tierra. Sacaba terrones en un rastrojo en seco, luego le pasaban el calificador, un arado de rejas alomadoras para que la lluvia disolviera los terrones.

En la década de los 80 empezaron a venir a Fuentes tractores con más fuerza, especialmente los Massey Ferguson y los John Deere de más caballos y se ideó un arado llamado chirse. Primero los montó Rafael el Mollete en su herrería. También tenía mucha traza para montarlos Paco Vázquez. Eran arados muy pesados, que profundizaban más que los de cinco rejas. Rajaban la tierra a casi medio metro de profundidad para que la lluvia calara hondo. Decía Pepe el Pollón (José Caro, uno de los agricultores más sabios de Fuentes) que los tractoristas que antes había sido muleros araban más derechos que los otros. La collera de mulos era buena escuela de surcos.

Para arar "acornijalado" (cruzado) había que empezar de menor a mayor y no de mayor a menor. El Pollón había arado más cerros con mulos que San Isidro. Decía que las pipas de girasol se sembraban al "oreo" (cuando la primera capa de la tierra está seca). Curro León sembraba los girasoles a 5 kilos por fanega para asegurar el nacimiento. Hombre con más riñones para entresacar pipas no ha habido. Manolo el Paillero fue uno de los agricultores más duros de Fuentes, capaz de cargar antes que nadie un camión de remolacha o sembrar los inclinados cerros de La Tinajita más derecho que un junco. Antonio Corso eera experto en el manejo de el arado de dos pinchos en las tierras del cortijo Escalera. Capaz de sacar hasta el rabillo de las remolachas. Los barbechos de los garbanzos y habas eran ideales para sacar trigos y girasoles extraordinarios.

Atrás quedaron las penosas condiciones de trabajo a cambio, la mayor parte de las veces, de salarios de hambre. Los muleros trabajaban de sol a sol, de siete de la mañana a siete de la tarde, por lo menos. Cuentan que uno de los más ricos de Fuentes abroncó a un excelente jornalero por haber llegado a encerrar la yunta poco antes de la puesta de sol. El trabajo que tenía que hacer estaba hecho. En esta casa se trabaja de sol a sol, le dijo el amo. El día siguiente, el mulero llegó con el sol puesto, con las mulas pero sin el carro con las pacas. Cuando señorito quiso saber la causa, el jornalero le respondió que el carro lo había dejado donde le pilló la puesta del sol.

Atrás quedaron labradores capaces de sembrar y segar a mano treinta fanegas en un mes. Como Sebastián el Penco. O como su vecino el Pompo. Gente dispuesta a deslomarse entresacando pipas. Un mes duraban las labores de entresaque, del 10 de abril al 10 de mayo. Atrás quedaron las yuntas de mulas. Atrás los Ebro. Dice Cachiporro con razón que los tractores de ahora andan (y hablan) solos. Pero cuando se averían no hay dios que los entienda.