Zahara, las siete de la tarde. En la playa, el sol deja respirar. Un grupo de chicos y chicas juegan al fútbol. Contemplo sus movimientos, su dominio del balón, van y vienen por la arena con una elegancia increíble. Ríen, disfrutan y me hacen disfrutar. Es un auténtico espectáculo lo que me están ofreciendo sin ellas y ellos saberlo. No creo que pueda haber más habilidad que las que ellas y ellos exhiben. El balón es un apéndice de sus pies, sus cinturas se quiebran en movimientos imposibles, sus piernas bailan al son de un ritmo que solo ellos escuchan.

No sé nada de fútbol, pero cada vez que he asistido a un partido “en directo”, donde jóvenes juegan sin más pretensiones que pasarlo bien, he visto la belleza que tiene este deporte. He visto cómo el espacio, las matemáticas la geometría, la belleza de los cuerpos son parte de él.

Pasan los días y vuelvo a la cotidianidad. En la radio escucho las noticias deportivas, noticias que solo hablan de que algún jugador ha fichado por algún famoso equipo de fútbol. Hablan de millones y de que cómo jugar en este u otro club, sea el que sea,  era el sueño del jugador millonario desde pequeño. Esto, pienso, no tiene nada que ver con el deporte, el disfrute, que vi en la playa, que he visto en un campo improvisado aquí, en Guinea o en Zahara.

¿Qué nos pasa cuando solo nos mueve el dinero? (El deseo de tener el de los demás para sentirnos importantes) y la fama. Nos hacen creer que es un deporte lo que es un negocio de millonarios sin escrúpulos, dónde el dinero, en un mundo capitalista, es lo primero. No nos importa que la supercopa de España se juegue en Arabia Saudí, un país que no respeta los derechos humanos, que oprime a las mujeres que asesina a periodistas, gracias a las negociaciones de un jugador millonario y el presidente de la federación española del fútbol.

Voy a decir una expresión que uso cuando la realidad no me deja decir nada más: Ajú, ajú, estamos tontas o qué. Lo que importa es el espectáculo, el negocio a costa de todos nosotros.