Hubo un Fuentes anterior a 1961 y otro posterior a esa fecha. El año 1961 es el hito que sirve para diferenciar dos épocas, bien definidas, en el movimiento obrero local. Lo fue por tres hechos fundamentales. El primero, la muerte de Manolo Robustiano. El segundo, la revolución cubana. Y el tercero, el paso de la economía agraria de subsistencia a la industrial.

La muerte de Robustiano supuso la apertura a nuevos miembros en la dirección del partido y con ellos, la entrada de nuevas ideas organizativas y de oposición al poder establecido. Por su parte, la revolución cubana constituyó el segundo hecho fundamental. Las ideas marxistas propagadas por la revolución rusa sirvieron en 1917 de base para muchos militantes del PCE local. Sin embargo, el renacimiento de estas ideas por la revolución cubana sirvió de acicate a los hombres y mujeres fontaniegos que pusieron su vista en los acontecimientos que sucedían en la antigua colonia española. Aunque la prensa oficial sólo daba a conocer los aspectos negativos, Radio España Independiente se encargaba de difundirlos convenientemente. Esta revolución fue un revulsivo de ideas para los viejos y los nuevos militantes, que contaron con un modelo inmediato y real.

El otro elemento diferenciador del año 1961 fue el cambio de la situación socioeconómica de la población fontaniega, reflejada en dos aspectos, que deben ser conocidos para comprender mejor la situación histórica local: primero, un aumento demográfico considerable. Fuentes llegó a contar con 12.000 habitantes, que vivían en un casco urbano muy reducido, enmarcado por el ruedo. Ello obligaba, en muchísimas ocasiones, a vivir dos o tres familias en una sola vivienda de reducidas dimensiones. Eran muchos los casos en que en la misma casa vivían los padres y los hijos que se iban casando, llegando, a veces, a disponer de una habitación para cada familia filial.

El segundo aspecto de esta transformación socioeconómica fue el paso de los campesinos arrendatarios de tierras, que se habían transmitido de padres a hijos, a braceros. La economía española había iniciado un despegue importante y los dueños de la tierra reclamaban sus posesiones para cultivarlas directamente, privando de ellas a los campesinos que desde tiempos inmemoriales las venían cultivando. Estos pasaron a engrosar las bolsas de braceros, que obtenían sus salarios con los trabajos que realizaban de recolección en recolección.

La situación, aunque cambiante, no era muy grave pues, a pesar de los salarios tan bajos, había la posibilidad de obtener trabajo y disponer durante muchos días del año del peculio suficiente que permitía a jornaleros y familias cubrir las necesidades básicas, que aumentaban al final de cada recolección con las llamadas rebuscas. Estas constituían un alivio en sus economías pues les permitía encontrar alimentos básicos para un tiempo. Otro cambio trastocó la vida de los fontaniegos: la aparición de la maquinaria agrícola y, con ella, la falta de trabajo para muchos asalariados. Esta situación comenzó a cambiar en toda España. Se produjo una crisis en la agricultura tradicional con la incorporación de la maquinaria al campo, la sustitución del obrero agrícola y el abandono de una agricultura de subsistencia para dar paso a una incipiente agricultura industrial y comercial.

Todo este proceso generó un cambio profundo en la estructura de la población activa española, con un desarrollo considerable de los sectores industriales y de servicios, que obligaron a un trasvase de efectivos procedentes del sector primario, excedentario en mano de obra por la rápida incorporación de la maquinaria a las faenas agrícolas. Estos efectivos sobrantes en la agricultura alimentaron los movimientos migratorios, tanto los internos como los externos, iniciándose así un proceso de despoblación y envejecimiento del medio rural y un crecimiento desmesurado y sin control del medio urbano, originando graves problemas, muchos de ellos aún sin resolver.

La situación general descrita más arriba es aplicable a nuestro pueblo. En efecto, a partir de los años sesenta, comenzó a aumentar el paro por las causas anteriormente mencionadas, privación de las tierras a los arrendatarios y la aparición de la maquinaria agrícola. En un principio, sólo el tractor, la segadora y la aventadora. Pero, ¡cuánta mano de obra asalariada redujo en nuestro pueblo!

También comenzó la emigración. Al principio serían los más osados, pero en los sesenta se extendió a gran parte de la población local y que, a su regreso al cabo de unos meses, serían modelos a seguir entre muchos de los trabajadores asalariados, que veían en ellos los aspectos positivos de la emigración. Conseguían venir con el aspecto hasta entonces reservado a los señoritos: con traje, corbata, la piel blanca y las manos sin callos. Esto sirvió de acicate para muchos, que iniciaron también la emigración a otros lugares de promisión.

Este fenómeno migratorio, que afectó cada vez a más gente, impidió, en cierta forma, la posibilidad de organizar movimientos obreros, ya que la mayoría de ellos tenían un problema más acuciante, la emigración. Muchos de estos emigrantes, cuando volvían al pueblo de nuevo (muchos de ellos se marcharon solos, dejando aquí a su familia, sobre todo los que emigraron a los países de centro Europa), invirtieron sus ahorros en la adquisición de casa propia, abandonando las casa de sus padres, en donde compartían una habitación, o los chozos, que en gran número existían en determinadas calles. Pero los jornaleros que aquí quedaron siguieron necesitando un movimiento obrero que les ayudase a solucionar problemas importantes, tanto en el campo laboral como en el social.